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viernes, 15 de marzo de 2013

Otros besos. El ósculo envenenado de Góngora

De besos, ya hemos tratado con Valera, Bécquer y ahora, por mediación de un poema de Jovellanos ––quién lo iba a decir––, me acordé de este soneto de Góngora:

La dulce boca que a gustar convida 
Un humor entre perlas distilado, 
Y a no invidiar aquel licor sagrado 
Que a Júpiter ministra el garzón de Ida, 
Amantes, no toquéis, si queréis vida; 
Porque entre un labio y otro colorado 
Amor está, de su veneno armado, 
Cual entre flor y flor sierpe escondida.
No os engañen las rosas que a la Aurora 
Diréis que, aljofaradas y olorosas 
Se le cayeron del purpúreo seno; 
Manzanas son de Tántalo, y no rosas, 
Que pronto huyen del que incitan hora 
Y sólo del Amor queda el veneno.

Suplicio de Tántalo


Góngora avisa, como otros tantos poetas, de los peligros del amor: así le fue a Adán, ––se diría.

Detalle de El Carro de Heno, de «El Bosco»

          Claro que pocos fueron tan claros como Nicolás Fernández de Moratín en su Arte de las putas. Y es que el XVIII tiene su Ilustración oculta

lunes, 7 de enero de 2013

Bécquer y Valera, a propósito del beso.

         Como tuve ocasión de analizar en  «Una lectura de El Cortesano de Castiglione. A propósito del amor y del beso», aunque Valera era admirador de esta obra de Castiglione, sin embargo, no creía en la existencia real de ese amor platónico, tal como puede comprobarse en sus novelas y cuentos. No obstante, sí concedía al amor una capacidad regeneradora, creadora, estimulante del ser humano y del artista en particular.


         Es posible que Juan Valera conociera la rima XXIV de Bécquer, puesto que es un poeta al que admira y en ese sentido no sería del todo extraño que cuando Valera escribió este cuento en Viena en 1894 tuviera sus Rimas presentes, junto a otras referencias. En todo caso, el beso final de su cuento El Hechicero recupera este motivo que es clásico, por otra parte, del platonismo:

          «Ricardo le selló la boca con un beso prolongadísimo y la ciñó apretadamente entre los brazos para que ya no se le escapase. Ella le miró un instante con lánguida ternura, y cerró después los ojos como en un desmayo.
Los pájaros, las mariposas, las flores, las estrellas, las fuentes, el sol, la primavera con sus galas, todas las pompas, músicas, glorias y riquezas del mundo imaginó ella que se veían, que se oían y que se gozaban, doscientas mil veces mejor que en la realidad externa, en lo más intimo y secreto de su alma, sublimada y miríficamente ilustrada en aquella ocasión por la magia soberana del Hechicero.
Silveria le había encontrado, al fin, propicio y no contrario. Y él, como merecido premio de la alta empresa, tenaz y valerosamente lograda, hacía en favor de Silveria y de Ricardo sus milagros más beatíficos y deseables».

          Las diferencias entre uno y otro texto son también patentes, pues a pesar del encanto poético con que Valera retrata la escena, es también notable su carga erótica, que el egabrense trata de moderar con las referencias a una naturaleza armónica, pero no deja de aludir también a unos seres que «se gozaban». Lo sublime se modula con lo erótico, pues Valera no cree en la existencia de un amor libre de pasión, libre de gozo carnal.
Novelas como Rafaela, la Generosa, Pepita Jiménez, El comendador Mendoza, y cuentos como El duende beso, Garuda, y El hechicero, por destacar algunos de las obras más significativas a este propósito, muestran bien a las claras de qué manera Valera disfruta recreándose en la sensualidad, en el erotismo -contenido eso sí, para sus lectores bienpensantes- que se hace mucho más explícito en las cartas que escribió desde su estancia diplomática en Brasil.  
La rima de Bécquer, a pesar de ser una de las más luminosas que compuso sobre el tema amoroso, no llega a alcanzar el optimismo vitalista de Valera y es que Silveria, su protagonista, es uno de los personajes más positivos, más vitales, de entre los creados por el escritor egabrense. Un personaje que, sin embargo, no encuentra fácilmente el amor, antes debe recorrer un camino tortuoso, laberíntico, para conocerse a sí misma y así alcanzar a su hechicero. En todo caso, el beso es aquí también la fusión de las almas, la unión ideal que recompensa la lucha por alcanzar el encuentro con el amor.

viernes, 4 de enero de 2013

La Rima IV de Béquer y la creación poética

           Cuando se comentan las Rimas de Bécquer, suele distinguirse un primer grupo conformado por las once primeras, en las que el autor aborda el tema de la poesía, de su creación, de su origen. Efectivamente, esta rima IV es en sí misma metapoesía, pues utiliza el poema para ilustrar las diversas fuentes de poeticidad, el múltiple origen de la inspiración.

«Rima»

No digáis que, agotado su tesoro, 
de asuntos falta, enmudeció la lira; 
podrá no haber poetas; pero siempre 
habrá poesía. 
Mientras las ondas de la luz al beso 

palpiten encendidas, 

mientras el sol las desgarradas nubes 

de fuego y oro vista, 
mientras el aire en su regazo lleve 
perfumes y armonías, 
mientras haya en el mundo primavera, 
¡habrá poesía! 

Mientras la ciencia a descubrir no alcance 

las fuentes de la vida, 

y en el mar o en el cielo haya un abismo 

que al cálculo resista, 
mientras la humanidad siempre avanzando 
no sepa a dó camina, 
mientras haya un misterio para el hombre, 
¡habrá poesía! 

Mientras se sienta que se ríe el alma, 

sin que los labios rían; 

mientras se llore, sin que el llanto acuda 

a nublar la pupila; 
mientras el corazón y la cabeza 
batallando prosigan, 
mientras haya esperanzas y recuerdos, 
¡habrá poesía! 

Mientras haya unos ojos que reflejen 

los ojos que los miran, 

mientras responda el labio suspirando 

al labio que suspira, 
mientras sentirse puedan en un beso 
dos almas confundidas, 
mientras exista una mujer hermosa, 
¡habrá poesía!


          Así, la poesía aparece independiente de su creador, porque aquí no se contempla la poesía como el producto de la creación poética, sino como la fuente de la que puede manar. Bécquer quiere convencernos de que si la obra no surge no es por falta de motivos inspiradores, sino de creadores que sepan descubrirla y convertir esas posibilidades en acto, esas virtualidades en realidad, en poesía.
           El origen del posible entusiasmo creador es, como decía, múltiple y se encuentran en las maravillas de la naturaleza, en los misterios que se resisten a la razón, en la complejidad del sentimiento y en el amor y la belleza, porque aquí, como en la rima XXIV, aparece de nuevo el motivo del «beso de las almas».
          En fin, desde el punto de vista de Bécquer, el verdadero poeta es aquel capaz de descubrir a los ojos de los demás el misterio que se oculta a la mirada del resto de los hombres, aquel ser sobrehumano cuya inspiración divina le permite sacar a la luz la magia que encierra el universo. Esa es la misión semidivina del poeta, tal como se interpretaba en el Romanticismo y muy particularmente entre los románticos alemanes.

domingo, 30 de diciembre de 2012

Dos rojas lenguas de fuego, la rima XXIV de Bécquer

El amor es un tema recurrente en el romanticismo y al que Bécquer dedicó numerosas composiciones, entre las que quiero destacar una de sus rimas más famosas, Dos rojas lenguas de fuego. En ella, Bécquer introduce el tema de la unión de las almas, la perfecta comunicación producida gracias al encuentro amoroso, que aparece también, por cierto, como motivo inspirador en la rima IV. Una visión platónica, de amplias resonancias petrarquistas, que viene precedida de ecos pitagóricos como esa mención a la musicalidad y la armonía de la naturaleza.


Dos rojas lenguas de fuego 
que a un mismo tronco enlazadas 
se aproximan y, al besarse, 
forman una sola llama. 

Dos notas que del laúd 
a un tiempo la mano arranca, 

y en el espacio se encuentran 

y armoniosas se abrazan. 


Dos olas que vienen juntas 
a morir sobre una playa 
y que al romper se coronan 
con un penacho de plata. 

Dos jirones de vapor 
que del lago se levantan 
y, al juntarse allá en el cielo, 
forman una nube blanca. 

Dos ideas que al par brotan; 
dos besos que a un tiempo estallan, 
dos ecos que se confunden; 
eso son nuestras dos almas.

          Por otra parte, como ya estudiara Díez Taboada, en ese fuego abrasador de las almas enamoradas está presente también  de la idea renacentista del amor  –León Hebreo-, que penetra vivamente la poesía amorosa del Prerromanticismo, el Romanticismo y el Posromanticismo. Efectivamente, la chispa, el éter, el átomo invisible, el germen de inteligencia y de vida, fuego abrasador, son elementos de la cosmogonía amorosa que podemos rastrear en Bécquer, aunque también en los europeos Schiller, Lamartine, o en Ferrán, y Arístides Pongilioni, entre algunos de los españoles, o para discutirlo, en Valera. Pero sobre todo es interesante la fusión «en uno» de los anhelos de amor de él y de ella, es decir, la unión de las almas en un espíritu alado, que ya es dos en uno, y que atrapa para sí todo lo que de hermoso y noble hay en el universo, para reflejarlo mágicamente purificado; he aquí ,de nuevo, los ecos del pensamiento de Novalis y Schelling.



          En fin, por una vez, ese amor ideal, ese encuentre entre dos, alcanza la unión pura que anhela el hombre romántico y gracias al pneuma, al aliento y alimento recíproco de las almas, la fusión de ese Dos que se repite anafóricamente al comienzo de cada una de las estrofas y luego en los cuatro versos de la última copla, se confunden en un solo espíritu.