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miércoles, 3 de julio de 2013

Café, copa y puro. La sobremesa (II)

El valenciano Joan Timoneda publicó en su tierra El sobremesa y alivio de caminantes en 1569. Se trata de una colección de la que existe edición digital de Alberto Vidal Crespo, realizada a partir de un ejemplar de la Biblioteca Nacional, en la que se contienen «affables y graciosos dichos, cuentos heroycos y de mucha sentencia y doctrina. Agora de nuevo añadido por el mismo autor, assí en los cuentos como en las memorias de España y Valencia», y es que Timoneda  había incluido en un solo volumen la mencionada Memoria Hispanea junto con el Sobremesa y alivio de caminantes, la Memoria Valentina y la Memoria poética, obras todas su inventiva, como recoge la edición de Mª José García Folgado.
          Desgraciadamente, Timoneda no explica el título de la obra, sino que se limita a repetir en los preliminares de la primera parte que «se contienenen muy apazibles y graciosos cuentos, y dichos muy facetos», para dar principio inmediatamente al que comienza «Un tamborinero tenía una mujer tan contraria a su opinión que nunca cosa que le rogara podía acabar con ella que la hiziesse». En los preliminares de la segunda advertía «Segunda parte del Sobremesa y Alivio de caminantes, en el qual se contienen elegantíssimos dichos y sabias respuestas, y exemplos agudíssimos para saberlos contar en esta humana vía» y daba comienzo al cuento I «Haziendo un capitán cierta compañía de soldados, vino a recoger tantos que, haciendo resseña de todos, despidió muchos». Ya se ve que la crisis no es algo nuevo, aunque esto no nos pueda consolar.
          Volviendo al título de la obra de Timoneda, es evidente que su colección de cuentecillos jocosos, como solía denominarlos Chevalier, estaba destinada a entretener la conversación y distraer las penas del camino, fuera este real o vital, pero lo cierto es que no sabemos si este uso de la palabra sobremesa estaba reducido al ámbito valenciano. Lo que sí podemos comprobar es que Timoneda facilitaba la transmisión oral de estos cuentos, que, procedieran o no de la cultura popular pasaban así a la cultura letrada, erudita o no, y fijaba una tradición literaria de los mismos.
          Este tipo de colección, aunque de carácter narrativo, difería notablemente de la que había dado a la luz algunos años antes el mismo Timoneda en El Patrañuelo, impresa también en Valencia por Joan Mey en 1567. Efectivamente, como aseguraba en la «Epístola al amantísimo lector», «Patrañuelo deriva de patraña, y patraña no es otra cosa sino una fingida traza, tan lindamente amplificada y compuesta, que parece que trae alguna apariencia de verdad. Y así, semejantes marañas las intitula mi lengua natural valenciana rondalles, y la toscana novelas», de modo que las que siguen a continuación son narraciones de mayor extensión, algunas de ellas procedentes del italiano Mateo Bandello.
En todo caso, es cierto que, también María de Zayas en su Desengaños amorosos. Parte segunda del Sarao y Entretenimiento honesto incluye también una alusión:

«Acabóse la comida, y Roseleta se retiró, rabiando de cólera, y don Pedro y su amigo se salieron a pasear, don Juan bien contento por haber declarado su amor a la dama. Muchos días pasaron que no pudo don Juan tornar a decir más palabras a la dama, porque ella se recataba tanto y huía de no darle más atrevimiento, que ya le pesaba de haberle tenido, por no perder su vista; porque Roseleta, muchas veces, por no salir a comer con don Juan, fingía repentinos accidentes, y otras que no lo podía excusar, no alzaba los ojos a mirarle. Y un día que ya todos tres habían acabado de comer y estaban sobre mesa platicando, no habiendo podido Roseleta excusar el no hallarse presente, don Pedro preguntó a don Juan cómo le iba con los amores de Angeliana».(REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (CORDE) [en línea]. Corpus diacrónico del español. [3-07-2013]) 

El uso del cuento y del dicho facetoso para amenizar la conversación lo recoge Castiglione en su obre El Cortesano y de él pasará a otros autores del teatro renacentista y del Siglo de Oro español, así como a la narrativa de Juan Valera, de la que he hablado en otra ocasión. Este uso conversacional se mantiene en las tertulias del XVIII y eso justifica que el cuento en el XVIII pueda seguir vivo en colecciones de narrativa breve, como he anotado en mi Antología del cuento del siglo XVIII. Entre estas, resulta oportuno recordar para esta ocasión los dos volúmentes de El café (1792, 94), de Alejandro Moya, que reúne en torno a varias mesas la conversación mantenida entre varios personajes,salpicada de chistes, anécdotas, aventuras, e incluso la narración de novelas.
La comedia nueva o el café. Edición ilustrada 1825.
Por otra parte, El café como espacio de sociabilidad había sido el lugar elegido para una comedia de Moratín, La comedia nueva o el café, un sainete de Juan Ignacio González del Castillo, El café de Cádiz, así como uno de los lugares favoritos de las obras que recrean la sociabilidad política del Cádiz de las Cortes, como he comentado en otro lugar. Sería interminable recorrer las novelas que eligen el café para situar algunas de sus escenas fundamentales, pero creo que resulta muy interesante asomarse al mundo recreado por una de las más importantes novelas del XIX, La Regenta, de lo que me ocuparé en la entrada siguiente.

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