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martes, 18 de agosto de 2015

Rafael Chirbes, Tavernes de Valldigna (Valencia), 1949 - 2015)

Difícil es seleccionar unas cuantas líneas, para tratar de hacer un homenaje a un gran escritor, al que tuve la oportunidad de conocer con motivo de una de las «Presencias literarias», celebradas en la Universidad de Cádiz el 23 de octubre de 2008; una ocasión, por cierto, que sirvió también para que él renovara el contacto con nuestro común amigo Alberto González Troyano, a quien había conocido durante sus años de enseñanza en Marruecos.

Acababa de recibir el Premio Nacional de la Crítica 2007, por su novela Crematorio, que luego serviría para inspirar una serie televisiva sobre la destrucción del litoral y la especulación inmobiliaria. Por entonces, yo apenas conocía su labor de articulista en la revista Sobremesa, y algunos de los artículos de viaje reunidos en Mediterráneos
     En la comida que pude compartir con él y otros compañeros de la Universidad tuve la ocasión de conocer a un sabio, entrañable y humilde, como lo son los verdaderos, buen degustador de vinos —nos descubrió el Hécula, que después tanto hemos cultivado y recomendado a familiares y amigos Alberto Ramos y yo—, aceites y otros productos mediterráneos, y un apasionado tejedor y destejedor de los hilos de la historia que unen tantos productos, tantos instrumentos relacionados con la cultura popular a lo largo de los siglos. Algo de eso se trasluce en la visión de la charca sobre la que se concentra buena parte de la trama de su última novela, En la orilla; una visión densa, compleja, preñada de emociones y sabiduría, donde al mismo tiempo profundiza en esa perspectiva de la crisis que reflejara en Crematorio:
     «Aquí fue donde, por primera vez, cebé el anzuelo, arrojé el sedal y cobré un par de peces diminutos (no recuerdo de qué especie, una lisa, una tenca, imagino) que mi abuela preparó esa noche para cenar. Un guiso de patatas, ajo, pimentón dulce y una hoja de laurel. Estos dos son para el niño, que los ha pescado. De vuelta a casa, empezó a llover, y tuvimos que refugiarnos en una construcción en ruinas, donde habíamos guardado la bicicleta. Cuando vimos que no dejaba de llover y el cielo estaba cada vez más oscuro, mi tío se atrevió a coger la bicicleta, conmigo sentado en la barra, me envolvió en el capote de caucho cubriéndome también la cabeza, la lluvia acribillando la supèrficie y yo metido en aquel envoltorio como en una estufa; del cuerpo de mi tío me llega el vaho caliente, oigo estallar en la superficie del caucho los goterones de lluvia cada vez más densos. En esos días otoñales de gota fría, o durante el invierno, llega hasta el fondo del marjal el mugido del mar, cuyas aguas altas hinchan las del pantano: el oleaje penetra por las bocas del río y de los canales de desagüe y el espejo del lago se rompe en mil pedazos que, como hechos de brillantes esquirlas de un metal líquido, se juntan y separan nerviosos, cambiando continuamente de forma y de posición. El marjal cobra vida, todo es movimiento: el agua, las cañas, los matojos, todo se agita. Lo he visto decenas de veces, pero los recuerdos se concentran en la tarde en que de repente se oscureció el cielo y el día viró a una noche extraña, bañada por lívida luz que parecía brotar de la superficie del agua». 

     Pronto llegará la gota fría y el invierno y, a través de su literatura, podremos imaginar a Chirbes acudiendo a zambullirse de nuevo en las aguas del Mediterráneo.

1 comentario:

  1. Lo conocí cunado escribía en Sobremesa y lo trajimos a un seminario sobre vinos. Y volví a hablar con él tras su intervención en Presencias Literarias, bebiendo manzanilla en Veedor. En su último correo, hace ya meses, me decía que tenía ganas de tomar, de nuevo manzanilla y hablar un poco de todo. Gran escritor, excelente conversador y compañero de barra.

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