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sábado, 29 de marzo de 2014

Feijoo, el duende, el vampiro, el redivivo y el brucolaco (III)

Vuelvo a retomar el asunto de los vampiros que dejé en la entrada anterior. Veamos cómo sigue Feijoo su discurso:

Parece ser, que aquellos Bárbaros nacionales no hallan dificultad en que el Vampiro esté a un mismo tiempo en dos lugares; esto es, en el sepulcro, como los demás muertos, y fuera del sepulcro, molestando a los vivos. Es verdad, que los sucesos que refieren son tan varios, que en unos se representa esta duplicada ubicación [280], y en otros, que van, y vienen, que salen de los sepulcros a hacer sus correrías, y se vuelven a ellos a su arbitrio. De suerte, que alternan, como quieren, los dos estados de muertos, y vivos.
Algunas veces el Vampiro hace la buena obra de avisar a algunos de su próxima muerte. Esto ejecuta, entrando donde hay un convite; siéntase a la mesa, como si fuese uno de los convidados, aunque ni come, ni bebe. ¿Pues a qué viene allí? A clavar la vista en éste, o aquél de los que está a la mesa, hacerle alguna señal, o gesto, lo que se tiene por pronóstico infalible, de que aquel a quien mira, muy luego ha de morir.

En cuanto a las señas por donde conocen el Vampiro que los incomoda, hallo bastante variedad en mi Autor; porque pone dos diferentes, una en una parte de su libro, otra en otra, según las varias relaciones que tenía de diferentes sujetos. A la pág. 302 se pone el siguiente rito para el examen. Se escoge un joven de tan corta edad, que se deba presumir, que no tuvo jamás obra venérea, y se pone en un caballo negro, que tampoco haya usado del otro sexo de su especie; hácesele pasear por el cementerio, de modo, que toque todas las losas. Si resiste el caballo pisar alguna, por más que le espoleen, o fustiguen, se tiene por seña indubitable, que allí está enterrado el Vampiro que se busca. Pero a la pág. 423 se lee otra muy diferente. Van a reconocer al cementerio todas las fosas; y aquella, en quien notan dos, o tres, o más agujeros del grueso de un dedo, dan por infalible que es el hospedaje del Vampiro.

Mas, o estos indicios tal vez falsean, o ni uno, ni otro se practica en algunas partes; porque en uno, de los muchos sucesos, que el Autor refiere, veo, que la diligencia que se hizo para descubrir el Vampiro, fue abrir todas las fosas, para ver qué cadáver tenía las circunstancias que dije arriba; porque éstas son las que últimamente deciden, que se use de esta, que de aquella práctica en la investigación del Vampiro

Descubierto éste, el arbitrio que se toma para librarse de su persecución, es darle segunda muerte, o matarle más, por no considerarle bastantemente muerto. Pero esta segunda muerte es cruel, o porque piensan que todo eso es menester para acabar con él, o por parecerles que los daños, que ha hecho, merecen un suplicio muy riguroso. Empálanle, pues, pero no siempre según la práctica de Moscovia, donde a los grandes facinerosos clavan en un madero puntiagudo, que los atraviesa el cuerpo, según su longitud. Por lo menos a algunos les rompen con el madero el pecho, haciendo salir la punta de él por la espalda. Mas este remedio no siempre es eficaz, pues a algunos los deja con vida. Y ya se ha visto Vampiro, que atravesado el palo por el pecho de parte a parte, hacía mofa de los ejecutores, diciendo, que les estimaba dejasen aquel palo para ahuyentar los perros. Cuando esta diligencia es inútil, usan del último recurso, que es quemarlos; de suerte, que los reducen a cenizas. Y así cesa el daño, y el miedo de su continuación. 
          Feijoo añade, además, que en lo que él denomina «esos cuentos de Vampiros se envuelven tres imposibles»:

El primero, mantenerse el Vampiro vivo en el sepulcro, no sólo muchos días, sino muchos meses. De uno, u otro se dice, que pareció después algunos años. Segundo imposible, salir del sepulcro, sin apartar la losa, ni remover la tierra, lo cual parece no puede hacerse sin verdadera penetración del cuerpo del Vampiro con el interpuesto de la tierra, y la piedra. Tercero de la misma especie, el regreso del Vampiro al sepulcro, que tampoco puede ser sin penetración, por intervenir el mismo estorbo. 

          Y muestra su extrañeza por el hecho de que se trate de un fenómeno del que solo se tienen noticias desde hace «sesenta años, o poco más»  y sólo en las regiones ya citadas, esto es Hungría, Silesia, Grecia... 
También le resulta increíble y «opuesto a la máxima diabólica», que los Vampiros  avisen a muchos de su próxima muerte, pues en su opinión el diablo trabaja para «adormecernos en la confianza de una larga vida, para que la muerte nos coja impreparados». Por otra parte -insiste-, «pretender que por verdadero milagro los Vampiros, o se conservan vivos en los sepulcros, o, muertos como los demás, resucitan, es una extravagancia, indigna de que aun se piense en ella». Feijoo considera aún más «milagrosa» la supuesta resurrección de los vampiros, pues se dice que estos salen, sin mover los sepulcros.

        Advierte además que, en su opinión, estas narraciones de vampiros se deben entender como producto de las «extravagancias, despropósitos, y quimeras es capaz la imaginativa del hombre, cuando llega a hacer muy fuerte impresión en ella algún objeto» y añade: «Es esta una potencia generativa de monstruos de todas especies, hallándose en circunstancias, que la exciten a explicar esa infeliz fecundidad. Aun el informe claro de los sentidos corpóreos es ineficaz para borrar sus siniestras impresiones». Para probar esto último recurre al testimonio que el botanista Joseph Pitton de Tournefort incluyó en la relación de su Viaje de Levante (1717), a propósito de su estancia en la isla Míkonos, en el archipiélago de las Cícladas.
 
En un lugar de aquella isla se había extendido el rumor de que veían pasear de noche a un paisano que había sido asesinado, sin que se conociera a su asesino. Lejos de limitarse al paseo, se decía que la víctima «entraba en las casas, rompía puertas, y ventanas, trastornaba los muebles, y hacía otras muchas travesuras», así que lo tomaron como un Brucolaco, denominación que reciben en Grecia -dice Feijoo-, lo que en Hungría y Silesia de llaman Vampiros-. A fin de conjurar el mal, dijeron algunas misas, pero, dado que no surtió efecto, decidieron que, nueve días después del entierro, celebrarían una nueva misa en la capilla en que estaba sepultado. Una vez terminada, desenterraron su cadáver y le arrancaron el corazón. 
        Prosigue Feijoo:

Asistió a todo muy de cerca Tournefort con sus compañeros de viaje. El cadáver era todo hediondez, y podredumbre. Con todo, los Isleños porfiaban en que mantenía su natural color, que la sangre estaba líquida, y rubicunda, aunque Tournefort, y sus compañeros no veían otra sangre que una masa de malísimo color coagulada. Y el que había arrancado el corazón, aseguraba que al tacto había reconocido el cuerpo caliente. La resolución, que luego tomaron, fue quemar el corazón. Pero esta diligencia de nada sirvió, porque el Brucolaco proseguía en sus travesuras, y aun peor que antes, porque maltrataba a golpes a los vecinos. En todas las casas entraba a molestarlos, exceptuando la del Cónsul, donde estaba alojado Tournefort con sus compañeros. Toda la Isla estaba en una confusión terrible. Todos tenían pervertida la imaginación. Los de mejor entendimiento padecían la misma extravagante impresión, que los demás. Por calles, y plazas todo era sonar en gritos: El Brucolaco, el Brucolaco. Se veían familias enteras abandonar sus casas, y muchos retirarse a la campaña. Tournefort, y sus compañeros todas las mañanas oían nuevas insolencias del Brucolaco. Apenas había quien no se quejase de algún nuevo insulto, y aun le acusaban de que cometía pecados abominables. Pero nosotros, dice el mismo Tournefort, callábamos; porque si mostrásemos disentir a sus cuentos, nos tratarían de infieles.

        Al final, optaron por «reducir a cenizas el cadáver. Hízose así. Y desde entonces no se oyeron más quejas del Brucolaco». Lo que viene a poner de manifiesto la decadencia de la Grecia moderna» que «de la más alta sabiduría» se ha despeñado por el camino de la barbarie y ello por causa -infiere- de la revolución que provocó «en aquellos espíritus la dominación Otomana. La experiencia ha mostrado siempre, que el yugo, que se carga sobre la libertad, oprime también la razón». 
        El texto completo puede leerse aquí. (Continuará).

domingo, 23 de marzo de 2014

En alabanza de un carpintero llamado Alfonso, de Nicasio Álvarez Cienfuegos

De momento, me limito a copiarlo para que mis alumnos puedan leerlo directamente, sin perderse dentro de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, donde se encuentra junto a otras Poesías del autor, publicadas por Sancha en 1821. Más adelante incluiré algún comentario. 
     Aquí está el citado poema de Cienfuegos.

Virtutem... invenies... callosas habentem manus.
SÉNECA, De Vita beata, 7.

Yo lo juré: mi incorruptible acento         
vengará la virtud, que lagrimosa         
en infame baldón yace indigente.          
En despecho del oro macilento              
y de ambición pujante y envidiosa,     5          
mil templos la alzaré do reverente,          
sus aras perfumando          
al orbe su loor iré cantando.             
Nobles magnates, que la humana esencia             
osasteis despreciar por un dorado     10          
yugo servil que ennobleció un Tiberio,          
mi lira desoíd. Vuestra ascendencia          
generación del crimen laureado,          
vuestro pomposo funeral imperio,              
vuestro honor arrogante,     15          
yo los detesto, iniquidad los cante.             
¿Del palacio en la mole ponderosa          
que anhelantes dos mundos levantaron          
sobre la destrucción de un siglo entero,              
morará la virtud? ¡Oh congojosa     20          
choza del infeliz! A ti volaron          
la justicia y razón desde que fiero,          
ayugando al humano,          
de la igualdad triunfó el primer tirano.                 
Dilo tú, dilo tú, pura morada     25          
del íntegro varón: taller divino          
de un recto menestral... Adonde, adonde...          
¿Quién sacrílego habló? ¿Qué lengua osada          
se mueve contra mí porque apadrino              
a la miseria do virtud se esconde     30          
mi Apolo condenando,          
innoble y bajo al menestral llamando?             
¿Innoble? ¡Oh monstruo, en el profundo Averno          
perezca para siempre tu memoria              
y tu generación! ¿Eternamente     35          
habremos de ignorar que el sempiterno          
es Padre universal? ¿Que no hay más gloria          
ante su rectitud inteligente          
que inflexible justicia,              
ni más baldón que la parcial malicia?     40             
Fue usurpación, que la verdad nublando,          
distinciones halló do sus horrores          
se ilustrasen. Por ella la nobleza,          
del ocioso poder la frente alzando,              
dijo al pobre: soy más; a los sudores     45          
el cielo te crió; tú en la pobreza,          
yo en rico poderío,          
tu destino es servir, mandar el mío.             
¿Y nobles se dirán estos sangrientos              
partos de perdición, trastornadores     50          
de las eternas leyes de natura?          
¿Nobles serán los locos pensamientos          
de un ser que innatural huella inferiores          
a sus hermanos, y que audaz procura              
en sobrehumana esfera     55          
divinizar su corrupción grosera?             
¿Pueden honrar al Apolíneo canto,          
cetro, toisón y espada matadora,              
insignias viles de opresión impía?     60         
 ¿Y de virtud el distintivo santo,          
el tranquilo formón, la bienhechora          
gubia su infame deshonor sería?          
¿Y un insecto envilece          
lo que Dios en los cielos ennoblece?                 
Levantaos, oh grandes de la tierra;     65          
seguid mis pasos, que a su tumba oscura          
Alfonso os llama. Enhiestos y brillantes          
con más tesoros que Golconda encierra,          
de vuestra claridad y excelsa altura              
presentad los blasones arrogantes,     70          
que a los vuestros famosos          
él ya a oponer sus timbres virtuosos.             
Recibiólo al nacer sacra pobreza          
para seguirle hasta el postrer aliento.              
Nació, y oyendo su primer vagido     75          
voló la enfermedad, y con dureza          
quebrantó su salud, eterno asiento          
fijando en él. Se queja, y al quejido          
desde el Olimpo santo              
baja virtud para enjugar su llanto.     80             
Crece, y sus padres con placer miraron          
crecer en él la cándida inocencia.          
Corrió su edad, esclareció su mente,          
y ya su pecho y su razón le hablaron.              
Mira en torno de sí, y es indigencia     85          
cuanto miró; y al contemplar doliente          
su familia infelice,          
un escoplo tomó, y así le dice:             
«Objeto de mi amor ¡ay!, sólo es dado              
el sustento al afán, y sólo el vicio     90          
se alimenta sin él. ¡Ley adorable          
de mi adorable autor! El triste estado          
ves de mis padres, cuánto sacrificio          
merezco a su cariño infatigable;              
ellos de noche y día     95          
compran con su dolor la dicha mía.             
¿Por siempre gemirán? Es tiempo ahora          
de amparar su vejez. Escoplo amigo,          
ya te puedo gritar; mi brazo fuerte              
a ti se acoge; tu favor implora;     100          
tú mi apoyo serás y firme abrigo          
contra el hambre y maldad; harás mi suerte          
hasta el día postrero,          
y yo te juro ser fiel compañero.                 
Empieza, empieza; y favorable el cielo     105          
bendiga tu empezar, y a tus labores          
dé rico galardón; puedas un día          
de mi triste familia ser consuelo.          
Puedas ¡ay!, de mi padre los sudores              
para siempre limpiar; y en compañía     110          
de su divina esposa          
cerrar los ojos en quietud dichosa.             
Y entonces ¡ay!, cuando orfandad doliente          
siembre en mis días soledad y lloro,              
¿adónde llevaré la débil planta     115          
que temple mi dolor? Tú de mi mente          
las fúnebres imágenes que honoro          
piadoso aparta, y la antorcha ardiente          
al amor concediendo              
con su dulce esposa mi penar partiendo.     120             
Modelo de virtud su fértil seno          
sabrá reproducir multiplicadas          
sus virtudes sin fin. Gozos filiales,          
el bien os ame; su cruel veneno              
no os soplen las maldades prosperadas.     125          
Estudiad los ejemplos maternales          
mientras la mano mía          
guarda vuestra niñez de la hambre impía.             
¡Seductora ilusión! ¡Oh quién me diera              
en salud floreciente mis labores     130          
no interrumpir jamás! Dios poderoso          
que paternal desde tu augusta esfera          
del infeliz recibes los clamores,          
yo me postro ante ti; vuelve piadoso              
hacia mí tu semblante,     135          
y mi quebranto cesará al instante.             
Yo no deseo la opulenta suerte          
de una alta condición; tú me la diste;          
cual tuyo adoraré mi humilde estado.              
Mas, ¡oh mi padre!, que tu brazo fuerte     140          
siempre me aparte de la senda triste          
del vicio; y que a tu acento recobrado          
mi vital desaliento          
en mi labor recoja mi sustento.»                 
Dijo, y obró; y al verle, estremecido     145          
el infierno tembló; y el vicio adusto          
miró caer su cetro fulminante.          
Por tres veces Alfonso repetido          
por los ángeles fue; y el nombre augusto              
de esferas en esferas resonante     150          
dijo el Ser soberano:          
este es el hombre que crió mi mano.             
Ven, oh tierra; venid, cielos hermosos,          
cantad las alabanzas del Eterno,              
y admirar su poder imponderable;     155          
ved entre los anhelos trabajosos,          
el hambre y el oprobio sempiterno,          
un Carpintero vil; inestimable          
tesoro en él se encierra:              
es la imagen de Dios, Dios en la tierra.     160             
Es el hombre de bien; oscurecido          
en miseria fatal, nubes espesas          
su virtud anublaron, despremiada          
su difícil virtud. Si enardecido              
de la fama al clarín arduas empresas     165          
obra el héroe, su alma es sustentada          
con gloriosa esperanza;          
mas la oscura virtud ¿qué premio alcanza?             
El desprecio, el afán, y la amargura;              
tal fue de Alfonso el galardón sangriento.     170          
Sacrificado a la inmortal fatiga,          
¿cuál fruto recogió? La parca dura          
debilitando su vital aliento          
desde el mismo nacer, hizo enemiga              
que en trabajo inclemente     175          
fuera estéril sudor el de su frente.             
Veía a sus hijos y su amante esposa          
en las garras del hambre macilenta          
prontos a perecer. En vano, en vano              
la enfermedad ataba poderosa     180          
sus miembros al dolor. Su alma atenta          
al ajeno sufrir, su estado insano          
olvida, y en contento          
dobla por sus amores su tormento.              
¡Oh tú, esposa feliz de un virtuoso,     185          
perpetua infatigable compañera          
de su eterna aflicción! Teresa amable,          
¿no es cierto que jamás tu santo esposo          
murmuró en su pesar? ¿Que lastimera              
su pobreza adoró? ¿Que inviolable     190          
su planta religiosa          
huyó de la maldad menos costosa?             
Y vosotros, oh prendas inocentes          
de Alfonso, hablad. Decidnos las lecciones              
que os dictó ejecutando; los dolientes     195          
que tierno consoló; los angustiados          
que su hambre sustentó; los corazones          
que su atractivo ejemplo       
llevó rendidos de virtud al templo.              
Bondad fue su vivir; en su semblante     200          
hablaba la deidad. ¡Oh cuántas veces          
mi espíritu en respetos abismado          
ante tu majestad probó el triunfante          
imperio de virtud. Mis altiveces              
allí desparecían, y humillado     205          
a sus palabras santas,          
tal vez quiso besar sus dignas plantas.             
Yo le vi... yo le vi... ¡Funesto día!          
Para siempre le vi... Pálida muerte              
volaba en torno de él. ¡Infortunado!,     210          
que el penúltimo sol entonces veía.          
Jamás, jamás, su enfurecida suerte          
ostentó más rigor. Desfigurado          
con furibundo acento              
me demandó su postrimer sustento.     215             
¡Sacrosanta virtud? ¿Tú suplicante          
a mí, débil mortal? Tú, tú lo viste,          
Omnipotente Dios, el amargura          
que mi pecho bebió en aquel instante.              
Nunca el sol para mí lució más triste;     220          
lloré mi dicha, deseé la tumba oscura,          
y ¡ojalá quien me diera          
que en el lugar de Alfonso padeciera!             
Disipad, destruid, oh colosales              
monstruos de la fortuna, las riquezas     225          
en la perversidad y torpe olvido          
de la santa razón; criad, brutales          
en nueva iniquidad, nuevas grandezas          
y nueva destrucción; y el duro oído              
a la piedad negando,     230          
que Alfonso expire, en hambre desmayando.             
¿Esto es ser noble? Vuestro honor sangriento          
en la muerte de Alfonso: ¡ay, ay, que expira!          
Pesadumbres huid; cesad siquiera              
de atormentar su postrimer aliento.     235          
Inútil ruego. Adonde el triste mira,          
aflicción. Con sus hijos lastimera          
su esposa se le ofrece;          
y cuanto sufrirán, él lo padece.                 ¡
Dolorido varón! Ni un solo día     240          
alegre te miró: ni un solo instante          
rió tu probidad. Torvos doctores,          
vos que enseñáis que con la tumba fría          
cesan el bien y el mal, ved expirante              
a Alfonso. Su virtud entre dolores;     245          
¿es nada, es nombre vano,          
o hay un otro vivir para el humano?             
Hay otro estado donde espera el justo          
eterno galardón. ¡Ah!, vuela, vuela,              
del santo Alfonso espíritu dichoso     250          
a la patria inmortal, adonde augusto          
te llama el Dios que justiciero vela          
por su amada virtud. Paró nubloso          
su invierno, y placentera              
ya le ríe inmortal la primavera.     255             
Goza, goza en la paz inalterable          
el fruto dulce de tu amable vida.          
Bebe de las delicias, que en torrentes          
manan sin descansar del Inefable.              
Yo entre tanto a la tumba oscurecida     260          
iré do tus cenizas inocentes          
yacen, y mis dolores          
mitigaré cubriéndola de flores.             
Iré, la bañaré con triste llanto              
en tributo anual; y cuando horrendo     265          
el falso vicio deslumbrarme intente,         
allí te buscaré. Tu nombre santo          
invocará mi voz, y el vicio huyendo,        
a mi clamor la sombra reverente              
saldrá, y en soplo frío     270          
volverá la virtud al pecho mío.             
¡Oh sepulcro que guardas el reposo          
de tan justo mortal! Hasta la muerte          
has de ser mi lección. Tú la inocencia              
me enseñarás; lo honesto y virtuoso     275          
leeré en tu oscuridad; harás que fuerte          
sepa amar el afán y la indigencia;          
y que allí atrincherado          
huelle el poder del crimen entronado.

jueves, 20 de marzo de 2014

Félix J. Palma en «Presencias Literarias»

        Presentado por Nieves Vázquez, estará el próximo jueves 20 (a las 19.00 hs.) en el ciclo «Presencias Literarias» de la Universidad de Cádiz Félix J. Palma.
         Reconocido autor de cuentos desde 2001 ha triunfado también en el campo de la novela. Entre las últimas, El mapa del tiempo y El mapa del cielo han conseguido éxitos notables en Europa, Japón y Estados Unidos.
         Mañana tendremos la oportunidad de conocer algo más de su narrativa de la mano de una narradora que, por cierto, ha sido, como Félix Palma, ganadora del premio Tiflos de relato.

        Por mi parte, aunque pueda resultar una pregunta cansina, me encantaría saber si es cierto que los editores siguen empujando a los autores de cuento a escribir novelas para "exhibir" un verdadero dominio del género narrativo.


sábado, 15 de marzo de 2014

Meléndez Valdés Oda XLII. «El abanico» (II)

Como veíamos en la entrada anterior, la dama no está dispuesta a soltar su prenda y así, el enamorado es un nuevo Tántalo, al que no deja de tentar. Así, mueve su abanico, que de inmediato se convierte en el símbolo de su poder, de su imperio amoroso, bajo el que el enamorado está dispuesto a consumir sus días:

François Boucher, Madame Pompadour


Tú, festiva, lo ríes,
y una mirada amable
es el premio dichoso
de tan dulces debates.
Mientras llamas de nuevo
con medidos compases
al fugaz cefirillo
a tu seno anhelante,
en mis ansias y quejas,
fingiendo no escucharme,
con raudo movimiento
lo cierras y lo abres;
mas súbito rendida,
batiéndolo incesante,
me indicas, sin decirlo,
las llamas que en ti arden.
Una vez que en tu seno
maliciosa lo entraste,
yo, suspirando, dije:
«¡Allí quisiera hallarme!»
Y otra vez ¡ay Dorila!
que a mi rival hablaste
no sé qué, misteriosa,
poniéndolo delante,
lloreme ya perdido,
creyéndote mudable,
y ardiéndoseme el pecho
con celos infernales.
Si quieres con alguno
hacer la inexorable,
le dice tu abanico:
«No más, necio, me canses».
Él a un tiempo te sirve
de que alejes y llames,
favorable acaricies,
y enojada amenaces.
Cerrado en tu alba mano,
cetro es de amor brillante,
ante el cual todos rinden
gustoso vasallaje;
o bien pliega en tu seno
con gracia inimitable
la mantilla, que tanto
lucir hace tu talle.
A la frente lo subes,
a que artero señale
los rizos que a su nieve
dan un grato realce.
Lo bajas a los ojos,
y en su denso celaje
se eclipsan un momento
sus llamas centelleantes
porque logren lumbrosos,
de súbito al mostrarse,
su triunfo más seguro
y como el rayo abrasen.
¡Ah, quién su ardor entonces
resista, y qué de amantes
burlándose, embebecen
sus niñas celestiales!
En todo eres, Dorila,
donosa; a todo sabes
llevar, sin advertirlo
tus gracias y tus sales.
¡Feliz mil y mil veces
quien en unión durable,
en ti correspondido,
cual yo merece amarte!
Y en esa continua tentación desea permanecer.

sábado, 8 de marzo de 2014

En el día de la mujer, «El sapo es un príncipe y viceversa»


«El sapo es un príncipe y viceversa» es el cuento que da título a un libro de relatos de José Ovejero (Madrid, 1958), publicado en 2008 por la Editorial Funambulista, dentro de la serie «Literadura». Ovejero, escritor de novelas y obras de teatro, es un innovador del género que cada vez va ganando más seguidores, el cuento. Y eso es lo que hace en este volumen donde, a partir de la relectura de alguos cuentos clásicos, para ofrecernos una nueva oportunidad de reflexionar sobre su sentido, dándoles la vuelta -como hace también Ana Rossetti- y arropándolos de un sentido del humor envidiable. En esto se acerca a otro cultivador del cuento, dotado también de un fino sentido del humbor y de una sabia afición a los clásicos, Juan Valera. Entre los del escritor de Cabra, «Garuda o la cigüeña blanca», por ejemplo, tiene cierta similitud con el relato que ocupa esta entrada, no solo por el ambiente del relato, sino también por la libertad característica de la heroína de los cuentos de Valera. 
    La etopeya de la protagonista del relato de Ovejero sirve para introducir la narración, lo que dirige al lector a profundizar en una de las características de su cuentística, el interés por la sicología de los personajes, más allá de la brevedad del género:
Érase una vez una adolescente de un país nórdico de cuyo nombre no hace ninguna falta que nos acordemos. Tampoco merece la pena averiguar cómo se llamaba su ciudad, y ni siquiera sería necesario saber cómo se llamaba la adolescente: era eso, una adolescente, es decir, no era tan feliz y optimista como fingía ser cuando estaba con un grupo de amigos, ni era tan desgraciada como habría parecido cuando se la veía con su familia. Tenía ataques de entusiasmo seguidos de ataques de mal humor. el mundo le parecía un lugar injusto y detestable; el mundo le parecía un lugar maravilloso y lleno de sorpresas que la aguardaban a la vuelta de cualquier esquina. El futuro le daba miedo, o más bien la daba miedo no tener otro futuro que el de los adultos que veía a su alrededor; temía volverse un día como ellos; y por eso mismo sentía mucha curiosidad por el futuro y aun creía que en su caso el destino haría una excepción: ella sería distinta, menos gris, viviría con más intensidad. 
Pero volvamos al cuento. La adolescente, llamémosla Sonja para facilitar la narración, había salido a pasear por el campo. Era primavera...
 
    Ahí, en el campo, y en una primavera como la que empieza a anunciarse dejamos a Sonja para que la rescate la lectora o el lector. 

A Pedro Romero, torero insigne, de Nicolás Fernández de Moratín.

Como bien estudiara John Polt, se trata de una oda pindárica, es decir, un epinicio o canción dedicada a un triunfador.
En los primeros versos el poeta pide a la cítara dorada de Apolo que interrumpa su descanso para hacerse oír por encima de la algarabía con que el pueblo espera la aparición de su héroe en el coso madrileño, un nuevo circo clásico. Lo más hemoso y galán de Madrid espera ver a quien busca renovar sus triunfos.

 Cítara áurea de Apolo, a quien los dioses
 hicieron compañera
 de los regios banquetes, y ¡oh sagrada
 musa! que el bosque de Helicón venera, 
no es tiempo que reposes; 
alza el divino canto y la acordada 
voz hasta el cielo osada, 
con eco que supere resonante 
al estruendo confuso y vocería, 
popular alegría, 
y aplauso cortesano triünfante, 
que se escucha distante 
en el sangriento coso matritense, 
en cuya arena intrépido se planta 
el vencedor circense, 
lleno de glorias que la fama canta.
Otras quiere adquirir, y así de espanto 
y de placer se llena 
la Villa que domina entrambos mundos. 
Corre el vulgo anhelante, rumor suena, 
y se corona en tanto 
de bizarros galanes sin segundos 
y atletas furibundos 
el ancho anfiteatro. Allí se asoma 
todo el reino de Amor, y la hermosura 
que a Venus desfigura, 
y no hay humano pecho que no doma 
(baldón de Grecia y Roma), 
y en opulencia y aparato hesperio 
muestra Madrid cuanto tesoro encierra 
corte de tanto imperio, 
del mayor soberano de la tierra.

Goya, Pedro Romero, 1795-98. Kimbell Art Museum fort worth. Texas
Pasea la gran plaza el animoso 
mancebo, que la vista 
lleva de todos, su altivez mostrando, 
ni hay corazón que esquivo le resista. 
Sereno el rostro hermoso, 
desprecia el riesgo que le está esperando; 
le va apenas ornando 
el bozo el labio superior, y el brío 
muestra y valor en años juveniles 
del iracundo Aquiles. 
Va ufano al espantoso desafío, 
¡con cuánto señorío! 
¡qué ademán varonil! ¡qué gentileza! 
Pides la venia, hispano atleta, y sales 
en medio con braveza, 
que llaman ya las trompas y timbales.

Tras destacar la hermosura de su rostro juvenil, el poeta alaba su fuerza varonil y su valor, comparable al de Aquiles. Sus gestos, su bravura son comparados también con los de los atletas griegos.
    Como sugiere Polt, la sucesión de estancias, plenas de alusiones clásicas y de léxico culto, culminan en una suerte de profecía. en ella el autor se propone emular a Píndaro y extender la gloria del héroe español.

No se miró Jasón tan fieramente 
en Colcos embestido 
por los toros de Marte, ardiendo en llama, 
como precipitado y encendido 
sale el bruto valiente
 que en las márgenes corvas de Jarama
 rumió la seca grama. 
Tú le esperas, a un numen semejante, 
sólo con débil, aparente escudo, 
que dar más temor pudo; 
el pie siniestro y mano está delante; 
ofrécesle arrogante 
tu corazón que hiera, el diestro brazo
 tirado atrás con alta gallardía; 
deslumbra hasta el recazo la espada, 
que Mavorte envidiaría. 
Horror pálido cubre los semblantes,
 en trasudor bañados, 
del atónito vulgo silencioso; 
das a las tiernas damas mil cuidados
 y envidia a sus amantes; 
todo el concurso atiende pavoroso 
el fin de este dudoso trance. 
La fiera que llamó el silbido
 a ti corre veloz, ardiendo en ira, 
y amenazando mira 
el rojo velo al viento suspendido. 
Da tremendo bramido, 
como el toro de Fálaris ardiente, 
hácese atrás, resopla, cabecea, 
eriza la ancha frente, 
la tierra escarba y larga cola ondea. 
Tu anciano padre, el gladiator ibero 
que a Grecia España opone, 
con el silvestre olivo coronado, 
por quien la áspera Ronda ya se pone 
sobre Elis, y el ligero
 Asopo el raudo curso ha refrenado, 
cediendo al despeñado 
Guadalevín; tu padre, que el famoso 
nombre y valor en ti ve renovarse, 
no puede serenarse, 
hasta que mira al golpe poderoso 
el bruto impetüoso 
muerto a tus pies, sin movimiento y frío, 
con temeraria y asombrosa hazaña, 
que por nativo brío 
solamente no es bárbara en España.
 ¿Quién dirá el grito y el aplauso inmenso
que tu acción vocifera, 
si el precio de tus méritos pregona 
la envidia, con adorno a la extranjera, 
que dice: «En el extenso 
mundo, ¿cuál rey que ciña la corona 
entre hijos de Belona 
podrá mandar a sus vasallos fieros 
(como el dueño feliz de las Españas) 
hacer tales hazañas? 
¿Cuál vencerán a indómitos guerreros 
en lances verdaderos, 
si éstos sus juegos son y su alegría?»
 ¡Oh, no conozca España qué varones tan invencibles cría! 
¡Rogádselo a los cielos, oh naciones! 
Y tú, por quien Vandalia nombre toma 
cual la aquiva Corinto 
(ni tal vio el circo máximo de Roma), 
si algo ofrece a mi verso el dios de Cinto, 
tu gloria llevaré del occidente 
a la aurora, pulsando el plectro de oro; 
la patria eternamente
te dará aplauso, y de Aganipe el coro.

martes, 4 de marzo de 2014

Vida bribona, soneto de Torres Villarroel

La vida de Diego Torres no fue precisamente fácil, como se cuenta en este soneto, que como decía en la entrada anterior, está tejido con materiales similares a los de Cuenta los pasos de la vida:

Vida bribona

En una cuna pobre fui metido, 
entre bayetas burdas mal fajado, 
donde salí robusto y bien templado 
y el rústico pellejo muy curtido. 
A la naturaleza le he debido 
más que el Señor, el Rico y Potentado, 
pues le hizo sin sosiego delicado 
y a mí con desahogo bien fornido. 
Él se cubre de seda que no abriga, 
yo resisto con lana la inclemencia, 
él por comer se asusta y se fatiga. 
Yo soy feliz si halago a mi conciencia, 
pues lleno a todas horas la barriga 
fiado de que hay Dios y Providencia.

Por eso, Torres, hijo de un humilde librero salmantino, necesitó buscar amparo en mecenas como la condesa de los Arcos, que lo acogió durante su estancia madrileña, al tiempo que publicaba sus famosos almanaques, pero Torres se vio pronto obligado a abandonar la Corte y regresar a Salamanca, donde publicaría su famosa autobiografía. Su obra, como la de otros escritores del XVIII, no permanecería ajena a la presión de la Inquisición.