XLV QUARTO DE HORA.
A estos gritos bajó el rey a la plaza de su palacio, tenía a la reina Kamcém de la mano. El centauro la miró de hito en hito, después echó la vista sobre las damas de su comitiva, y examinándolas una tras otra, sus risadas se duplicaron de[1] tal suerte entonces, que el rey y todos los circunstantes quedaron atónitos sobre manera.
Gulguli-Chemamé vio con sorpresa
esta gran risa, y se la aumentó la
admiración, cuando un poco más lejos,
pasando delante de una plaza, el centauro aún dio mayores carcajadas a la vista
del pueblo que estaba mirando con alegría a un ladrón mozo pendiente de una
horca, en que poco antes le habían colgado.
Cuanto más se reía el
centauro, tanto más crecía el pasmo de
la princesa de Tesis, y del pueblo que
le seguía en grandes tropas. Continuaban siempre su camino; pero cuando
llegaron delante del palacio de Fanfur, y que gritaron «Viva, viva mil veces el bravo e intrépido
Soufél», entonces fue cuando el
centauro, se reía más fuerte que hasta allí.
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El rey baja a la plaza de la mano de Kamcém |
A estos gritos bajó el rey a la plaza de su palacio, tenía a la reina Kamcém de la mano. El centauro la miró de hito en hito, después echó la vista sobre las damas de su comitiva, y examinándolas una tras otra, sus risadas se duplicaron de[1] tal suerte entonces, que el rey y todos los circunstantes quedaron atónitos sobre manera.
Fanfur pregunto a Gulguli-Chemamé
la obligación de aquella risa tan desmesurada. Ella le dijo que no sabía la
causa, y, habiéndole contado todo lo que pasó desde que cogió al centauro, el
rey le preguntó a él mismo; pero no le pudo sacar respuesta alguna. Y,
habiéndole hecho encerrar en una jaula doble de hierro, de que mandó hacer dos llaves, guardó él la
una y la otra dio a Gulguli-Chemamé, que no faltaba, como tampoco este
monarca, en ir dos veces cada día a ver
al centauro, a quien se hacía todo género de buen tratamiento.
Kamcém, que había hecho la cuenta
de estar libre de Soufél, fue grandemente sorprendida de verle volver de un
paraje, donde ella no le había enviado
sino para hacerle perecer en él. Su amor cogió nuevas fuerzas a vista de un
príncipe tan cabal, y resolvió hacer el último esfuerzo para atraérsele, y le
hizo llamar bajo el pretexto de darle el parabién de la victoria.
Gulguli-Chemamé no se atrevió a
desobedecer; fuese al gabinete de Kamcém, y la
halló allí sola.
—Señor
—le dice esta mujer—, yo os he cubierto de gloria,
procurando daros la muerte; básteos esta prueba. Yo os amo, no obstante
vuestros desprecios, y no fingiré en confesaros que moriría de sentimiento si a
vos os hubiese muerto el monstruo; pero creed que tengo nuevos medios para
hacer cierta vuestra perdición, en caso que vuestro corazón insensible no
corresponda al excesivo amor que os profeso. Dejaos herir, Señor.
—No
señora —interrumpió Soufél—, por más poder que tengáis sobre
el espíritu del rey ni vuestros ruegos ni vuestras amenazas me obligarán a
hacer nada contra mi deber. Perded las esperanzas, de engañarme y temblad, que
por remate no ponga en noticia de este monarca vuestra indigna pasión.
Kamcém se enfureció con estas
palabras.
—Pérfido
—le dice—, no llevarás adelante el insulto
que haces a mi hermosura.
Al mismo tiempo, se arañó la cara,
gritó con todas sus fuerzas, y, mandando a muchos eunucos, que a sus gritos
habían entrado en su aposento, arrestar a Soufél, corrió toda bañada en
lágrimas, a pedir venganza al rey del ultraje que el príncipe de la Georgia
acababa de hacerla, intentando manchar su honor.
[Continuará]
[Continuará]
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