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sábado, 30 de marzo de 2013

De novelas históricas


         Recuerdo aquella clasificación de la novela histórica decimonónica en la que, según Ferreras, la ubicación temporal del relato podía ser, en cuanto reconstrucción entre arqueológica y mítica de un tiempo y una cultura, el objeto del novelista, que, por otra parte, no dejaba de idealizar lo que consideraba un pasado ––generalmente medieval–– más esplendoroso y espiritual; en segundo lugar, un tipo de novela, donde la reconstrucción histórica era importante, pero era complemento de una historia amorosa, que encontraba su justificación en aquella cultura menos burguesa y claramente diferente a la del lector; por último existía un tipo de novela histórica en la que la historia solo era el marco en que se encuadraba la trama sentimental que era lo que de verdad interesaba al lector.
         Puede decirse que, de alguna manera, en estos años conmemorativos hemos leído versiones reactualizadas de tales clases de novela histórica, desde las dedicadas a Trafalgar, el levantamiento del 2 de mayo y el Cádiz de las Cortes, por Pérez Reverte, la de Ángela Irisarri a la heroína de Zaragoza, la de Jesús Maeso al Cádiz liberal o el episodio de Hilda Martín de temática similar, aunque debo decir que, reconocida la dignidad de la mayoría de estas novelas, ninguna me gustó tanto como la de Andrés Neuman, El viajero del siglo, tal vez porque era la menos histórica de todas, la más ambiciosa, a pesar de situarse en una época similar. Su interés por la filosofía, por la emancipación de la mujer, la ciudadanía y los nacionalismos, o el interculturalismo, la convierten en un relato rabiosamente actual.
          Otra propuesta, situada en una época diferente es la de la escritora y periodista Eva Díaz, reciente ganadora del premio «Ciudad de Málaga» de novela con Adriático ––a través de la memoria veneciana de un profesor de Historia, que se reencuentra con su ciudad natal–– y que ya mostró su maestría trenzando los hilos temporales en su novela anterior: El sonámbulo de Verdun.
Foto El Mundo
          De corte más clásico, pero muy interesante y con atractivo pulso narrativo, es la novela que acabo de leer de Ángeles Casso, Donde se alzan los tronos, que recrea la España de los inicios borbónicos, a través de la mirada y la accion de una mujer singular, la princesa de los Ursinos, Mariana de Trèmoille, que se atrevió a pensar, a hablar y a actuar, imponiéndose, casi siempre, en un mundo claramente masculino. En un país, en el que, ya en el reinado siguiente, costó más de una década que los hombres admitieran que las mujeres podían intervenir en la sociedad, fuera del ámbito doméstico y, aun así, solo consintieran ––por decreto real–– que las mujeres pudieran contribuir al progreso de la patria desde una Sociedad como la Económica de Amigos del País, pero separada de los hombres en una Junta de Señoras de Honor y Mérito.

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