Translate

martes, 12 de febrero de 2013

«Historia del centauro azul» (III)



Fanfur estaba tan preocupado de la prudencia de Kamcém, que no dudó un momento de la verdad de sus quejas. Entró en un furor extremado contra Soufél, le hizo cargar de cadenas, sin quererle oír, le condujo él mismo a la cárcel del centauro azul, y echándole en cara su atentado contra el honor de Kamcém, le aseguró que presto le haría padecer una afrentosísima muerte.                     
A estas amenazas, habiendo el centauro echado a reír con tanta fuerza, que hizo temblar las bóvedas de su prisión, el rey quedó más atónito que antes. Estas extraordinarias risadas doblaron su curiosidad, le pidió con instancia le explicase por qué se reía. Le ofreció con esta ocasión darle la libertad, con tal que no le quitase en adelante más ganado, y le aseguró, que si perseveraba en su obstinación le haría morir antes de acabarse aquel día en que estaban.
El centauro azul, más lisonjeado de las promesas de Fanfur, que temeroso de sus amenazas, se arrimó a las barras de su jaula:
Rey de Nanquin le dice, ¿me mantendrás tu palabra?
Te lo juro por mi cabeza replicó Fanfur, atemorizado de oír hablar al centauro por la primera vez.
Haz, pues, que vengan aquí los principales de tu corte, la reina de Kamcém, y todos los esclavos de su comitiva, sin dejar uno replicó el centauro; yo te prometo en su presencia de darte la satisfacción que pides.
El rey estaba tan deseoso de saber la causa de sus risadas, que en aquel instante  mismo mandó llamar a todos los que pedía el centauro azul. Juntos todos, el rey le obligó a hablar; pero habiendo declarado primero que no se explicaría, si antes no quitaban los hierros a Soufél. No se hubo bien acabado de ejecutar su voluntad, cuando habló a Fanfur de esta manera:
Rey de Nanquin,  si yo echo a reír al encuentro de un entierro de un joven, fue por haber visto llorar amargamente al que se creía ser su padre, mientras que uno de los que allí asistían, y que aun mantiene un comercio carnal con la mujer de aquel buen hombre, de que tuvo aquel hijo, se reía con todas sus fuerzas,  y no podía dejar de reírse dentro de sí mismo del dolor del marido de su dama,  por la pérdida de un hijo, en que el no tenía parte alguna.
¿Quién no se hubiera reído todavía oyendo a mil ladrones que han robado, y todos los días roban inmensas sumas al público, cuyas sanguijuelas son? ¿Quién no se riera, digo, de oírles alabar tu justicia, por haber hecho ahorcar a un mozo a quien la necesidad de mantenerse a sí, y a su mujer y cuatro hijos,  obligó a tomar de uno de ellos diez cequíes[1], cuando si decían la verdad, el que fue robado merecía por sus hurtos estar en lugar del ladrón?
Aquí el centauro paró, y fingió no querer hablar más; pero habiéndole Fanfur instado de nuevo:
Rey de Nanquin dijo, no me obligues a explicarme sobre lo que resta; más quiero guardar silencio, que descubrirte cosas que te darán pena.
Este discurso picó aun más la curiosidad del rey.
Por más desagradable que pueda ser lo que tienes que decirme le respondió, no lo dilates. Yo te conjuro a que no me lo ocultes.
           Tú lo quieres así, y bien, pues, ¿podía yo menos de reírme de gana, oyendo a tu pueblo gritar en voz alta «Viva el bravo Soufél, viva el vencedor del centauro azul», sabiendo que los hábitos de este joven ocultan una beldad exquisita, por quien el Príncipe tu hijo, que no es muerto aún, siente una pasión violenta?


[1] Cequíes. Plural de «cequí». «Moneda antigua de oro, acuñada en varios estados de Europa, especialmente en Venecia, y que, admitida en el comercio de África, recibió de los árabes este nombre».

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tu comentario está pendiente de moderación.