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martes, 25 de febrero de 2014

Cuenta los pasos de la vida, soneto de Diego Torres Villarroel

Por alguna razón, siempre me ha conmovido este soneto de Diego de Torres Villarroel, a pesar de lo ajena que pueda resultarme su visión desengañada. Un desengaño producido por la creencia, muy en la línea de otros sonetos de Quevedo, de que la vida terrenal es un tránsito efímero e incierto, que apenas nos da la bienvenida para despedirnos casi sin darnos cuenta.
La desesperanza parece ser la única realidad del hombre, que admite la fúnebre ley severa a que lo ha condenado una culpa ajena. En medio, solo oscuridad y dolor y un ascético regodearse en la podredumbre escatológica, en la degradación material y vital.
Cuenta los pasos de la vida.

De asquerosa materia fui formado,
en grillos de una culpa concebido,
condenado a morir sin ser nacido,
pues estoy no nacido y ya enterrrado.
   De la estrechez obscura libertado
salgo informe terrón no conocido, 
pues sólo de que aliento es un gemido
melancólico informe de mi estado.
  Los ojos abro, y miro lo primero
que es la esfera también cárcel oscura;
sé que se ha de llegar el fin postrero.
Pues ¿adónde me guía mi locura,
si del ser al morir soy prisionero,
en el vientre, en el mundo y sepultura?

 Y sin embargo, cuántos matices, cuántos encierra su vida y su obra, como puedes descubrir en la página que le dedica la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, de donde proceden ambas imágenes:
BVMC
Muy diferentes son por cierto otros poemas como el que dejaré para la entrada siguiente que, tejido con semejantes mimbres, se envuelve con la agudeza cómica.

jueves, 13 de febrero de 2014

Un día como hoy, a los 27 años, se suicidó Larra

Así nos lo recuerda la Biblioteca Nacional, que nos ofrece su colección de obras digitalizadas de Larra y digo yo que tanta lucidez lo acabó destruyendo. Una lucidez que nos haría mucha falta en este momento de tanta oscuridad y si no lean algunas frases suyas que nos vendrían al pelo:
  «Las circunstancias» ( La Revista Española, Periódico Dedicado a la Reina Ntra. Sra., n.º 131, 15 de diciembre de 1833, Madrid):
«[...] mientras haya hombres la verdadera circunstancia es intrigar, estar bien emparentado, lucir más de lo que se tiene, mentir más de lo que se sabe, calumniar al que no puede responder, abusar de la buena fe, escribir en favor, y no en contra del que manda, tener una opinión muy marcada, aunque por dentro se desprecien todas, procurando que esa opinión que se tenga sea siempre la que haya de vencer, y vociferarla en tiempo y lugar oportunos; conocer a los hombres, mirarlos de puertas adentro como instrumentos, y tratarlos como amigos; [...]» 

 «Cuasi. Pesadilla política» (Revista Mensajero, núm. 162, 9 de agosto de 1835. «Boletín». Firmado: Fígaro)
«En España, primera de las dos naciones de la Península (es decir, de la cuasi-ínsula), unas cuasi instituciones reconocidas por cuasi toda la nación; una cuasi-Vendée en las provincias con un jefe cuasi imbécil; conmociones aquí y allí cuasi parciales; un odio cuasi general a unos cuasi hombres que cuasi sólo existen ya en España. Cuasi siempre regida por un Gobierno de cuasi medidas. Una esperanza cuasi segura de ser cuasi libres algún día. Por desgracia muchos hombres cuasi ineptos. Una cuasi ilustración repartida por todas partes. Una cuasi intervención, resultado de un cuasi tratado, cuasi olvidado, con naciones cuasi aliadas. El cuasi en fin en las cosas más pequeñas. Canales no acabados, teatro empezado, palacio sin concluir, museo incompleto, hospital fragmento; todo a medio hacer... hasta en los edificios el cuasi».

Por último, de momento.
 «Hay entre nosotros unos pocos hombres que andan jugando a la gallina ciega con nuestra felicidad, y que tienen el raro tino de hacer siempre las cosas al revés», en «Buenas noches. Segunda carta de Fígaro a su corresponsal en París» (El Español, 30 de enero de 1836).

Otro día, más.

miércoles, 12 de febrero de 2014

Meléndez Valdés, Oda XLII. «El abanico» (I)

Goya, Conversación galante
Como señala Rogelio Reyes, «los ilustrados propugnarán un nuevo concepto de la poesía y hasta un "poeta nuevo" que muchos de ellos verán encarnado en Meléndez Valdés, un autor que no representa sólo la vertiente racionalista y normativa del siglo sino también la veta sensualista, igualmente presente. Un poeta, en definitiva, versátil, que refleja muy bien la variedad de tendencias en ingredientes que confluyen en nuestra lírica setecentista.
La poesía es vista como una actividad que el hombre puede ejercer de forma natural junto a otras como el servicio en el ejército (Cadalso), o la administración pública, si bien es cierto que cierto tipo de poesía, ligera o festiva suele darse solo a la luz pública como obra juvenil o producto de los ratos de ocio.
El rococó, la tendencia que se desarrolla a mediados del XVIII por el refinamiento y ablandamiento del barroco, se prestará a mostrar el lado más frívolo y hedonista de una visión del mundo en la que el disfrute de la experiencia sensible, el cultivo del placer, es una faceta tan natural en el hombre como la reflexión y el ejercicio de la razón crítica. Así las artes, siguiendo la filosofía sensualista de Locke, pueden convertirse en un deleite para los sentidos.

 ODA XLII   El abanico

¡Con qué indecible gracia,
tan varia como fácil,
el voluble abanico,
Dorila, llevar sabes! 
¡Con qué movimientos
has logrado apropiarle
a los juegos que enseña
de embelesar el arte! 
Esta invención sencilla
para agitar el aire da,
abriéndose, a tu mano
bellísima el realce 
de que sus largos dedos,
plegándose süaves,
con el mórbido brazo
felizmente contrasten.

La sensibilidad rococó no desparece en la década de los 70 sino que sigue cultivandose al mismo tiempo que se desarrollan otras tendencias más comprometidas con el ideario de progreso ilustrado como el filosofismo que puede percibirse en otras obras de Meléndez, que en esta oda muestra su pericia para atender al detalle, al movimento, al erotismo sensible del galanteo.

Este brazo enarcando,
su contorno tornátil
ostentas cuando al viento
sobre tu rostro atraes. 
Si rápido lo mueves,
con los golpes que bates
parece que tu seno
relevas palpitante; 
si plácida lo llevas,
en las pausas que haces,
que de amor te embebece
dulcemente la imagen. 
De tus pechos entonces,
en la calma en que yacen
medir los ojos pueden
el ámbito agradable. 
Cuando con él intentas
la risita ocultarme
que en ti alegre concita
algún chiste picante, 
y en tu boca de rosa,
desplegándola afable,
de las perlas que guarda
revela los quilates, 
me incitas, cuidadoso,
a ver por tu semblante
la impresión que te causan
felices libertades.

La mujer, en este tipo de poesía, suele ser protagonista y revelar, con sus gestos, su actitud transgresora, la de la joven despreocupada, marcial, esto es, guerrera, conquistadora, la que, dispuesta a romper con todos los límites de la domesticidad y la sumisión al poder masculino, lleva la iniciativa en el juego de la seducción. Es ella la que incita al hombre, la que despiera en él su deseo, la que, no obstante, puede por un momento sonrojarse de su propio atrevimiento, para atacar inmediatamente, de nuevo, recriminando al hombre su falta de arrojo:
Si el rostro, ruborosa,
te cubres por mostrarme
que en tu pecho, aun sencillo,
pudor y amor combaten, 
al ardor que me agita
nuevo pábulo añades
con la débil defensa
que me opones galante. 
Al hombro golpecitos,
con gracioso donaire,
con él dándome, dices:
«¿De qué tiemblas, cobarde?»
No es mi pecho tan crudo,
que no pueda apiadarse,
ni me hicieron los cielos
de inflexible diamante.»
Insta, ruega, demanda,
sin temor de enojarme;
que la roca más dura
con tesón se deshace».
Al suelo, distraída,
jugando se te cae,
y es porque cien rendidos
se inquieten por alzarle.

El poema continúa mostrando el poder de la amada sobre el rendido galán.

sábado, 8 de febrero de 2014

«Reflexión política» sobre la lectura, de 1810

En varias ocasiones he utilizado en mi blog doceañista el Diario mercantil de Cádiz como fuente hemerográfica para conocer el estado de la ciudad en los años de las Cortes, su pulso político, la situación de la escena teatral, la afición a la música, la sociabilidad en calles y plazas, las tertulias y cafés y un sinfín de particularidades de la vida cotidiana de aquellos años; pero en esta ocasión quiero atraerlo a este cuaderno de bitácora, porque el 15 de diciembre de 1810 dedicó entre su sección de «Variedades» una reflexión política que tiene como objeto subrayar la importancia y alcance de la lectura.


Efectivamente, para el editor del periódico, la libertad de lectura es un derecho sagrado que permite conocer la verdad, alcanzar la felicidad y alejar el despotismo. Lógicamente, en la consideración ilustrada de este derecho prevalece su conexión con el decreto de libertad de imprenta, y de que la censura, ejercida por cualquier poder solo trata de proteger sus propios intereses, pero no deja de tener vigencia la idea de que la ignorancia nos hace esclavos. Y así, termina el redactor: «Ya es tiempo pues de que no sea un crimen en nuestro suelo el conocimiento de lo que debemos a la sociedad y de lo que ella nos debe por su parte; [...] ya ha amanecido el día feliz de que pongamos un dique a la esclavitud, sabiendo todos, y enseñando a nuestros hijos que el hombre es libre, y que jamás debe someterse a lo que le engaña o envilece [...]».

miércoles, 5 de febrero de 2014

Las revistas de Abelardo de Carlos y Almansa (1822-1884), editor gaditano



Es posible que el editor Abelardo de Carlos formara parte de una familia de comerciantes, de la que la guía de Cádiz para 1817 nos indica que entre los comerciantes residentes en la ciudad la viuda de D. Juan Miguel de Carlos vivía en la calle Ancha. Por la familia materna en 1842, año en que funda La Moda el médico, ingeniero y escritor Francisco Flores Arenas, la Guía de Cádiz nos trae a un Salvador Almansa, notario público. Por aquellas fechas La Moda se estampaba en la imprenta y litografía de la Revista Médica a cargo de Federico Joly Velasco, hasta que pasó a ser editada por Abelardo de Carlos, aunque continuaba Flores Arenas como director de la revista que desde 1863 cambia su formato a pliego mayor y el título de su cabecera al de La Moda Elegante, convirtiéndose en una de las mejores revistas ilustradas del momento. En ella colaboraban Fernán Caballero y otros escritores que no guardaban por cierto muy buena impresión de sus relaciones con el editor.
            Tras la revolución de 1868 Abelardo se traslada con su familia a Madrid y amplía su negocio con la adquisición de El Museo Universal Ilustrado a los grabadores catalanes José Gaspar y Gaspar Roig, que pasará a venderse con descuento a los suscriptores de La Moda Elegante. El 25 de diciembre de 1869 De Carlos decide transformar El Museo Universal Ilustrado en la Ilustración Española y Americana. Poco después, La Moda Elegante trasladaría a Madrid su cabecera y sería editada en la imprenta de Tomás Fornet desde el 30 de abril de 1870, para ser estampada dos años más tarde en la de Rivadeneyra y luego en la de Aribau y Cia., sucesores del anterior, cuyo taller de imprenta, estereotipia y galvanoplastia acogería también desde 1882 la impresión de la Ilustración Española y Americana. Ambos negocios producirían una fortuna millonaria al editor gaditano.

            Dos años más tarde, a los 62 años moría Abelardo de Carlos y su figura sería recordada en la revista que más crédito y fortuna le dio.

domingo, 2 de febrero de 2014

«El talismán. Un relato del sitio de Cádiz», de Jesús Maeso de la Torre (II)

Como alude el título del relato, el momento climático se produce con el hallazgo del talismán, cuando los soldados son enviados a vigilar desde el promontorio de Sancti Petri. Desde allí observan las ruinas del castillo y Rodrigo decide ir a explorar lo que queda del antiguo templo fenicio, mientras sus compañeros prefieren permanecer en el lugar solazándose: 
         Unas golondrinas huyeron despavoridas ante su presencia, y de repente, del nido de hojarascas, pajuelas y plumones, se desprendió un objeto luminoso de oro purísimo, que tras un vuelo fulminante, tintineó en el suelo con un sonido seco y metálico. De inmediato atrajo la atención de Rodrigo. Era una moneda antigua de oro. La tomó en su mano con un sobresalto supersticioso y tras frotarla con saliva se la acercó a sus curiosas pupilas. El anverso representaba la cabeza de un hombre distinguido -quizás el dios Melkart fenicio-, y en el reverso resaltaban dos peces, uno debajo del otro. 
         -Es soberbia y debe valer lo suyo- masculló-. Esa efigie debe ser la de Melkart, «el Señor de la cuidad fenicia de Gadir». La guardaré para regalársela a mi padre. 

         Pero retornó bruscamente a la realidad. 
        Un soldado francés escondido vociferó a sus espaldas en la quietud del crepúsculo. Al poco se escuchó la detonación de una pieza de artillería. Muy cerca de allí.

          La superstición de Rodrigo le lleva a presentir que la moneda encierra algo mágico que solo creerá descubrir más adelante. Efectivamente, la bomba ha caído donde estaban sus amigos y los tres han perdido literalmente la cabeza. La terrible visión le hace vomitar y luego gritar furioso:  «La guerra no es un acto de honor, es una plaga bíblica. ¡No es justo Dios mío!- gritó en el silencio. Es la muerte».
          Curiosamente, los sentimientos que desencadenan la tragedia vivida por el joven Rodrigo son similares a los que despiertan en Frasquita Larrea la desolación que sigue a la batalla de Chiclana. La experiencia ha sido crucial y marcará su vida para siempre: «Se había hecho hombre de un solo trago, pero ya no sublimaba la guerra. Detestaba convertirse en el héroe que tanto había soñado». 
         La lección ha sido dura y eso dará sentido a sus palabras finales. Si quieres saber cuáles son, tendrás que leer el libro.

sábado, 1 de febrero de 2014

Microrrelatos de Rosa Montero, Santiago Roncagliolo y Andrés Neuman para una clase

Esta ha sido la actividad que les he pedido a los alumnos del máster para el lunes. Tienen que diseñar una clase práctica a partir bien del relato de Jesús Maeso, El Talismán o bien a partir de tres de los microrrelatos que publicó El País con motivo de las elecciones de 2011 y con la propuesta redactar una entrada de blog.

Rosa Montero (Madrid, 1951).


El valor de votar

El cabo Díaz, nacido en Cuenca, España, se inclinó cauteloso sobre el cuerpo. El velo negro de la mujer, muerta en Khost, Afganistán, ocultaba la sangre. La bala había entrado por un ojo. Qué ironía, pensó Díaz: asesinada por querer votar. Cuando él llevaba años pasando de hacerlo.

Santiago Roncagliolo (Lima, 1975)

 

En la cola

-Votaré en blanco porque los odio a todos -dijo él-. Son horribles.
La señora de la cola lo escuchaba en silencio. Él se fijó en su carnet: era la interventora del PP. Él se disculpó por salvaje. Pero ella sonrió:
-¡Si estoy encantada! Los que odian a los políticos son todos de izquierdas.



Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977)

La minoría

Ligera, en una esquina, frente a la ventana abierta, la papeleta tembló con el cambio de aire, rotó, pareció levitar, se dobló como una ola, como un caballo rampante, destacando sobre el resto de papeletas. La mano la esquivó y levantó la de siempre.