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miércoles, 5 de agosto de 2015

Constancia de la Mora, «Doble esplendor». Autobiografía de una mujer española (1906-1923) (II).

     El capítulo III de Doble esplendor sobre el que ya hablé en otra entrada anterior es, sin duda, muy atractivo. Se nota que Constancia de la Mora lo ha cuidado y mimado y que se ha documentado para complementar sus vivencias con datos que respalden sus juicios. Así sucede cuando ofrece los datos estadísticos de 1935 sobre la distribución de la tierra, tres años después de aprobada la Ley de Reforma Agraria en España. Las cifras son elocuentes:
     - Gran propiedad (Fincas mayores de 200 Hectáreas) 7.468.029 hectáreas.
     - Mediana propiedad (Fincas de 10 a 200 Hectáreas) 2.339.957 hectáreas.
                                       (Fincas de 10 a 100 Hectáreas) 4.611.789 hectáreas.
     - Pequeña propiedad (Menores de 10 Hectáreas) 8.014.715 hectáreas.
Constancia de la Mora y Zenobia Camprubí en una foto de los años 30. Fuente: El Cultural de El Mundo.

     «De este modo —asegura—, el 33% de la extensión TOTAL de España se encontraba en manos de terratenientes, en su enorme mayoría absentistas, que vivían en las grandes ciudades, de las rentas de sus tierras».
Pero «la resistencia de las clases privilegiadas» a la  la Reforma Agraria proyectada fue casi invencible. «No se avinieron a sacrificar un ápice sus posiciones egoístas» —afirma— y los campesinos se quedaron esperando la tierra prometida por la República.
     Del problema del ejército, Constancia de la Mora acusa directamente a Azaña, porque sus medidas que en teoría debían favorecer el retiro de los jefes y oficiales «se hizo al albur y según la voluntad de cada uno, sin tener en cuenta ni la capacidad ni los sentimientos políticos de los interesados», de modo que solo unos pocos de los desafectos a la República se retiraron y lo hicieron con el fin de «influir cada vez más en la política y empleando sus interminables horas de ocio en conspirar contra el régimen que tan generosamente les había asegurado el sustento».
     Más adelante se refiere a las dificultades de resolver el problema de la Iglesia y la separación del estado, pues la Iglesia era rica y poderosa. Las órdenes religiosas controlaban la educación, no había suficientes maestros «republicanos» preparados. Los Jesuitas eran dueños de minas, líneas de navegación, de compañías elecxtricas, de ancos, hoteles, periódicos, estaciones de radio, ferrocarriles y tranvías». Con una parte de ese capital, la Compañía de Jesús financiaba la Confederación Católica Nacional Agraria que contaba con «setenta publicaciones periódicas y de cinco diarios» dedicados a impedir que los campesinos se uniesen en sindicatos.

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