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jueves, 22 de enero de 2015

Las tres cosas de Jerez, de Pedro Muñoz Seca

         Cuando hace algunos años, escribía acerca del vino de Jerez en la literatura, me topé con esta zarzuelita de Carlos Fernández Shaw y Pedro Muñoz Seca, con música del maestro Vives, Las tres cosas de Jerez (1907).
Las tres cosas de Jerez

El argumento no puede ser más simple ni más machista también, y lo aseguro desde la óptica no solo actual sino también de algunas mujeres que por aquellas fechas andaban peleando por que se reconocieran sus derechos. Las tres cosas de Jerez alude a la discusión de los protagonistas másculinos sobre cuál de los «productos» jerezanos brilla más: el vino, los caballos o la mujer.
            Sobre esta obra volví a propósito de un estudio «El humor de Pedro Muñoz Seca entre la tradición y la vanguardia: una reflexión», publicado en 2004, en el libro ¿De qué se venga don Mendo?: Pedro Muñoz Seca (Fundación Pedro Muñoz Seca, El Puerto de Santa María, pp. 87-98). Allí emparentaba esta zarzuela con otras obras como Coba fina (1912), Trianerías (1919), un sainete musical en dos actos, Seguidilla gitana (1926), y Pedro Ponce (1929), en que el comediógrafo portuense se aproximada al género andaluz y a la línea inaugurada por Juan Ignacio González del Castillo. 
         Las escenas en la bodega, el cortejo de la protagonista y de la feria son los elementos más pintorescos. Efectivamente, la obra se inicia en «un ventorro muy típico» en la campiña de Jerez de la Frontera. Con acompañamiento de cañas, se escucha una copla que dice: «¡Vivan mis amores! ¡Vivan / las tres cosas de Jerez:/ el vino, y que sabe a gloria; / el caballo y la mujer/» . El cuadro I nos traslada al interior de una bodega pequeña con tres andanas, en la que Mateo y Galletas discuten sobre cuál de las tres cosas de Jerez es superior. Entre coplas y tópicos se conoce que Milagros está desesperada por las desatenciones de Julio, que sólo piensa en beber y jugar, algo de lo que se aprovecha Frasquito, su capataz. En la escena VIII aparece el mencionado Julio, acompañado con un forastero, Domitilo Juáres. Unas escenas más adelante, Julio llama despectivamente a Frasquito, como un amo a su perro, y este promete venganza. 
         El Cuadro II se desarrolla en la casa de Milagros y su hermana Carola, donde tienen instalado un taller de guarnicionería. Milagros sufre nuevamente al conocer que Julio se ha jugado hasta el anillo que ella le regaló. El último cuadro nos lleva a la Feria de Jerez «tal como se celebraba, hasta hace pocos años, en las llanuras de Caulín». Se contempla en la tienda de un restaurante campestre unas mozas «muy majamente vestidas». No falta en escena un grupo de caballistas. En ese entorno festivo, Julio y Frasquito se encuentran. Cuando están a punto de pelearse a navajazos, llega Milagros y se abraza a Julio. Entonces Julio se arrepiente y se consuela, puesto que Frasquito ha conseguido su bodega y su caballo, pero no a su mujer. 
         Encontramos, pues, al igual que en el «género andaluz», la triangular trama amorosa, donde dos hombres de diferente estirpe y posición batallan por una mujer, abundancia de elementos costumbristas y pintorescos –además de las ya mencionadas pinceladas del decorado, el pregón del vendedor de flores, la reunión en la bodega, el cortejo a caballo, la reunión en una taberna, y la feria- y sobre todo el acompañamiento de la música, el cante y el baile andaluz, así como la exaltación del vino, en este caso no la manzanilla –como aparecía en los sainetes de González del Castillo o en muchos de las piezas andaluzas de José Sanz Pérez-, sino el de Jerez[1]. Es decir, toda una serie de recursos destinados, por una parte, a insertar la obra en una tradición cómica, y, por otra parte, a asegurarse la conexión festiva con el público[2], mayomayoritariamente masculino, todo hay que decirlo.

[1] Sobre este particular, resulta muy interesante el trabajo de Serge Salaün, «El género chico y los mecanismos de un pacto cultural», en Teatro menor en España a partir del siglo XVI, CSIC, Madrid, 1983, págs. 251-262.


[2] Como ya he notado en alguna otra ocasión, la presencia del vino en las obras de Pedro Muñoz Seca parece que, con frecuencia, tienen bastante de lo que en la actualidad se conoce como «publicidad estática». Cf., «Fama y evocación literaria de los vinos gaditanos», en Alberto Ramos Santana y Javier Maldonado Rosso, Vinos, vinagres, aguardientes y licores de la provincia de Cádiz, Fundación Provincial de Cultura de la Diputación de Cádiz, págs. 145-154.

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