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martes, 24 de enero de 2012

Del apunte personal al diario bélico-político de Frasquita Larrea (II)

La primavera de 1807 aún le permite seguir disfrutando de cierta paz y más aún cuando puede gozar de buena y sabia compañía:
«Quisiera que conocieras a mi amigo el Magistral –se refiere al gaditano magistral Cabrera, de enorme predicamento en la ciudad–. Ahora está aquí, y hacemos nuestros pequeños cursos de Botánica paseándonos por los jardines y por los pinares.
Ha leído a Kant en latín, y me ha explicado algunos puntos de su sistema, sobre todo del que forma con respecto a los animales (...) Kant engrandeciendo la idea dle Criador pretende que los animales tienen alma, que así como es inferior a la nuestra aquí, en la misma proporción lo será también en otro orden de cosas, y que como las obras de dios son infinitas, incomprensibles, sería blasfemar quererlas corartar según nuestras limitadas luces. No sé si he comprehendido bien al Magistral, pero sí sé que cuando me hablaba de estas cosas, me hacía amar mucho a este buen y gran Creador» (Chiclana, 30 de abril de 1807)

El romanticismo y la poesían tiñen completamente sus cartas:
«Nuestra primavera es hermosísima y mi jardincito la luce; está lleno de fragancias y colores. Te escribo en una atmósfera embalsamada que entra por el balcón de mi gabinete con el canto de los pájaros y el susurro de los insectos. Bien puedo decir con Wordsworth:

"There's a blessing in the air
Which semms a sense of joy to yield 

que seguramente no gozan ustedes en G.», (Chiclana 8 de mayo de 1807).

Del apunte personal al diario político de Frasquita Larrea

Como es bien sabido,aunque poco tiempo antes confesara que la política no le interesaba, en agosto de 1807 Frasquita empezó a escribir a su marido sobre los acontecimientos bélicos protagonizados por las tropas napoleónicas. 
Nada que ver con las primeras cartas que le escribe desde Chiclana, recién llegada casi de regreso de Alemania en el verano de 1806:
«Te escribo casi a la luz de la Luna que se mete clarísima por mis ventanas. El cencerro del buey que anda en la noria, el incesante trino de los grillos, el graznido de las ranas, la fragancia del aire, la ausencia de toda voz humana, todo está en harmonía con el sosiego de mi corazón». (Chiclana, 10 de julio de 1806).

La descripción del paisaje campestre de Chiclana responde casi al tópico del lugar ameno de la poesía bucólica, pero impregnado ahora por la experiencia personal, tan característicamente sentimental en el Romanticismo. No en vano, en esos días está releyendo a Shakespeare y al supuesto bardo Ossian:
«Mi vida es bien tranquila. Durante el día hace calor, pero las noches son deliciosas. Muchas de ellas me quedo en el balcón hasta después de las doce, y aún a esa hora suenan en la distancia las guitarras y castañuelas; este sonido que ninguno otro interrumpe, inspira una melancolía incompatible con el bullicio de la hora del sol». (Chiclana, 10 de julio de 1806).

Y cuando se trata de pintar su huerto, entonces empieza a descubrirse una perspectiva casi pintoresca del paisaje:
«Es indefinible la sensación que causan las primeras aguas del otoño en este país, y cuando acabado de llover el sol despliega el azul del cielo, y que el vientecillo Oeste bambolea suavemente las ramas de las acacias cargadas de las gotas de agua, parece que todas las sensaciones de la vida se despiertan para hacernos gozar de todas las bendiciones del cielo. Mi jardincito es la maravilla de Chiclana, los árboles y arbustos de las cuatro partes del mundo fructifican perfectamente en él. Toda la familia de las acacias, empezando por el aroma que exhala a tanta distancia su delicioso perfume, el árbol de la pimienta, el sycomoro, el plátano, etc., mezclados con una profusión de naranjos, mirtos, adelfas, jazmines, etc., forma de él un pequeño edén» (Chiclana, 14 de septiembre de 1806).