Es de sobra conocido que Mariano José de Larra inició su periódico El duende satírico del día con este diálogo en que un librero pedía al personaje del autor que se convirtiera en escritor público.
Tanto por el título del periódico como por la finalidad con que lo redacta, el periódico se enmarca en la tradición de los espectadores, es decir, de esos periódicos del siglo XVIII que, siguiendo el modelo de The Spectator (1711), de Addison, tenían como objeto la moral pública, esto es, la crítica de costumbres (mores, en latín).
De aquí que, antes las objeciones del autor a la propuesta del librero, este le insista: — «¡Por Dios! ¿No tiene usted nada que decirle? Y¿no ve usted los abusos, las ridiculeces; en una palabra, lo mucho que hay que criticar?».
El objeto de su representación literaria sería, por tanto, la sociedad, contemplada desde el ángulo de la sátira, a pesar de las dudas que tiene el escritor acerca de cómo el público recibirá sus críticas. De aquí que sigan algunas breves disquisiciones sobre la poética de la sátira, cuya finalidad sería la censura o el ridículo sin objeto particular, individual. Se trataría de ridiculizar la conducta de modelos abstractos (el avaro, el hipócrita), una práctica que en la sátira dieciochesca se reformulará mediante la presentación de una tipología de sujetos con patrones de conducta ajustados a las circunstancias de cada sociedad, como recordará el propio Larra en su reseña de El Panorama de Mesonero Romanos.
A esto sigue una declaración del autor sobre el formato elegido para este primer ensayo de su pluma: el artículo (la entrega) no periódicos:
comprometerme a dar un periódico,
no señor; supuesto que usted se empeña
saldrán, sí, de la oscuridad unas cuantas hojas que
escribí noches pasadas, y Dios quiera que no me tenga que
arrepentir. Si como es regular me sigue el humor, publicaré
otras cuando me acomode o pueda, por artículos sueltos; si
no, allí se quedará donde a mí se me acabe el
gusto.
Y, como última condición, el escritor solicita al librero lo publique sin el nombre del autor.
La anonimia era tradicional en el periodismo del siglo XVIII y, siguiendo el modelo del espectador de Addison, el autor solía esconderse tras una máscara que descubría, no obstante, la perspectiva crítica: espectador, censor, pensador, duende son modos de asomarse a la realidad que se representa literariamente, desde una mirada unas veces distanciada y desapasionada, rigurosa otras, y con más frecuencia en Larra, plenamente implicada, concernida, afectada por el mundo en que el escritor se desenvuelve.
Como habrá podido comprobarse, el uso del diálogo se hace conforme al modelo del diálogo humanístico, es decir, como recurso para dotar de variedad un discurso que podría haber sido expresado en forma de exposición de argumentos sin la necesidad de la intervención del interlocutor subsidiario, en este caso, el librero.
Al tratarse de un diálogo no existe voz narrativa, como sí estará presente en artículos posteriores.
Al tratarse de un diálogo no existe voz narrativa, como sí estará presente en artículos posteriores.
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