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martes, 19 de marzo de 2013

«La cárcel de Edimburgo», una novela de Walter Scott

      Haber nacido de gentes honradas esto es, de urna familia sin mancha, es una ventaja tan preciosa para el pueblo   Escocés, como para los Nobles el descender de una antigua casa. La estimación y el respeto tributados a una familia de aldeanos son considerados por propios y extraños, no sólo como un justo motivo de orgullo, sino también como una garantía de la buena conducta de todos los demás miembros de la familia, Por el contrario, una mancha como la que acababa de caer sobre uno de los hijos de Deans, se extendía a todos sus parientes, 
WALTER SCOTT.—La Prisión de Edimburgo.

Con esta cita y otra anterior, de otro texto del mismo autor, La alcoba tapizada, iniciaba Fernán Caballero su relato Magdalena, que tuve ocasión de comentar en mi libro Fernán Caballero. De la relación al relato, así como en Los episodios de Trafalgar y Cádiz en las plumas de Frasquita Larrea y Fernán Caballero. Se trata, como apunta la cita, de la historia de un deshonor, el provocado por la protagonista al ser seducida por un joven extranjero; un asunto, este del honor mancillado, que tanto abordaría Fernán en novelas y, especialmente, en relatos. 
         Al decir de Biruté Ciplijauskaité con ella y con su obra La Gaviota, nace en España la novela de adulterio que tendría tan afortunadas plasmaciones en Fortunata y Jacinta, La Regenta y otras tantas. Claro que la diferencia fundamental en las obras de doña Cecilia Böhl de Faber es su visión providencialista, que la lleva a castigar a las transgresoras. Olvidada, arrinconada y sin voz acaba sus días la antiguamente exitosa cantante María. Muerta terminará la joven e ingenua Magdalena, no sin antes ver ejecutar a su hermano, que ha decidido vengar el honor familiar, asesinando al seductor inglés.
          La protagonista de Walter Scott es Jenny Deans, que camina a Londres para obtener el indulto real para su hermana Effie, con el fin de sacarla de la prisión en que se encuentra, acusada erróneamente de haber matado a su propio hijo. 
Effie y Jenny en la prisión, según la novela de Walter Scott.
Estampa de Schopin. Fundación Lázaro Galdiano.

Curiosamente, Magde es el nombre de la joven miserable que, tras haber tenido un niño fuera del ventajoso matrimonio que iba a contraer, enloquece al averiguar que dicha criatura había sido asesinada por su madre, con el fin ocultar la infidelidad al futuro esposo. 
          La madre, asesina y ladrona, morirá ejecutada en la horca, como castigo a sus crímenes,  y Magde, espectadora del ajusticiamiento, morirá de resultas del maltrato a que la somete una muchedumbre que tiene por malvadas hechiceras a todas las escocesas que llegan a la capital.

martes, 4 de diciembre de 2012

«Prosigue la Historia de la Princesa de Tesis» (II)

           Prosigue la «Historia de la Princesa de Tesis» de la entrada anterior:



—Yo te amo, Señor, a ti; yo aborrezco al  rey, y yo en Nanquin lo puedo todo. Si tú eres hombre de resolución me es fácil ponerte sobre el trono; me encargo yo misma de dar veneno a Fanfur, y solo espero tu aprobación para ejecutar este proyecto.

XLIV QUARTO DE HORA.

          Un discurso semejante hizo temblar a la princesa de Tesis [1] : retiróse hacia atrás con una sorpresa extraordinaria:  —¡Oh cielos!, señora —dijo a Kamcém—, ¿un designio tan torpe puede entrar en vuestro espíritu? Y me tenéis a mí por digno de tener parte en ello. Conoced mejor al príncipe Soufél. No nací yo para acciones tan grandes; y si fuera capaz de concurrir a una empresa tan execrable, sabed que no aceptaría el trono sino para daros el merecido castigo de un delito, cuya proposición sola  me causa horror.          
           La reina de Nanquin al punto conoció toda su imprudencia. El amor se apagó en su corazón, por hacer lugar a la rabia y a la venganza; pero disimulando su sentimiento:  —Señor —replicó—, olvida uno con facilidad su deber cuando ama: no culpéis sino a vos mismo del extraño proyecto que había formado para probaros hasta donde llega el exceso de mi pasión. Creí que era demasiado poco ofreceros mi persona sola, y que un trono os podría deslumbrar. De cualquiera manera que se alcance es bueno reinar, y no podía yo poneros la corona sobre la cabeza, sino por la muerte de mi esposo; pero ya que desaprobáis mi propuesta, sed a lo menos reconocido a la buena voluntad que una mujer de mi distinción quiere con gusto teneros, y pensad que no se le puede pagar la exclusiva que por la efusión de su sangre.
         La princesa de Tesis, alterada -o ultrajada–, de la desvergüenza de Kamcém, mostraba en su rostro la indignación que había concebido del caso, a tiempo, que el rey de Nanquin entró en el aposento, de la reina. Su arribo impensado desconcertó a Kamcém. Ella quedó tan pasmada,  y la princesa de Tesis tan conmovida, que este monarca no supo qué pronosticar de aquella sorpresa:
          —¿Qué has hecho pues, señora —la dice— a la reina, que leo en vuestro semblante, y en el del príncipe Soufél, que mi presencia os enfada?  —No, señor —interrumpió prontamente Kamcém— tomando su partido, sin detención. Si me veis aturdida, es de lo que este joven héroe acaba de proponerme. Él ha venido —continuó ella— a echarse a mis pies, para obtener de vos el permiso de ir a combatir al centauro azul, que debe parecer después de mañana a las puertas de esta villa, y, quiere perder la cabeza, si no le conduce vivo a vuestras cárceles.
          La princesa de Tesis, a quien el principio del discurso de la reina había hecho temblar, le quitó entonces la palabra; y aunque ignoraba qué cosa era el centauro azul:  —Señor —dijo a Fanfur—, no he de desdecir a la reina, y os suplico con  instancias no os opongáis al designio que he concebido de libraros de este monstruo. El rey, atónito del valor de Soufél, al principio se opuso a su resolución.  —Yo admiro —le dijo— la intrepidez, y dudo mucho del logro de vuestros designios; pero puesto que la reina me lo pide, andad, señor, y estad seguro de mi entero reconocimiento, si lográis el intento de empresa tan dificultosa.
           [Continuará]

[1] Tesis. Anoto aquí lo que aclara el autor a este respecto en otro pasaje. «Alias Artaxata, capital de la Georgia, está situada al pie de una montaña de quien el río Kur lava la falda».