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miércoles, 20 de noviembre de 2013

Historia trágica española. «La peña de los enamorados» (I).



En más de una ocasión me he referido en este blog a mi Antologia del cuentos español del siglo XVIII, (Cátedra, Madrid, 1995). En ella, entre casi un centenar de cuentos y cuentecillos incluyo el que publica el Correo de Cádiz entre febrero y marzo de 1796, que da comienzo de la siguiente manera:
 
HISTORIA TRÁGICA ESPAÑOLA*.
LA PEÑA DE LOS ENAMORADOS[1]

           


Admiremos el espíritu de los siglos caballerescos en que el amor, las guerras y los combates formaban la ocupación de su brillante juventud. En aquellos tiempos, el hombre más enamorado era el más valeroso. El más fino, el más delicado en los estrados, era el más feroz, el más terrible, el más duro en los combates.
No se podía pretender el corazón de una joven sin pasar antes por la escuela del valor. Un caballero se atrevía a descubrir sus ocultos pensamientos, cuando acababa de ejecutar una acción heroica y grande. Entonces escogía una dama: a ella dirigía sus pensamientos, sus palabras y acciones. Ella le animaba en lo más fuerte de la refriega, y le sostenía en los golpes difíciles: dirigía su brazo. Si el caballero salía vencedor, atribuía a la dama la victoria. Una fineza de ésta, una flor, una divisa, producía las acciones más heroicas[2].
En este tiempo, la escuela del amor y la de la guerra era una misma. Confundíanse  estas dos pasiones, o llamemos ejercicio a la otra.
Todos sabemos que en aquel tiempo los feroces musulmanes ocupaban la mejor y más fértil parte de nuestra Península. El espíritu caballeresco infundía un odio  irreconciliable contra estos enemigos de la religión y del estado. La obligación más sagrada de los caballeros era la de hacerles continuamente la guerra. Detestaban tanto a los sarracenos, cuanto amaban a su dama.



[1] Esta leyenda se publica durante dos semanas los viernes y martes entre el 19 de febrero y el  4 de marzo de 1796. Cf., Correo de Cádiz, números 15 a 18, págs. 57-59; 60-64; 65-71; y 63-75.
                Sobre la presencia de esta leyenda en el siglo XIX, Mª Isabel Jiménez Morales, «La leyenda de la Peña de los Enamorados en textos literarios no dramáticos del siglo XIX», en Revista de Estudios Antequeranos (1996), págs. 215-250. También, La Peña de los Enamorados (Edición, prólogo y notas de Mª Isabel, Jiménez Morales), Universidad de Málaga, 1998.


[2] Desconozco si «B.» -posiblemente el gaditano José Lacroix, barón de la Bruère- había leído a La Curne de Sainte Palaye (1697-1782) autor de las Mémoires sur l’ancienne chevalerie, Duchesne, París, 1759-1781 (12 vols.), pero, las ideas que aquí se exponen sobre el espíritu, las costumbres y las virtudes caballerescas están en la línea de la monumental obra del francés que sí es mencionado explícitamente por Alejandro Moya, el autor de El café. En cualquier caso, es un elemento más que anticipa la inclinación caballeresca del Romanticismo, junto a la pasión por ese pasado medieval en que los españoles debían luchar por su patria y su religión contra los moros.

                Curiosamente «D. d. M.» publica en los números 74 y 75 de este mismo periódico ( 13 y 16 de septiembre de 1796) Torneo. Anécdota española, págs. 293-296, y 297-300, respectivamente.
***
           Como puede comprobarse, se trata de una narración que se presenta como una historia con final trágico de la que el lector puede admirar, a pesar de su fin funesto, el espíritu que alentaba a la juventud. Un espíritu forjado en el mundo de la caballería y en el que el joven debía dar pruebas de su valor tanto como de su fineza amorosa.
              La acción se sitúa en una época heroica en la que los españoles debían luchar contra el infiel, época que también será objeto de la atención de los románticos, como puede compobarse en el cuento de Mariano Roca de Togores, «La leyenda de la Peña de los Enamorados» (Semanario Pintoresco español, 1836).

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