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domingo, 30 de diciembre de 2012

Dos rojas lenguas de fuego, la rima XXIV de Bécquer

El amor es un tema recurrente en el romanticismo y al que Bécquer dedicó numerosas composiciones, entre las que quiero destacar una de sus rimas más famosas, Dos rojas lenguas de fuego. En ella, Bécquer introduce el tema de la unión de las almas, la perfecta comunicación producida gracias al encuentro amoroso, que aparece también, por cierto, como motivo inspirador en la rima IV. Una visión platónica, de amplias resonancias petrarquistas, que viene precedida de ecos pitagóricos como esa mención a la musicalidad y la armonía de la naturaleza.


Dos rojas lenguas de fuego 
que a un mismo tronco enlazadas 
se aproximan y, al besarse, 
forman una sola llama. 

Dos notas que del laúd 
a un tiempo la mano arranca, 

y en el espacio se encuentran 

y armoniosas se abrazan. 


Dos olas que vienen juntas 
a morir sobre una playa 
y que al romper se coronan 
con un penacho de plata. 

Dos jirones de vapor 
que del lago se levantan 
y, al juntarse allá en el cielo, 
forman una nube blanca. 

Dos ideas que al par brotan; 
dos besos que a un tiempo estallan, 
dos ecos que se confunden; 
eso son nuestras dos almas.

          Por otra parte, como ya estudiara Díez Taboada, en ese fuego abrasador de las almas enamoradas está presente también  de la idea renacentista del amor  –León Hebreo-, que penetra vivamente la poesía amorosa del Prerromanticismo, el Romanticismo y el Posromanticismo. Efectivamente, la chispa, el éter, el átomo invisible, el germen de inteligencia y de vida, fuego abrasador, son elementos de la cosmogonía amorosa que podemos rastrear en Bécquer, aunque también en los europeos Schiller, Lamartine, o en Ferrán, y Arístides Pongilioni, entre algunos de los españoles, o para discutirlo, en Valera. Pero sobre todo es interesante la fusión «en uno» de los anhelos de amor de él y de ella, es decir, la unión de las almas en un espíritu alado, que ya es dos en uno, y que atrapa para sí todo lo que de hermoso y noble hay en el universo, para reflejarlo mágicamente purificado; he aquí ,de nuevo, los ecos del pensamiento de Novalis y Schelling.



          En fin, por una vez, ese amor ideal, ese encuentre entre dos, alcanza la unión pura que anhela el hombre romántico y gracias al pneuma, al aliento y alimento recíproco de las almas, la fusión de ese Dos que se repite anafóricamente al comienzo de cada una de las estrofas y luego en los cuatro versos de la última copla, se confunden en un solo espíritu.

jueves, 27 de diciembre de 2012

Autos de Navidad de «La Tía Norica»

          Antes de tener la ocasión de acudir a ver personalmente una representación de los autos de Navidad de la Tía Norica de Cádiz, había leído las impresiones que recogía José María León y Domínguez en sus Recuerdos gaditanos (1897). Rememoraba el autor cómo la amenaza de dejar de ir a ver aquellas funciones eran frecuentes como modo de contener las travesuras infantiles.

Diario de Cádiz
          Según Desiré Ortega, en 1815 en la gaditana calle Compañía se construyó el «Teatro de la Libertad» donde se exhibían estas «figuras corpóreas» que fueron adquiriendo mayor fama cada vez. 
          En todo caso, el Diario Mercantil de Cádiz, anuncia desde 1824 la representación de un Nacimiento, con «figuras móviles», que concluían con varios pasos del Testamento de la Tía Norica y una danza de negros. Curioso, por demás, en el anuncio, el precio de las localidades:


           Para diciembre de 1865 el Almanaque de la Publicidad, adelantaba como novedad la celebración de la feria de Cádiz, la «exhibición de esperpentos» en los teatros y la reapertura de dicho teatrillo de la tía Norica en la sala de la calle citada, que fue derribada en 1870.
           En fin, una oportunidad de contemplar este tradicional espectáculo en el recuperado Teatro Cómico, aunque debe tenerse cuidado con los niños pequeños, pues aún recuerdo el susto de la mía cuando, con apenas  un par de años, aparecía el Diablo dejando oír su potente voz.  
           Si no, siempre queda acudir al Museo de Cádiz a contemplar los primitivos títeres.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Los Cuentos gaditanos de Pedro Ibáñez-Pacheco

Un buen consejo, de un mejor amigo, me puso al tanto de la existencia de los Cuentos gaditanos de Pedro Ibáñez-Pacheco, un volumen de cuentecillos jocosos, costumbristas, con no pocos ingredientes satíricos, que su autor había publicado primero en la prensa periódica. Efectivamente, este escritor nacido en El Puerto de Santa María el 30 de noviembre de 1833, en el seno de una familia de clase acomodada, compuesta por sus padres, Jacinto Ibáñez‑Pacheco y Sánchez y María Dolores Gállaga y Belaustegui, y el primogénito, Jacinto.         Desde febrero de 1876, Pedro era colaborador asiduo de la revista La Verdad.Y es allí, donde desde el día 17 del mismo mes y año había empezado a publicar una serie de «romances», que alterna con algún que otro tipo de composición. En todo caso, aquellos no eran en realidad coplas populares, sino una especie de cuentos, en romance octosilábico, que luego verían la luz bajo el mencionado título.


  




Como hiciera ya Fernán Caballero, Ibáñez-Pacheco trata de reducir su papel al de mero transcriptor de unos cuentos populares, intentando así de que el público lector se identifique emotivamente con los cuentos, como si fueran de verdad producto del común gaditano y no obra de un creador.
                     Estos cuentos gaditanos, (...)
                     humildes anales son
                     y vulgarísimos ecos
                            de personajes añejos
                            de la ciudad en que moro,
                     conocidos todos ellos
                     por andar de boca en boca
                            entre la gente del pueblo.
                           Yo del vulgo los tomé (...)


Pero es patente que, como hiciera la propia Fernán, el escritor portuense tampoco se limita a reescribirlos con fidelidad, sino que, como señala su prologuista Díaz Benjumea, a los tales chascarrillos añade algunos detalles, sobre todo en la presentación de los personajes y ambientes y, tomando partido —o no— por sus protagonistas, adapta «a la popular forma del romance los dichos de nuestros Molieres de capa parda, patilla de hacha, sombrero calañés, y navaja en cinto, y las ocurrencias ingeniosas de personas de todas las esferas».

Historia del centauro azul

HISTORIA DEL CENTAURO AZUL
Conviene saber, —señor, prosiguió Ben-Eridoun, que había en las cercanías de Nanquin una pequeña montaña, a cuya falda había una cueva, de la cual había cinco años que en cierto día salía un centauro azul que llegaba a las puertas de la villa, y se llevaba algunas vacas y algunos bueyes. Se divertían tirándole flechas al centauro; él tenía la piel más dura que un hierro. El rey Fanfur muchas veces había hecho ponerle lazos, y armarle trampas, y él las evitaba con destreza; y aunque este monarca había prometido recompensas considerables a cualquiera que le entregase muerto o vivo, nadie había podido conseguirlo, y cuantos lo habían emprendido habían perecido en la empresa. Pero volvamos a Gulguli-Chemamé.
Informóse ésta de la historia del centauro, y considerando que más fácilmente lograría el intento de cogerle por ardid que por fuerza, ayudada de la banda encantada de Gulpenhé[1], con que se había quedado al tiempo de su separación del príncipe de la China, se valió de los medios que ahora voy a referir a vuestra majestad.
La entrega de la banda encantada y la espada.
Ilustración de la edición de Calleja. 

Hizo pedir al rey de la China un carro tirado de dos valientes caballos, cadenas gruesas de hierro, cuatro vasos de cobre, una pipa del mejor vino, y seis hogazas hechas de la harina más fina.
Fanfur hizo dar a Gulguli-Chemamé todo cuanto pedía. Ella lo hizo cargar todo sobre el carro, y enterada de la habitación del centauro, condujo a aquel paraje ella misma un carro la víspera del día que debía de parecer. Puso lo primero los vasos sobre la tierra, los llenó después del vino que había llevado, y, habiendo allí mismo arrojado las hogazas que había hecho pedazos, se retiró a un bosque pequeño, que estaba cerca, y después de haber vuelto su banda, pasó allí la noche sin inquietud. 
 Apenas empezaba la aurora a asomarse, cuando la princesa despertó. Vio distintamente desde el paraje en que estaba al centauro azul salir de su caverna. Este se pasmó de ver los cuatro vasos de cobre; el olor del vino le hizo que se acercase. Comió luego algunos pedazos de aquellas hogazas, que halló de un gusto exquisito, tragó destempladamente lo restante, y se bebió después todo el vino; pero era tan grande la cantidad de este licor, que bien presto se le subió a la cabeza, y, no pudiendo sostenerse más, se vio obligado, algunos instantes después, a tenderse en el suelo y entregarse a un sueño profundo. La princesa de la Georgia que veía todo este pasaje, acudió luego con sus cadenas, con ellas ató al centauro azul, de manera que aunque se hallara con todas sus fuerzas,  nunca se pudiera desatar; y habiéndole puesto con bastante trabajo sobre el carro,  montó ella dentro, y le llevó hacia Nanquin, cuyas puertas le fueron todas abiertas.  
El áspero movimiento del carro disipó un poco de la embriaguez al centauro. Parecióle estar extremadamente aturdido de verse atado de aquella manera; pero no pudiendo irse,  por más esfuerzos que hizo para este fin,  se dejó finalmente llevar como una bestia. 
Todos los habitantes de Nanquin estaban llenos de admiración y temor. Sola Gulguli-Chemamé se veía con un semblante apacible y modesto sobre el carro con el centauro; y habían ya atravesado buena parte de la Villa, cuando su marcha fue interrumpida por la de un funeral, de un mozo chino, cuya muerte lloraba amargamente su padre. Mientras, que uno de los Bonces [2] que conducía la fúnebre pompa cantaba bien ciertas especies de himnos en alabanza de Kam y de Vichnou , el centauro azul levantó en este mismo tiempo la cabeza,  miró después, y con atención esta ceremonia; y echando después a reír con tanta fuerza que casi perdió la respiración, causó a la princesa una admiración extremada.



[1] Banda encantada de Gulpenhé. Se trata del típico objeto mágico de los cuentos maravillosos que, en este caso, según se explica en el XLII cuarto de hora, la princesa Gulpenhé había dado al príncipe de la China, de quien estaba enamorada, para, «al abrigo de la murmuración», hacerle «entrar y salir a todas horas  en palacio», pues la banda tiene la «virtud de hacer invisible en dándole una vuelta» a quien la lleve.
[2] Copio aquí la nota del autor a otro pasaje. «Los bonces son especie de clérigos de China».
Más información en mi Antología del cuento español del siglo XVIII, Cátedra, Madrid, 2005.

martes, 18 de diciembre de 2012

Maus, ¿una novela gráfica entre la literatura y el reportaje?

Recuerdo que hace ya varios años un alumno Erasmus, que tenía intención de hacer un trabajo sobre el reportaje novelado, para mi asignatura "Literatura y periodismo", fue la primera persona a la que oí hablar de  Art Spiegelman y de lo que él consideraba un magnífico aunque heterodoxo reportaje novelado sobre el holocausto nazi, Maus
En su opinión, y así trataba de justificarlo en su trabajo, el autor cubría un tema noticioso, profundizando en él y ayudándose de los recursos literarios y narrativos propios de la novela. En su origen, la obra publicada en 1972 tan solo tenía tres páginas, aunque el resultado hubiera dado lugar finalmente a dos tomos en blanco y negro.

Maus

En todo caso, se trata de una obra que, para su iconografía, toma de la fábula literaria la representación animal de los personajes.

El País.
         Hoy, considerada ya como una novela gráfica de culto, conozco que su autor ha retomado en Metamaus esta historia para dar a conocer al público todo lo que significó aquel proceso creativo, donde su relación con un padre al que no quería parecerse, Vladek, superviviente del holocausto, marcó esta creación.  


viernes, 14 de diciembre de 2012

El primer cuento de Hans Christian Andersen

The tallow candle es el título del primer cuento del autor danés, que acaba de ser recuperado por un paisano suyo. El investigador  Esben Brage es el autor del hallazgo del manuscrito de este cuento de hadas, que habla sobre la importancia de la autenticidad frente a la apariencia exterior.
Se trata de una copia manuscrita heterógrafa -no realizada por el autor- de un relato que H.C. Andersen debió componer entre 1822 y 1826.


Primera página del manuscrito. Fuente AFP/ El País.
Se desconoce dónde puede hallarse el manuscrito original. 
Más información, en la noticia de El País, que hoy ofrece su traducción al español en versión de Enrique Bernárdez.

jueves, 13 de diciembre de 2012

El diario bélico-político de Frasquita Larrea (I)

          Como es bien sabido, Frasquita Larrea decidió tener al tanto a su marido, Juan Nicolás Böhl de Faber, de la marcha de la guerra y la política española.
         Efectivamente, tras las primeras cartas en que Frasquita da rienda suelta a la felicidad que siente por reencontrarse en los campos de su juventud, a finales de 1807 muestra los primeros signos de preocupación y el 20 de noviembre confesará a su esposo la inquietud que le producen el nuevo giro de los suceso políticos: «Solano ha salido para el ejército de Portugal. ¿Qué se nos prepara? Es una pregunta que me hago algunas veces y a la cual no me atrevo a contestarme, porque hierve mi sangre en las venas» [1]. 
Sus amigos, entre ellos el Padre Gil, le envían novedades sobre la ocupación de los franceses de Cataluña (11 de marzo de 1808) y le angustian las noticias sobre el ejército, así como las disposiciones tomadas por el gobernador Cayetano Valdés, pero su mayor perplejidad procede de la reacción de la Iglesia y la Monarquía: «Parece que Solano y su ejército salieron de Setúbal el 2 de marzo, que se encaminan a Badajoz y de allí a Cádiz. Está dispuesta una diputación de Lisboa compuesta del Inquisidor Serena y de algunos de la casa de Braganza, para dar gracias a Napoleón por los singulares favores con que los ha honrado». Con frecuencia la alteran la rapidez con la que se suceden los hechos: «Nuestras cabezas están alborotadas. Verás por los papeles inclusos, que ya la política debe interesarme». 
     Ya en abril de 1808, decide trasladar a su marido «un pequeño diario de los acontecimientos públicos de nuestra España, bien persuadida de que te han de interesar. Porque ¿quién no ha de querer una nación tan noble, tan generosa, tan leal?»[2]. Y así, el 12 anota: «Verás por mi diario el estado de las cosas políticas pero lo que no puedes ver, y es lo más admirable, es el estado de los espíritus»
           El día 22 recibe noticias de Cádiz a través de su amigo José Joaquín de Mora: «Ayer tuvimos aquí una función muy augusta y respetable, una procesión de rogativa por el Rey, en quien iban las comunidades, la oficialidad, el clero, el obispo, los cabildos el gobernador y los regimientos».
          Tras un pasajero desencanto provocado por la actitud condescendiente de Godoy, ante los requerimientos de Napoleón –Fernando VII sale a Bayona por Irún el 23 de abril, y que le hace exclamar «El patriotismo me había electrizado, el honor nacional se había despertado en mi alma, cercado de todas las imágenes gloriosas de nuestros antepasados y mi imaginación preveía con enajenamiento el feliz porvenir de la España. Todo acabó. La España ha vuelto a degradarse», el 29 de abril le pide a su marido que trate de conseguir todo lo que se publica y que ella no podrá adquirir: «¡Procúrate los decretos, las proclamas, etc., sobre todo la que se hizo al leal pueblo de Vitoria!, por mis manos no han de pasar. ¡Y llora sobre estos nobles españoles!»[3].
         Un mes más tarde vuelve a respirar herida en su patriotismo y decepcionada de la política: «Tuve la sencillez de meterme a política por algunos momentos. Fácil a entusiasmarme por lo grande y lo noble en todo género, y por la virtud, mi corazón palpitaba de gloria y esperanza. ¡La caída ha sido cruel». La noticia de que el día de San Fernando se jurará por el rey vuelve a darle ánimos, pero la amenaza de la guerra vuelve a ensombrecer su espíritu. Las noticias son cada vez más preocupantes y no se sabe bien cuál es mayor enemigo: «Todos se vienen a Chiclana. Se teme un bombardeo de los ingleses en Cádiz. Ayer atolondraba el ruido de los carruajes y hacía un funesto contraste con el abatido silencio de los que se paseaban por el camino». Aún no se han producido las señales de amistad de los británicos y todo hace temer lo peor.
         Durante nueve meses las cartas que se cruza el matrimonio se pierden, pero sabemos que en ellos su corazón vuelve a enardecerse, hasta el punto de que Frasquita levanta la voz para dirigirse a sus paisanas, en un primer intento quizás de trascender la esfera doméstica y realizar una incursión en la arena pública. Producto de esta actividad es  la proclama titulada «Saluda una aldeana española a sus patricias» o «compatricias», en otras versiones, fechada a 10 de julio de 1808, que publiqué por primera vez en 2006, al encontrarla en el tomo IV de una colección de folletos de similar alcance patriótico, la Demostración de la lealtad española: Colección de proclamas, bandos,  órdenes, discursos, estados de ejército, y relaciones de batallas publicadas por las Juntas de Gobierno,  o por algunos particulares en las actuales circunstancias. En ella la proclama de Frasquita aparece firmada con el seudónimo «Laura» [4].
          Las anotaciones de este diario bélico continúan a finales de octubre, pero esto será objeto de otra entrada.


[1] Carta datada en Chiclana a 11 de marzo de 1808. Cf., Antonio Orozco Acuaviva, La gaditana Frasquita Larrea. Primera romántica española, pág. 233
[2] Sobre este particular he publicado, «El discurso de Frasquita Larrea y la politización del Romanticismo», en Cuadernos de Ilustración y Romanticismo, nº, 2003, págs. 3-13. También, «El patriotismo anticonstitucional de una mujer gaditana: Frasquita Larrea (1775-1838)», en La ilusión constitucional. Pueblo, Patria, Nación. Actas del XI Congreso de Ilustración al Romanticismo, 2004, págs. 129-142..
[3] Marieta Cantos Casenave (ed.), Los episodios de Trafalgar y las Cortes de Cádiz en las plumas de Frasquita Larrea y Fernán Caballero, Diputación Provincial de Cádiz, Cádiz, 2006, págs.
[4] Ibídem, págs. También aparece reseñado y comentado en relación con lo que ella considera un diferenciado concepto del patriotismo femenino en mi estudio de 2008, Las «Las mujeres en la prensa entre la Ilustración y el Romanticismo», en La Guerra de Pluma, III, págs. 157-334. Ver también «La guerra de pluma y la conquista femenina de la tribuna pública», en Pedro Rújula y Jordi Canals, Guerra de ideas: política y cultura en la España de la Guerra de la Independencia, Marcial Pons, 2011, págs. 211-237 

sábado, 8 de diciembre de 2012

El «Quijote» y el «quijotismo» en la prensa del Setencientos. «El Censor»

          Dado que la lectura del Quijote satírica fue la que predominó en el Setecientos, no es extraño que se utilizara no ya esta obra como modelo narrativo, que también lo fue en España y en el resto de Europa, sino a su protagonista y visión del mundo como modelo de «desfacedor de entuertos», como muy bien ha estudiado nuestro flamante doctor Cuevas. 
          En un siglo de crisis -del verbo κρισις (krisis) y este del verbo κρινειν (krinein), que significa «separar»,  «cribar»,  «discernir» o «enjuiciar»- es facil entender que en este intento de decidir qué era lo que podía sostenerse como verdadero a la luz de la razón y de la experiencia, Cervantes se convirtiera -y con él su personaje- en un referente para esa revisión crítica de todo el conocimiento heredado.
          En la misma medida puede entenderse que el periodismo del siglo XVIII, tan atento ya en estos años a la moral -esto eso a las «mores», costumbres- de su época, no perdiera oportunidad para enjuiciar la conducta de su sociedad, el comportamiento social, los hábitos de sus paisanos y, en este sentido, es en el que hay que entender el fundamento y el propósito de uno de los periódicos más importantes de esta centuria, El Censor, en cuyo primer discurso, que sirve de prospecto, el periodista, al explicar el sentido de la máscara tras la que se esconde, justifica el tono y el objeto de su visión crítica:

            «Algo más que mi semblante me parece digno de la curiosidad del público mi carader, que no dexa de ser bastantemente extraño. Por otra parte, siendo una de las cosas que me propongo en esta obra representar los de otros, que me parezcan particulares, es muy justo que empiece por el mío, y que su descripción aparezca a la frente de todos ellos. Asi procuraré trazar mi retrato moral en el presente discurso, que informando al mismo tiempo a mis Lectores de los motivos que me han empeñado en ser Escritor público, podrá servir de prologo a los que se sigan. Consiste principalmente la estrañeza de mi carafter en una razón tan sumamente delicada, que nada apenas de quanto se la presenta merece su aprocion, y en un genio tan en extremo vivo y arisco que nada puede sufrir que no la logre, y que en las cosas que debieran serle mas indiferentes se interesa con la mayor viveza. Uno y otro se descubrió en mí desde muy niño».
          No obstante, será en el nº 68, cuando se presente a sí mismo como un nuevo Don Quijote, enajenado por descubri todo tipo de errores:

           «Sí, Señores, el Censor es, y lo tiene a mucha honra, mui semejante a un Don Quijote del mundo filosófico, que corre por todos sus países en demanda de las aventuras, procurando desfacer errores de todo género, y enderezar tuertos y sinrazones de toda especie, pertenezcan unos y otros a la materia que pertenecieren. He aqui su manía. Intento verdaderamente loco; ya por la cortedad de sus fuerzas, ya por la debilidad de sus armas. Razoncitas, discursitos que cuando mas llenan un pliego y alguna satirilla tan débil como una caña, miren qué baterías de cañones o qué buenos doblones de a ocho, para que hubiesen de convencer o persuadir a nadie en el mundo».
           Así lo hará y a cambio, como preveía, el periódico recibirá numerosos ataques hasta el punto de que varios números serían denunciados a la censura y se produciría tal campaña en su contra que finalmente el gobierno decidiría pagar una pensión a su autor para que dejara de escribir. Pero eso es ya otra triste historia.
          En todo caso, su sátira no resultó vana y su ejemplo cundió. Con mayor o menor fortuna, otros periódicos -entre ellos uno gaditano, El Argonauta Español- volverían a traer a sus páginas al personaje del Quijote y su afán crítico contra errores e injusticias. Un modelo, que, por cierto, no acabó en el Setecientos y que, como bien estudia un doctor en ciernes ha dado numerosos ejemplos en los periódicos y, particularmente, los folletos ensoñadores de los años de las Cortes y la Guerra de la Independencia.



 

martes, 4 de diciembre de 2012

«Prosigue la Historia de la Princesa de Tesis» (II)

           Prosigue la «Historia de la Princesa de Tesis» de la entrada anterior:



—Yo te amo, Señor, a ti; yo aborrezco al  rey, y yo en Nanquin lo puedo todo. Si tú eres hombre de resolución me es fácil ponerte sobre el trono; me encargo yo misma de dar veneno a Fanfur, y solo espero tu aprobación para ejecutar este proyecto.

XLIV QUARTO DE HORA.

          Un discurso semejante hizo temblar a la princesa de Tesis [1] : retiróse hacia atrás con una sorpresa extraordinaria:  —¡Oh cielos!, señora —dijo a Kamcém—, ¿un designio tan torpe puede entrar en vuestro espíritu? Y me tenéis a mí por digno de tener parte en ello. Conoced mejor al príncipe Soufél. No nací yo para acciones tan grandes; y si fuera capaz de concurrir a una empresa tan execrable, sabed que no aceptaría el trono sino para daros el merecido castigo de un delito, cuya proposición sola  me causa horror.          
           La reina de Nanquin al punto conoció toda su imprudencia. El amor se apagó en su corazón, por hacer lugar a la rabia y a la venganza; pero disimulando su sentimiento:  —Señor —replicó—, olvida uno con facilidad su deber cuando ama: no culpéis sino a vos mismo del extraño proyecto que había formado para probaros hasta donde llega el exceso de mi pasión. Creí que era demasiado poco ofreceros mi persona sola, y que un trono os podría deslumbrar. De cualquiera manera que se alcance es bueno reinar, y no podía yo poneros la corona sobre la cabeza, sino por la muerte de mi esposo; pero ya que desaprobáis mi propuesta, sed a lo menos reconocido a la buena voluntad que una mujer de mi distinción quiere con gusto teneros, y pensad que no se le puede pagar la exclusiva que por la efusión de su sangre.
         La princesa de Tesis, alterada -o ultrajada–, de la desvergüenza de Kamcém, mostraba en su rostro la indignación que había concebido del caso, a tiempo, que el rey de Nanquin entró en el aposento, de la reina. Su arribo impensado desconcertó a Kamcém. Ella quedó tan pasmada,  y la princesa de Tesis tan conmovida, que este monarca no supo qué pronosticar de aquella sorpresa:
          —¿Qué has hecho pues, señora —la dice— a la reina, que leo en vuestro semblante, y en el del príncipe Soufél, que mi presencia os enfada?  —No, señor —interrumpió prontamente Kamcém— tomando su partido, sin detención. Si me veis aturdida, es de lo que este joven héroe acaba de proponerme. Él ha venido —continuó ella— a echarse a mis pies, para obtener de vos el permiso de ir a combatir al centauro azul, que debe parecer después de mañana a las puertas de esta villa, y, quiere perder la cabeza, si no le conduce vivo a vuestras cárceles.
          La princesa de Tesis, a quien el principio del discurso de la reina había hecho temblar, le quitó entonces la palabra; y aunque ignoraba qué cosa era el centauro azul:  —Señor —dijo a Fanfur—, no he de desdecir a la reina, y os suplico con  instancias no os opongáis al designio que he concebido de libraros de este monstruo. El rey, atónito del valor de Soufél, al principio se opuso a su resolución.  —Yo admiro —le dijo— la intrepidez, y dudo mucho del logro de vuestros designios; pero puesto que la reina me lo pide, andad, señor, y estad seguro de mi entero reconocimiento, si lográis el intento de empresa tan dificultosa.
           [Continuará]

[1] Tesis. Anoto aquí lo que aclara el autor a este respecto en otro pasaje. «Alias Artaxata, capital de la Georgia, está situada al pie de una montaña de quien el río Kur lava la falda».

sábado, 1 de diciembre de 2012

«Prosigue la Historia de Gulguli-Chemamé, Princesa de Tesis»


 
Mil y un cuartos de hora. Cuentos tártaros, de Fray Miguel de Sequeiros*.

          El buen rey Fanfur [1], señor, prosiguió Ben-Eridoun, después de seis años de ausencia del principe Outzim-Ochantey, a quien ya no contaba entre los vivos, se había al cabo determinado a darse otro heredero. No había tres meses que había hecho elección de una esclava de rarísima belleza que había elevado al trono, cuando Gulguli-Chemamé entró en Nanquin[2], capital de la China, adonde este príncipe hacía su residencia.  
          Como ella no quería darse a conocer, tuvo el cuidado de ocultar su sexo con el traje de hombre; y no obstante ese disfraz, su buena gracia, y el aire gracioso de su persona, no la hicieron ser menos notada de todos los moradores de Nanquin. 
          Fanfur, que con su nueva esposa estaba a la ventana de su palacio, a tiempo que la princesa de Tesis pasaba, fue curioso de saber quién era un extranjero de tan buena cara: mandó le dijesen le quería hablar y Gulguli-Chemamé, habiéndose presentado delante de aquel monarca, con un aire que le agradó sobre manera, le dijo que era un hijo de un príncipe de la Georgia, y que se llamaba Soufél, y que viajando solo por su gusto, pensaba de hacer en Nanquin larga mansión.
          La reina Kamcém (este era el nombre de aquella esclava), a quien Fanfur había dado parte de su trono, estaba con este monarca cuando hizo llamar a Gulguli-Chemamé: ella le representó, que no era  grandeza suya permitir que un extranjero como Soufél posase en otra parte que en palacio, y este buen rey, que siguiendo el uso de las gentes de cierta edad, que se desposan con personas mozos, se dejaba gobernar enteramente por su mujer, aprobó un consejo en que el amor de Kamcém tenía más parte que la generosidad. Ella no pudo echar los ojos sobre un hombre tan cabal, sin hacer de él comparación con el rey Fanfur. Este príncipe, por quien ella no tenía inclinación alguna, le pareció espantosamente feo en aquel momento, y sintió nacer en su corazón una violentísima pasión al joven Soufél.
          La favorable acogida que ella le hizo no movió a Fanfur persuadido de la sabiduría de la reina. Él mismo la ministraba cada instante los medios de entretener a Soufél; y Kamcém no esperó mucho tiempo para declararle lo que pasaba en su corazón. 
          Gulguli-Chemamé, que había atribuido las honras que recibía de esta princesa a un motivo del todo diferente del que la impelía, quedó admirada de una declaración tan pronta y tan urgente: quedó inmóvil cuando Kamcém, interpretando favorablemente su silencio, prosiguió de esta manera: 
           [Continuará]





[1]  Fanfur. Sigo la anotación del autor a otro pasaje. «Ha habido un príncipe, llamado Fanfur, que reinó en la China el año de 1289.»
[2] Nanquin. «Nanking. Ciudad China, en la región oriental, capital de la provincia de Kiangsu».