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sábado, 31 de agosto de 2013

«El duende beso», de Juan Valera.



Beso de Favila. Parador museo Cangas de Onís.

Este delicioso relato fue publicado en El Liberal el 11 de julio de 1897, es decir cuando Valera tenía 73 años. Se trata de un cuento de apariencia fantástica, donde se mezcla el universo pagano con el católico, pero siempre desde la óptica optimista que caracteriza su vida y su obra. 
           Al convento de los Capuchinos llega fray Antonio de Fuente de la Peña para tratar de remediar los males que aquejan a doña Eulalia, hija única de un ilustre caballero, de quien el padre guardián del convento sospecha que está obsesa o poseída. Fray Antonio rechaza esta hipótesis, en los siguientes términos:


                        -Pues bien -replicó fray Antonio-, mi conclusión es enteramente contraria, y mientras más lo reflexiono más me afirmo en ella. Doña Eulalia no habla nunca en latín ni en ningún otro idioma que no sea nuestro castellano puro y castizo; sus pies se apoyan siempre en el suelo cuando no está sentada o tendida; en vez de estar desmedrada, pálida y ojerosa, sé que está muy guapa y de tan buen color que parece una rosa de mayo; y el que ella repugne casarse con ninguno de los novios que su señor padre le ha buscado, y el que ande melancólica y retraída, y el que tenga por las noches y a solas, en su retirada estancia, coloquios misteriosos con seres invisibles, no prueba que esté endemoniada ni mucho menos. Los demonios jamás son tan benignos y apacibles con una criatura. Ser, por consiguiente, de menos perversa y dañina condición que los ángeles precitos, es quien tiene trato y coloquio con mi señora Eulalia. Ergo, no es demonio, sino duende quien la visita y habla con ella (O. J. V., I, pp. 1157-1158.).

            Realmente por la ironía que se encierran en estas palabras, puede entenderse que la naturaleza de este duende es muy particular; las siguientes palabras de fray Antonio confirman las sospechas del lector:

                        En suma: y contrayéndonos al presente singular caso, el duende, hará cerca de diez años, desde que doña Eulalia, cumplió quince, hasta dentro de tres días, que cumplirá veinticinco, se entiende con ella, la aparta de la convivencia de la gente y la hace arisca y zahareña; pero me ha predicho que desaparecerá dentro de los indicados tres días, y hasta que antes se dejará ver bajo la figura de un gallardo mancebo. Doña Eulalia quedará libre entonces de toda molestia, y aunque siempre recatada, honestísima y decorosa, depondrá sus desdenes, dejará de ser huraña y se hará para todo el mundo conversable y mansa (p. 1158).
            La comicidad del caso se produce cuando el fraile acude con su libro de exorcismos a la habitación de la protagonista y, tras celebrar un supuesto ritual de exorcismo, ordena a ésta que abra la puerta de su cuarto:
                        No hubo modo de evitarlo ni de retardarlo, y la puerta se abrió de para en par y de súbito. En medio de ella, como magnífico retrato de Claudio Coello, encerrado en su marco, apareció un galán muy bizarro y apuesto (...) (p. 1159).
           Y  la fantasía como ocurre en algunos relatos del XIX se resuelve en estratagema amorosa. En este caso la comicidad resulta de la argucia empleada por los enamorados para burlar los impedimentos del padre de la joven, que al descubrir el «cuadro» se lleva un tremendo chasco. No obstante, el padre, al ver que el joven regresa con gloria y dinero, no puede oponerse a los deseos amorosos de los jóvenes, y el relato termina con una explicación en boca de fray Antonio que explica cómo mediante el beso pudieron unirse sus almas:
Al separarse para irse él a dar cima a su empresa, sin estímulo vicioso, con inocencia de niños y con fervoroso amor del cielo, se unieron sus bocas en un beso prolongadísimo. Sin duda se interpuso entre labios y labios una levísima chispa de éter, átomo indivisible, germen de inteligencia y de vida. El fuego abrasador de ambas almas enamoradas penetró en el átomo, le dio brillantez y tersura, y cuanto hay de hermoso y de noble en el mundo, vino a reflejarse en él como en espejo encantado que lo purifica y lo sublima todo. Los santos anhelos de amor de él y de ella, se fundieron en uno; y sin desprenderse enteramente de ambas almas, tuvieron en la misteriosa unión ser singular y substancial suyo y algo a modo de vaga, indecisa y propia conciencia. Se separaron los amantes. Él fue muy lejos; peregrinó y combatió. Durante diez años, no supieron ella de él, ni él de ella, por los medios ordinarios y vulgares. Pero el unificado deseo de ambos, el duende que nació del beso, con pintadas alas de mariposa y con la rapidez del rayo, volaba de un extremo a otro de la tierra; y ya se posaba en ella, ya en él, y hacía que se estrechasen como presentes, y renovaba el casto beso de que había nacido, no como recuerdo vano, sino como si nuevamente y con la misma o con mayor vehemencia ellos se besaran. 
Y, adelantándose a las posibles reticencias de fray Domingo, concluye:

No dude, pues vuestra reverencia de que el tal duende existe o ha existido. ¿Cómo explicar sin él la tenaz persistencia, durante diez años, de los mismos amores? El deseo no era sólo de ella. El deseo no era sólo de él. En ambos estaba, pero, al unirse, se separó de ambos, creando la unión un ser distinto. Este ser no tiene ya razón de ser; desaparece, pero no muere. No debe decirse que ha muerto o que va a morir la chispa inteligente, enriquecida con la viva representación de toda la hermosura, de la tierra y del cielo, cuando, cumplida la misión para que fue creada, se diluye en el inmenso mar de la inteligencia y del sentimiento, que presta vigor armónico y crea la luz y hace palpitar la vida en la indefinida multitud de mundos que llenan la amplitud del éter.  
              Así justifica Valera que el beso, frente a lo que sostenía el personaje de Pedro Bembo en El Cortesano de Castiglione pueda ser menos censurable que el que este disculpa en la relación entre un viejo enamorado y una dama.

La fundación El Libro Total, tiene una edición para audiolectura de El duende beso que puede encontrarse aquí

miércoles, 21 de agosto de 2013

Intérpretes del género andaluz. Los músicos

            Realizar un repaso por los intérpretes del baile y la música del género andaluz, nos depararía grandes sorpresas y nos haría comprender que no fue un género menor, como ha podido parecer. En los últimos años se ha rescatado la figura de algunas bailaoras como La Vargas, que consiguieron encandilar a su público con canciones como «El jaque», de la zarzuela El ventorrillo de Crespo y tuvieron un reconocimiento tan notable que conocieron grandes éxitos fuera de nuestras fronteras. También se ha recordado a la Nena, tan celebrada por Bécquer, y otras menos conocidas hoy como Petra Cámara, destacada intérprete del «jaleo de Jerez», Amparo Álvarez, «La Campanera», una de las más importantes intérpretes del ole y del jaleo, y las hermanas Atane, que solían bailar junto a la Nena y la Vargas*. 
            Hoy vamos a dedicar algunas líneas a los músicos, que destacaron por sus creaciones o magistral ejecución. Entre ellos cabe recordar al profesor de guitarra Manuel Naya, que triunfaría en el Teatro del Balón en el año 41, con un tema «con variaciones sobre un aire español» o con un «POUPOURRI, sobre varios aires andaluces, también composición suya». Cantante y tocador de guitarra  era, por esas mismas fechas, José Bonmati. 
Davillier. Charranes y pescadores de Málaga
            Poco después, un cantante como Ojeda, también flautista, triunfaría en el 42 con el «polo andaluz de la ópera "Los contrabandistas"», interpretado en el Teatro Principal por Ojeda, «para quien fue escrito en Madrid por el Sr. Basili y donde recibió innumerables aplausos», la canción «Los toros del Puerto» y ya en el 43 con «El valentón del Perchel de Málaga», cuya ejecución fue repetida días después en el mismo teatro «a petición de multitud de personas». En ese mismo año cantaría «"El polo del caballo", acompañado del baile que requiere» y la canción andaluza, «conocida por "El Charrán", la cual será desempeñada exactamente con el traje de los vendedores de pescado de las playas de Málaga». 
El Heraldo 1843
          Algunos años después, en el 46 sería el momento de Joaquín Arjona y la canción andaluza «El torero», que también triunfaría en escenarios madrileños, como recoge El Heraldo.

(*) «José Sanz Pérez y el andalucismo teatral del siglo XIX», en Manuel García: de la tonadilla escénica a la ópera española (1775-1832), Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, Cádiz, pp. 87-106.