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viernes, 19 de mayo de 2017

«Fernán Caballero» en «cuadros vivos».

      El pasado 6 de abril, tuve la oportunidad de inervenir en el  XIII Congreso organizado por el Centro Internacional de Estudios sobre Romanticismo Hispánico «Ermanno Caldera», con una ponencia sobre Frasquita Larrea y su hija Cecilia Böhl de Faber, Fernán Caballero.


Para la misma utilicé varias anotaciones de algunos diarios de viaje de Frasquita Larrea y algunas cartas de Cecilia. Entre estas últimas, una de las que más me ha llamado siempre la atención es aquella en la que Cecilia Böhl de Faber trataba de explicar en una carta a su amigo José Joaquín de Mora cómo se sentía en 1849, al publicarse La Gaviota en El Heraldo y haberse dado a conocer que era ella la que se escodía tras el seudónimo Fernán Caballero:

                                                 si tiene usted curiosidad de saber el efecto que ha he- 
                                                 cho en mí el verme en pública palestra, como observa- 
                                                 ción fisiológica, le diré a usted que, lejos de ser agra- 
                                                 dable, ha sido una imponderable angustia. Sentí en mí 
                                                 un sentimiento análogo al que deberían sentir esas mu- 
                                                 jeres que en los cuadros vivos se ponen descubiertas 
                                                 ante el público. Sentí como una especie de profanación 
                                                 de mis pensamientos íntimos, que no quisiera partir 
                                                 sino con mis amigos. ¡Una tontería, es verdad! 
                                                 Pero el  sentir no es siempre discreto. 

     No era la primera vez. En 1835, cuando su madre envió a la revista El Artista su relato Una madre o la batalla de Trafalgar, sintió no solo que Frasquita lo hubiera hecho sin su conocimiento, sino que se había publicado con una nota en la que se indicaba que tras la cifra C. B. se ocultaba una identidad femenina. Por ese motivo, remitió una carta a los editores, en la que se quejaba de semejante atropello.
     Como han señalado varios estudiosos, desde Montesinos que la llamó «el gran calamar andaluz» a Mercedes Comellas (Obras escogidas de Fernán Caballero, 2010), Cecilia estaba obsesionada con esconder su identidad, tal vez porque como escribió a Eugenio de Hartzenbusch en carta del 7 de enero de 1853 «la pública expectación [...] es para mí la pública vergüenza». Es decir, es como si se exhibera desnuda. Por eso mismo resulta interesante la alusión a los «cuadros vivos», pues aunque es una práctica artística relacionada con los belenes vivientes y que se conoce en España en su forma moderna desde la segunda década del siglo —Carmen Pinedo encuentra una mención a una representación valenciana en 1819—, es cierto que volvieron a cobrar nuevo interés por las fechas en que Fernán Caballero publica La Gaviota, en 1849, y que dieron bastante que hablar, como puede comprobarse al leer la prensa de aquellos años.
     Volveré sobre este asunto en una nueva entrada.

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