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jueves, 18 de abril de 2013

«El fondo del mar» (II), de Ibáñez-Pacheco

Y así continúa el cuento de «El fondo del mar»:

Dicen, pues, estos papeles,
que viniendo de regreso
a Cádiz, desde Canarias,
en un rigoroso invierno
año de cincuenta y cinco,
poco más o poco menos,
en el místico Buen Mozo,
barco excelente en extremo
que mandó Don Blas Horozco,
y hacía veces de correo
entre España y dichas Islas,
una compañía de verso,
con su sección coreográfica,
o más claro, de boleros,
compuesta de la Guillén,
la Capineti, el Velero,
la Zapato blanco, la Cabello,
el Teté, Petaca, Lara
y Jalpón ó Montenegro (4),
lector querido, que así
te es más fácil y hacedero
conocer sin vacilar
al zanquilargo mancebo
que llevaba este apellido,
hombre que medía tres metros
sin que haya exageración,
hijo de aquel carpintero
que fue de la Tía Norica
director, actor y dueño,
con lo cual te basta y sobra
para poder conocerlo
si fuiste, como no dudo,
allá en tus años primeros
con tu mamá y hermanitos,
la niñera ó el gallego
a gozar con los primores
y los chistes y conceptos
del tío Isasio, Cucharón
y los hidráulicos fuegos,
las astucias de Luzbel,
el toro y el testamento,
la adoración de los reyes (5)
y los demás pasatiempos
variados e ingeniosos
del difunto nacimiento,
hoy trocado en casa nueva,
almacén de loza o huevos,
sastrería o qué sé yo...
que esto importa poco al cuento.
Pues como digo, el viaje
era en medio del invierno,
y como cosa corriente
les cogió un furioso tiempo,
una tempestad deshecha
por esos mares adentro,
que si dura un poco más
y no amaina el recio viento,
el Buen Mozo, el capitán,
cómicos y marineros
en lo profundo del mar
iban a dar sin remedio,
sin dejar señal ni rastro,
en el líquido elemento,
de aquel fin tan desastroso
que les deparaba el cielo.
Dejo a juicio del lector
considerar los horrendos
instantes, que pasarían
con temporal tan tremendo
los infelices artistas,
en tan críticos momentos,
viendo la muerte tan cerca
la salvación tan lejos.
Sólo, en tal tribulación,
se conservaba sereno
sin dar señal en su rostro,
de abrigar pena ni miedo
el larguirucho Jalpón,
que tranquilo y sonriendo
dominaba aquella escena
de angustias y sufrimientos
de terror y de agonía,
con su larguísimo cuerpo
paseando en la cubierta
y contemplando el suceso
cual si estuviese bailando
la guaracha ó el bolero
en un beneficio suyo
con el teatro repleto.
.........................
.........................
Rendido que fue el viaje,
pasado que fue el aprieto,
después de pisar la tierra,
cuando alegres y contentos
en Cádiz, al verse libres
de los ya pasados riesgos,
contaban a sus amigos
de aquellos tristes momentos
pormenores y detalles;
me consta que uno de ellos,
tomando café una tarde
en el ídem del Correo ([6]),
ante un apiñado corro
de cómicos y toreros,
milicianos y cesantes
y gente de poco pelo,
que escuchaban con ahínco,
comprimidos los alientos,
las peripecias del lance,
conmovidos y suspensos,
de este modo se expresaba
con acento muy patético;
"En aquella hora tan negra,
lo aseguro, caballeros,
ante peligro tan grave
nuestro fin cercano viendo,
y que a sumergir nos íbamos
en el mar, sin más remedio,
todos gimiendo y llorando
estábamos medio muertos....
la verdad,.... no hay que negarlo,
de purísimo canguelo,
menos Jalpón que allí andaba
cual si tal cosa riendo;
porque como hacía pie
no tenía el hombre miedo.







(4) Actor. Su padre -como afirma aquí el autor- fue el creador de la Tía Norica. Este era un teatrillo situado en la calle Compañía y constaba de un palco corrido, -la galería-, y abajo un graderío -la cazuela-, donde, según cuenta León y Domínguez, los niños y los soldados podían presenciar la función de títeres por poco dinero. (LEÓN Y DOMÍNGUEZ, pp. 154-161). José Montenegro era actor en la compañía de Ceferino Guerra, cuando Juan Natera era el apuntador del Balón durante la temporada 1867-78.
(5) Son alusiones a los episodios más aplaudidos: "El testamento de la tía Norica", "Los toros en el Puerto", "La adoración de los Reyes" -cuyos decorados y personajes se conservan felizmente en el Museo de la capital gaditana.
   La costumbre de asistir a este teatrillo estaba muy extendida y a él acudían, incluso, varios sacerdotes, entre ellos el obispo Arbolí. (LEÓN Y DOMÍNGUEZ, pp. 154-161).
Antes de esta fecha la Tía Norica se representabe en el Teatro de Isabel II.
(6) El que estaba en la calle Cardenal Zapata.

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