Habrá que empezar por definir qué entendemos por hipertexto. Para ello, por su incidencia en el lector y el proceso de lectura, partimos de la definición que hace Jaime Alejandro Rodríguez, que considera el hipertexto «un texto electrónico predispuesto a multitud de enlaces y conexiones con otros textos, donde el trayecto o recorrido de lectura está liberado a los propios intereses del lector de turno». A su vez recuerda la definición de George P. Landou, para quien el hipertexto es un tipo de texto electrónico no secuencial, constituido por una serie de bloques conectados entre sí por nexos. Estos nexos pueden conectar no sólo bloques internos, sino textos externos, lo que, de un lado, facilita distintos itinerarios para el usuario y, de otro, amplia la capacidad de exploración del contexto. A esa característica habría que agregar la posibilidad del lector de interactuar y modificar el texto, ya sea añadiendo nuevos nexos, ya sea agregando nuevos bloques.
El hipertexto puede definirse, pues, como un «proceso de lectura. Un proceso creado por el lector gracias a las posibilidades combinatorias que le pone al alcance el soporte electrónico que lo produce». En este sentido, conviene recordar que la estructura hipertextual puede influir tanto en el proceso creativo como en el de la lectura. (Borrás Castanyer, 2005).
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