En sus incursiones sobre la teoría literaria, no olvidó Juan Valera incluir sus reflexiones sobre algunos
aspectos teóricos del cuento. Así, en la Breve definición del cuento,
escrita para el Diccionario enciclopédico hispanoamericano, considera
que cuento es «narración de lo sucedido o de lo que se supone
sucedido» y, por este carácter abierto en que podía incluirse cualquier
cosa que se contara, incluso el origen del universo o de los dioses, y las
hazañas de los héroes, hasta que tales hechos fueron asumidos bien por la
religión bien la historia, «el cuento vulgar primitivo es como el desecho
de la historia religiosa, de la historia profana y de la poesía épica de las
diversas naciones, y a veces es también el fundamento y el germen de historias
y de epopeyas».
En este sentido, señala Valera, el cuento se difundía
oralmente y sólo cuando pasaba de ser cuento a convertirse en historia o dogma
adquiría dignidad suficiente para llegar a ser materia de la literatura
escrita. El cuento como invención pura era desdeñado por los literatos y sólo
el interés didáctico, doctrinal o moral, pudo hacer que el ejemplo, el apólogo,
o la fábula, llegara a trasladarse al papel.
Pero más que estas teorías acerca de los orígenes remotos
del cuento, me interesa otro tipo de afirmaciones sobre su carácter libre:
Como género de
literatura, el cuento es de los que más se eximen de reglas y preceptos.
Conviene sí, que el estilo sea sencillo y llano; que tenga el narrador candidez
o que acierte a fingirla; que sea puro y castizo en la lengua que escribe, y,
sobre todo, que interese o que divierta, y que si refiere cosas increíbles y
hasta absurdas, no lo parezcan, por la buena maña, hechizo y primor con que las
refiera.
De modo que la magia del cuento no reside únicamente en las posibilidades de su temática maravillosa o fantástica, sino también en el hechizo, en el acierto y encanto del estilo narrativo. Por eso, precisamente, para liberarse aún más de posibles
prejuicios, Valera optó con bastante frecuencia, como señala Margarita Almela,
por el cuento semihistórico o semifantástico[1],
modalidades ambas que le permitían -la primera por situarse en un tiempo
suficientemente lejano y la segunda por escaparse de los límites de la realidad
más vulgar- dar rienda suelta a la imaginación. Efectivamente, Valera abogó por
la necesidad que tenía el escritor de ajustarse únicamente a la verosimilitud
estética, y no verse limitado por una estricta verosimilitud histórica,
científica u ordinaria[2].
Entre estos cuentos semihistóricos o semifantásticos debe incluirse El Hechicero, un cuento escrito en Viena en 1894.
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