Desde hace ya algunas décadas, algunos escritores se han dedicado a este objetivo, desmontar los cuentos tradicionales, deconstruirlos, deshacer sus tópicos, actualizar su mensaje, reescribirlos en fin. Podría decirse que, en parte, es el caso de este cuento de Ana Rossetti, La cueva de la doncella, donde su protagonista no responde al prototipo de los cuentos, a pesar del tiempo y el espacio legendario en que transcurre la acción.
Claro que, a veces, el caballero se retrasaba y entonces la doncella tenía que
entretener al dragón. Para ello, dadas las dimensiones que las cuevas solían
tener, sólo les era permitido contar con un arpa, porque la música amansa a las
fieras, o con una rueca, porque entre su zumbido y el girar del huso las
hipnotizaba. Pero la doncella de esta historia no contaba ni con una cosa ni con la otra. Con arpa no porque, cuando le tocó el turno a su hermana Rosaura, la muy boba se la dejó en la cueva con gran disgusto de todos, pues era un arpa de familia y se la habían estado pasando de madres a hijas desde el tiempo en el que el rey David la inventara. Y con rueca tampoco pues estaban prohibidas en ese reino desde lo de la Bella Durmiente».
Efectivamente, así comenzará la doncella a «tejer» historias que le permitan disuadir al dragón de acabar con su vida. El tapiz sirve así, no solo de soporte sobre el que urdir cada uno de los cuentos, sino que también puede funcionar a modo de imaginarias «ilustraciones». Claro que esto solo es el comienzo...
«Esto
era de cuando las doncellas permanecían en las cuevas de los dragones hasta que
un caballero las rescataba. Ninguna estaba allí mucho tiempo, es verdad; a
menudo, nada más el dragón comenzaba a descerrajar las mandíbulas, aparecía un
caballero, le rebanaba la cabeza al dragón y se llevaba a la doncella para
convertirla en buena esposa y prolífica madre de familia.
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Detalle retocado de lienzo de Paolo Uccello |
No obstante, hay una cualidad que la heroína sí comparte con otras jóvenes de leyenda y es que sabe contar historias para entretener a su secuestrador:
«Así que no tuvo otra solución que
descolgar el tapiz de la cabecera de su cama, enrollarlo y tirar para adelante
con él en ristre.
Era un tapiz muy curioso con muchas figuras extrañas y, desde que ella podía
recordar, se había pasado las noches contándose historias sobre los dibujos.
Las historias se entrelazaban, se agrupaban o se expandían inquietantes
siguiendo los colores de los hilos. Entre el parpadeo de la lámpara de aceite
ella adivinaba manchas raras que a veces eran ojos, lenguas, frutas, pájaros o
navíos en animada acción. Nada de lo que pudiera soñar dormida podía
comparársele a los fabulosos mundos que entreveía despierta».
Efectivamente, así comenzará la doncella a «tejer» historias que le permitan disuadir al dragón de acabar con su vida. El tapiz sirve así, no solo de soporte sobre el que urdir cada uno de los cuentos, sino que también puede funcionar a modo de imaginarias «ilustraciones». Claro que esto solo es el comienzo...
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