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domingo, 22 de diciembre de 2013

La linterna mágica

          Si en el XVIII se produce la revolución de la forma de mirar con el desarrollo y divulgación de los experimentos científicos y su creciente atractivo entre un público de aficionados y curiosos (Vega 2010), en la centuria siguiente las proyecciones de linterna mágica proliferan y se convierten en uno de los entretenimientos preferidos tanto de las tertulias privadas de la burguesía como de los espacios públicos de diversión. 
Linterna mágica. Schlossmuseum

 Al menos desde mediados del XVII se tiene constancia del uso de la linterna mágica como instrumento para proyectar imágenes. Según Esteban Frutos es probable que antes de que Kircher la utilizara en sus clases en el Centro de Estudios Superiores de los Jesuitas en Roma y que la describiera, no en la primera edición de su Ars magna lucis et umbrae (1646) sino en la de 1671, el científico holandés Huygens ya conocía su uso en 1659. Pronto se difundiría su uso en toda Europa, tanto como medio de divulgación científica como de instrumento recretivo y en España el Diccionario de Autoridades de 1734 incluye la definición de la linterna mágica como máchina catóptrico-dióptrica. No obstante, como recoge el CORDE. ya Sor Juana Inés de la Cruz la menciona en un poema (ca. 1666-1695). Feijoo en su Teatro crítico advierte que los ignorantes consideran las proyecciones fruto de un arte diabólico.
 
1825
Para ilustrar su funcionamiento y desengañar a los lectores que todavía la confunden con la magia publica García Castañer La magia blanca descubierta, o bien sea arte adivinatoria, con varias demostraciones de física y matemáticas en 1833.
         Sobre la huella de la linterna mágica y otros tipos de máquinas y espectáculos ópticos que se detecta en los periódicos de la época me ocupo en el artículo “Los dispositivos ópticos y su recepción en la prensa del Romanticismo (1835-1868). Una aproximación”.



domingo, 15 de diciembre de 2013

Historia trágica española. «La peña de los enamorados» (II)

         El protagonista de este relato dieciochesco es un joven de familia aragonesa, a quien su madre trata de impedir que vaya a la guerra, pero al que finalmente le entrega la espada del padre «aun teñida de la sangre de los infieles».
«Un joven caballero, descendiente de una de las más ilustres casas del reino de Aragón, sabe que el rey don Juan, soberano de Castilla, ha levantado el estandarte contra el enemigo común. El caballero (a quien llamaremos Fajardo) desea salir de la ociosa y blanda vida del castillo de sus padres. Entraba ya en la edad en que el hombre sólo respira la guerra y los amores, arde en deseos de ir y señalarse por su valor contra los opresores de su religión y de su patria».





«Bien pronto llega a las límites de su reino, penetra en los estados de Castilla y llega a la brillante corte de su soberano. Los campos están cubiertos de formidables escuadrones; se ven llegar cada día nuevos refuerzos, que engruesan y amenaza el ejército. Los soldados, impacientes por dilatarse la hora de entrar en la pelea y vencer al enemigo, se ensayan en la ociosidad de sus campamentos en ligeras justas y torneos.

La tropa marcha. Fajardo camina al frente de la de su país. Se le conoce por el rojo penacho que ondea sobre su luciente casco».
           A pesar de que sus hazañas son pronto digno de admiración, el novel caballero no consigue salir victorioso:

«La providencia divina, cuyos decretos son impenetrables, no permite que triunfe y venza la buena causa. La victoria se declara por Abenacar, rey de Granada. Fajardo cede a la multitud de los que le persiguen; pero no se rinde hasta haber hecho gemir a muchos por su loca temeridad. En fin, habiéndose señalado con mil prodigios de valor, fatigado ya y desfallecido, cercano a perder la vida por la mucha sangre que corría a borbotones de la[1] profunda herida, no quiere entregar su espada sino es al Rey mismo. Este Príncipe, movido de la desgracia del joven aragonés se adelanta hacia él y le dice:
Valeroso caballero no os avergoncéis de conocer a un vencedor que merecerá vuestra estimación. Recibid este primer testimonio de la mía os vuelvo vuestra espada, venid a mi corte, quiero fijaros en ella con los lazos del reconocimiento y de la amistad, no experimentareis de mí más que beneficios.
            Fajardo levanta sus pesados párpados, y duda de lo mismo que oye y ve. El monarca moro tenía pintadas en todas sus facciones, la nobleza y la magnanimidad; su prisionero no podía creer que un musulmán fuese capaz de un proceder tan sublime.
            Abenacar vuelve a sus estados seguido de su victorioso ejército, lleva consigo a la corte a Fajardo, que ya se halla sano de sus heridas, y le dice:
—Esta será mi prisión. Quiero que confieses que se puede amar a los mismos que nos han vencido».
Con estas palabras el autor pone en boca del rey moro el lenguaje propio de la cortesía, proyectando una maurofilia muy del gusto de los romances fronterizos.

[1] La. Falta en el original periodístico.

martes, 10 de diciembre de 2013

Tres genios del Romanticismo español (III). Zorrilla

        «Zorrilla es otro de los corifeos del romanticismo, y el más fecundo de todos», asegura Juan Valera. «Poeta de más imaginación que sentimiento y gusto, es incorrecto y descuidado a veces, y a veces elegante, como por instinto. Florido, pomposo, arrebatado, sublime, vulgar, enérgico y conciso, desleído y verboso, todo lo es sucesivamente, según la cuerda que toca; pero siempre simpático y nuevo, siempre popular y leído con placer y aplaudido y querido con frenesí de los españoles»
         «Las mismas composiciones de Zorrilla, en que la inspiración desfallece, en que apenas sabe el poeta lo que quiere decir, o en que no dice nada sino palabras huecas, tienen tal encanto de armonía y de gracia para los oídos de los españoles, que nos complacemos en oírlas, y las repetimos embelesados sin meternos a averiguar lo que significan y aun sin suponer que signifiquen algo. El amor de la patria, sus pasadas glorias, sus tradiciones más bellas y fantásticas, y las guerras, desafíos, fiestas y empresas amorosas de moros y cristianos; todo, vaga y confusamente, se agolpa en nuestra imaginación cuando leemos los romances, leyendas y dramas de Zorrilla: y todo concurre a dar a su nombre una aureola de gloria, que no se ofuscará nunca, aunque la fría razón analice y ponga a la vista mil faltas y lunares»
         Precisamente una de las faltas que señala Valera en la composición de su protagonistas es la siguiente: «Para dar una idea tremenda de don Juan Tenorio le hace apostar en una taberna, como un truhán fanfarrón, que matará a setenta u ochenta hombres, y que seducirá a cien o doscientas mujeres en un año. De esta laya de idealizadores son aquellos rabinos, que, para ensalzar a Dios, le dan no sé cuantas leguas de corpulencia; como si lo infinito cupiese en el tiempo y en el espacio, y se redujese a número y medida».  
        En cambio entre los aciertos está el de su conversión: «En el D. Juan Tenorio de Zorrilla, hay la misma tramoya imitada del D. Juan de Marana de Dumas, que la tomó del Fausto de Goethe. Ello es que esto de convertir a una bonita y nada desdeñosa muchacha en escala de Jacob para subir al cielo, ha de parecer, por fuerza, mucho más agradable que los medios que antiguamente nos daban de mortificar la carne con ayunos y penitencias, y de estar siempre en conversación interior».
          Conviene recordar que, a pesar de todos estos defectos, lo espectacular sería uno de los más interesantes atractivos de este drama religioso-fantástico y que precisamente las apariencias, y toda la tramoya propia del teatro de magia, lo mismo que las proyecciones de fantasmagorías, tan del gusto del público del XIX, debieron pesar en el gusto del público y en el creciente favor que fue adquieriendo la obra con el paso de los años.
Ilustración de la edición de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

miércoles, 4 de diciembre de 2013

«El Estudiante de Salamanca» (II). Una interpretación simbólica


Aunque han dominado las interpretaciones sobre El Estudiante de de Salamanca centradas en el titanismo, o con el satanismo, una suerte de rebelión de los hombres contra el régimen establecido por la divinidad que no considera racional ni moral, de su protagonista, que termina por ser aplastado por esa misma divinidad, un estudio de Stephen Vasari sin ser contradictorio con lo anterior sobre la ideología de Espronceda abre la puerta a otras opciones, más imbricadas con la política europea, que han sido estimadas positivamente por Robert Marrast. En opinión de Vasari, El Estudiante de Salamanca es una respuesta a la crisis político-religosa que atraviesa Europa, al tiempo que a la situación que se vive en España y la posible alianza entre la regente Mª Cristina y Don Carlos, en la que se enfrentan dos «fuerzas antagonistas: el Pasado intolerante, dominador y repugnante, en lucha con el Presenta franco, orgulloso, libre y tolerante. Es lo que representan Elvira (con don Diego) y don Félix de Montemar».
          Como decía, esa lucha se proyecta primero en el ámbito nacional «Salamanca, ciudad antigua, con sus campanarios y torres de las iglesias y los castillos con sus centinelas "temerosos" claramente la tradición, la Iglesia y el orden social antiguo». Luego, en el plano internacional «la otra "ciudad muerta" con sus "horas muertas" Roma. La "blanca dama del gallardo andar" la Iglesia "muerta" o el mismo Papa Gregorio XVI. Don Félix, la misma Humanidad del siglo XIX, a la vez que Lamennais, el Poeta, la España Nueva».


         Pero no siempre se ha visto así y en 1972 la obra dio lugar a una miniserie, interpretada por Sancho Gracia y Charo López, centrada en la temática de la seducción amorosa.

martes, 3 de diciembre de 2013

La leyenda del estudiante Lisardo.

La leyenda del estudiante Lisardo, que varias concomitancias ofrece con la historia de El Estudiante de Salamanca de Espronceda, conoció su popularización a través de sendos romances, recogidos y publicados en el Romancero general o colección de romances castellanos anteriores al siglo XVIII por Agustín Durán (1828). En nota, el autor da cuenta tanto de su divulgación a través de la narativa barroca de Cristóbal Lozano, Soledades de la vida y desengaños del mundo, publicada en 1658 por su sobrino Gaspar Lozano, como de lo viva que sigue la leyenda en el XIX:


En realidad la historia de Lisardo conocía una versión anterior, procedente del Jardín de flores curiosas de Antonio de Torquemada, que junto a otras tradiciones ha sido examinada por Madeline Sutherland.
De esta leyenda, tomaría Espronceda, como señala Robert Marrast, la vida calavera del estudiante Félix de Montemar y el escarmiento a través de la contemplación del propio funeral.