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sábado, 26 de septiembre de 2015

Fauna política

Cada año, cuando comienzo el curso, procuro plantearme alguna idea nueva que sirva de leit-motiv para estos «Trasteos hipertextuales». En esta ocasión, a raiz de una serie de trabajos de investigación, y el comentario de un colega, me he planteado la posibilidad de convertir parte de este blog en una serie de animalario alegórico, una especie de bestiario, con particular atención a su implicación política.
      La sátira, la caricatura política, ha optado con mucha frecuenta por la metáfora degradadora bien de tipo cosificador, bien de suerte animalizadora. De eso sabía mucho, entre otros ilustres escritores Bartolomé José Gallardo que, desde su periódico la Abeja española —metafórico ya en el título—, trataba de aguijonear a los reticentes al cambio político, los inmovilistas o reaccionarios que se resistían a abandonar el sistema del Antiguo Régimen que tantos privilegios les otrogaba. No es, desde luego, una idea original, pues la Revolución francesa sirvió de escuela también para la caricatura política. Y en España, Goya se inspiró en las fábulas de Samaniego para sus caricaturas políticas.



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       Esta línea de investigación, sobre la que seguiré hablando en futuras entradas, se ha visto actualizada recientemente con motivo de la campaña que culminará mañana con celebración de las elecciones catalanas; si bien es cierto que algunos políticos han sustituido la metáfora animalizadora por otro tipo de alegoría ficcional, relacionada con el lenguaje convencional empleado en las películas de indios y vaqueros. Un lenguaje, por cierto, en el que los indios también utilizan con frecuencia las metáforas animalizadoras, aunque no con intención degradadora.

jueves, 10 de septiembre de 2015

«Tocaoras»: Un documental imprescindible de Alicia Cifredo.

    
Fotograma de Tocaoras. Fuente: Cinemaadhoc
      Debo comenzar advirtiendo que no soy experta en guitarra flamenca y que hablo desde mi corta experiencia y conocimiento en esta materia. Un tema en el que me he introducido por la conexión que existe entre mi área de conocimiento la Literatura española —con especialización en los siglos XVIII y XIX— y el flamenco. Asunto al que ya me he referido a propósito de los Sainetes de Juan Ignacio González del Castillo, del último tercio del siglo XVIII,  de Don Álvaro o la fuerza del sino (1834), del Duque de Rivas y del «género andaluz».
      Cuando Alicia Cifredo me habló del estreno en «Alcances» de este documental de «La Voz que yo amo» y«La Zanfoña Producciones», inmediatamente despertó mi curiosidad, porque como ya he comentado en este blog, mis investigaciones me han conducido a encontrarme con alguna noticia sobre la presencia de la mujer tocaora a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. Desde luego no se trata de una profesional ni de una mujer que toque la guitarra clásica —al menos no en esta ocasión—, pues lo hace acompañándose para cantar un juguete o capricho en el curso de una tonadilla.
      En este caso, la tocaora, Francisca Valdibia, es una actriz de la compañía de la Isla de León, que puntualmente ejecuta el toque de este instrumento en varias ocasiones. La noticia de esta actuación es de 1805 y luego he averiguado que, como actriz, pudo formar parte de la compañía de los Reales Sitios, en el año 1798-99 y luego de la compañía de Sevilla en 1800 (Moreno Mengíbar). La epidemia que asolaba a Cádiz en esas fechas explicaría que luego se integre en la compañía de Peralta en Granada, como segunda dama de versos y «dama de música» y «graciosa de cantado». Y, quizás, sea la que con ese nombre figura en la Compañía del Príncipe el 18 de agosto de 1808.
      En todo caso, lo importante es que la noticia lo reseña como algo natural —no se destaca su condición femenina—, aunque también es cierto que aún no se ha producido la profesionalización del tocaor.
       De vuelta al documental de Alicia Cifredo, más allá de lo que he comentado en las redes sociales —dos horas de emoción, sensibilidad, contenidos bien seleccionados, cuidadas imágenes, música vibrante y un buen montaje con un ritmo que hacen olvidar las casi dos horas de duración—, me parece justo añadir que el guión está muy trabajado, el contenido persigue —y creo que lo logra— deshacer tópicos, pero siempre con un contrapunto respetuoso con las personas que defienden ideas que hoy nos pueden parecer muy anticuadas, pero que siguen muy enraizadasy muy vivas en determinados sectores de la sociedad; no obstante el respeto a las personas no impide desmontar las falsas creencias. El documental «Tocaoras» trata de poner al descubierto esas rémoras, pero sobre todo nos da luz, nos informa, acerca de las muchas mujeres que hoy se muelen los dedos tocando la guitarra y que lo hacen bien, con pasión, con sabiduría, con la energía necesaria —o la que tienen y suplementan con otras virtudes— y la sensibilidad imprescindible. Mujeres que se han iniciado —en muchos casos— en los conservatorios, para adquirir concimientos —conscientemente o no— de guitarra «clásica»; otras que han aprendido al modo tradicional, la enseñanza de sus mayores; en todo caso, mujeres que han luchado por hacerse un hueco respetable en una actividad profesiónal considerada eminente e incuestionablemente masculina y que lo han conseguido, a pesar de prejuicios, a pesar de la invisibilización de la sociedad —a veces también de instituciones y administraciones públicas— y contra todo pronóstico. Una práctica del toque a la guitarra que tuvo comienzos muy difíciles, generalmente ligados al autoacompañamiento de la cantaora flamenca, o de una afición desmedida de la joven tocaora que en los años 50 y 60 ni la familia ni mucho menos la sociedad reeducada en los ideales de la Sección femenina podía admitir ni apoyar. Un toque que sigue las modulaciones del cante, pero que tambien puede acompañar al baile o incluso, aunque estos es mucho más difícil, erigirse en protagonista de un concierto en solitario.
      Lo cierto es que este apasionante recorrido no parece dejar un solo resquicio, pues también se rescata la experiencia de la artesanía de la construcción de la guitarra de una luthier femenina. Magnífica también la interpretación casi al final de la entrevista realizada por Carmen de Burgos a la tocaora Adela Cubas.
      Por último, vuelvo a reivindicar el trabajo de Vincianne Trancart, de la Université Sorbonne Nouvelle – Paris 3, que me permitió asomarme a un mundo era para mí prácticamente desconocido, a través de su capítulo «Las tocaoras de flamenco en la Andalucía de finales del siglo XIX: similitudes y discrepancias entre prácticas y representaciones», que pueden leer en el libro que edité en 2014 con mis compañeras Mª Isabel Morales y Gloria Espigado: Resistir o derribar los muros. Mujeres discursos y poder en el siglo XIX, publicado por la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, con el propósito de contribuir a la visualización de las mujeres de aquella centuria y poner al descubierto los prejuicios sobre los que se asentó el modelo femenino sancionado por el poder patriarcal. La obra completa puede consultarse en línea y descargarse completa, así como el índice aquí.      
       Si hubiera que poner algún reparo a Tocaoras, diría que la voz académica queda reducida a la intervención —muy bien documentada y medida— de Josemi Lorenzo Arribas: alguna voz femenina, como la de Cristina Cruces, mi colega Vincianne Trancart o cualquier otra, hubiera servido para lograr ese equilibrio que se alcanza con la intervención de tocaores, cantaores, musicólogos, críticos y aficionados.
       En fin, en cualquier caso, no se pierdan «Tocaoras» o se arrepentirán.

Les dejo la pequeña presentación que hace Alicia Cifredo en Youtube.

martes, 8 de septiembre de 2015

El teatro pintoresco de Cramer en Cádiz


Allá por la primavera de 1824 la ciudad de Cádiz recibía la visita de Cramer y su teatro pintoresco y de perspectiva, pero previamente, como señala Cornejo, Cramer ––asociado con Maffey–– presentó su espectáculo durante el verano de 1817 , en el local de la Posada de la Academia, detrás del Pópulo.  La de Cramer era una compañía ambulante que había pasado por Barcelona, Valencia, Alicante, Lisboa, La Coruña y, en Madrid, había actuado en el Teatro de la Cruz el año 1820 (Varey 1972, 228, lám. 10). En esta ocasión Cramer enseñaba una vista de la ciudad y puerto de Cádiz con los principales edificios, castillo de santa Elena, Alameda, telégrafo, entrada de buques etc., concluyendo con transformaciones y bailes.

Recomiendo los trabajos de Carmen Pinedo Herrero, para conocer más sobre las andanzas de Cramer y Maffey.