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domingo, 2 de febrero de 2014

«El talismán. Un relato del sitio de Cádiz», de Jesús Maeso de la Torre (II)

Como alude el título del relato, el momento climático se produce con el hallazgo del talismán, cuando los soldados son enviados a vigilar desde el promontorio de Sancti Petri. Desde allí observan las ruinas del castillo y Rodrigo decide ir a explorar lo que queda del antiguo templo fenicio, mientras sus compañeros prefieren permanecer en el lugar solazándose: 
         Unas golondrinas huyeron despavoridas ante su presencia, y de repente, del nido de hojarascas, pajuelas y plumones, se desprendió un objeto luminoso de oro purísimo, que tras un vuelo fulminante, tintineó en el suelo con un sonido seco y metálico. De inmediato atrajo la atención de Rodrigo. Era una moneda antigua de oro. La tomó en su mano con un sobresalto supersticioso y tras frotarla con saliva se la acercó a sus curiosas pupilas. El anverso representaba la cabeza de un hombre distinguido -quizás el dios Melkart fenicio-, y en el reverso resaltaban dos peces, uno debajo del otro. 
         -Es soberbia y debe valer lo suyo- masculló-. Esa efigie debe ser la de Melkart, «el Señor de la cuidad fenicia de Gadir». La guardaré para regalársela a mi padre. 

         Pero retornó bruscamente a la realidad. 
        Un soldado francés escondido vociferó a sus espaldas en la quietud del crepúsculo. Al poco se escuchó la detonación de una pieza de artillería. Muy cerca de allí.

          La superstición de Rodrigo le lleva a presentir que la moneda encierra algo mágico que solo creerá descubrir más adelante. Efectivamente, la bomba ha caído donde estaban sus amigos y los tres han perdido literalmente la cabeza. La terrible visión le hace vomitar y luego gritar furioso:  «La guerra no es un acto de honor, es una plaga bíblica. ¡No es justo Dios mío!- gritó en el silencio. Es la muerte».
          Curiosamente, los sentimientos que desencadenan la tragedia vivida por el joven Rodrigo son similares a los que despiertan en Frasquita Larrea la desolación que sigue a la batalla de Chiclana. La experiencia ha sido crucial y marcará su vida para siempre: «Se había hecho hombre de un solo trago, pero ya no sublimaba la guerra. Detestaba convertirse en el héroe que tanto había soñado». 
         La lección ha sido dura y eso dará sentido a sus palabras finales. Si quieres saber cuáles son, tendrás que leer el libro.

jueves, 30 de enero de 2014

«El talismán. Un relato del sitio de Cádiz (1811-1812)», de Jesús Maeso de la Torre

          Con motivo del Bicentenario de la Constitución de 1812, el Ayuntamiento de Cádiz organizó un Encuentro de Escritores de Novela Histórica, para el que José Calvo, José L. Corral, Eduardo Garrigues, Jesús Maeso y Manuel Pimentel proporcionaron cinco relatos, luego publicados por Almuzara en diciembre de 2008.  


           El título del relato de Jesús Maeso tiene ya cierto sabor de época: «El talismán». Nos recuerda a esos cuentos «de objeto pequeño» que cambian la vida del protagonista. Con el mismo título publicó Emilia Pardo Bazán un cuento en el que, como en otros cuentos de la época, el objeto convoca ciertos presentimientos fatales que luego se realizan, aunque el desenlace permite una doble lectura. En el caso de la obra Maeso, existen además otras concomitancias con la el realismo del siglo en que transcurre la acción. El joven gaditano que protagoniza el relato nos trae ecos galdosianos: 
      «Cerró los ojos para formular su gran deseo. Aquel domingo de febrero, Cádiz, perfumada por un aire liviano, parecía una ciudad tejida de hilos de crisálidas. Rodrigo Centellas, un muchacho del barrio del Pópulo, inquieto y soñador, de cabellos rizados, piel tostada, ojillos claros de gato, y lengua suelta, sesteaba tendido sobre la arena sedosa de La Caleta, cuyas aguas habían robado el azul del cielo» (p. 141).
         Efectivamente, si de un lado el cuento se emparenta por su ambientación con una parte de la novela que publicará tres años más tarde En una tierra libre, por otro lado, remite al imaginario del primero de los «Episodios Nacionales», Trafalgar. Es cierto que la batalla de 21 de octubre de 1805 transcurre varios años antes que la que se narra en este relato, pero a muy poca distancia, pues esta tiene lugar en Chiclana de la Frontera, y, además, como en el relato galdosiano, su protagonista siente henchirse de patriotismo al conocer las noticias de la guerra; claro que el rumbo que toma la acción es diferente, como lo es también su derrotero final.
         Al leer sus apuntes costumbristas sobre la sociabilidad gaditana, no puede dejar de reconocerse la influencia en Maeso del Cádiz de Galdós, como también quizás la de Un siglo llama a la puerta, de Ramón Solís, o la del recorrido dibujado por este mismo autor por las calles de El Cádiz de las Cortes. Si bien, la perspectiva desde la que contempla Cádiz el joven mozo es bastante más amable, como si la colocación que le buscara su padrino, el clérigo liberal Fray Daniel, proyectara su envolvente dulzura: 
      «Hacía tiempo que lo había tomado bajo su protección, antes de colocarlo de mozo chocolatero en la Confitería Cossi, en la calle San Francisco, lugar de tertulia de liberales, de profesores de la Escuela de Arte, de periodistas de El Conciso y de encopetadas damas.  
       Algunos recalcitrantes, y sobre todo fray Vélez, el lider de los serviles de la ciudad, lo tildaban de afrancesado por sus ideas jacobinas, pero no era sino un hombre misericordioso, patriota y filántropo (p. 144)». 

             Cuando llega el momento de la batalla son otros los ecos bélicos que resuenan. Rodrigo será herido pero logrará salir vivo, algo que no pueden contar sus íntimos amigos, que sucumbirán por efecto de una bomba enemiga, cuando pensaban que la coalición hispano-británica había alcanzado la victoria. Justo en ese momento, tiene lugar el clímax narrativo y la deriva final, que actualiza el sentido del cuento y lo distancia de cualquier relato épico, aunque sin dejar de tener cierto sabor histórico. Esta cuestión quedará para la próxima entrada.