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domingo, 28 de abril de 2013

Los gitanos en «Don Álvaro o la fuerza del sino»

Toda una tradición de tonadillas y sainetes gitanescos, explican la aparición de los gitanos en este drama romántico, al que seguirán una multitud de obras teatrales en un acto que conformarán el denominado «género andaluz», que albergará una modalidad específica denominada «sainete gitanesco». Como he señalado en, aunque lo «gitanesco» no es exclusivamente andaluz y, de hecho, su triunfo no puede explicarse sin el éxito que conoció en las tablas madrileñas, lo cierto es que su vinculación con Cádiz arranca en los sainetes de Juan Ignacio del Castillo, que sirven de explícita y rendida referencia a la obra de uno de los más afamados autores del género, José Sanz Pérez.


       Lo cierto es que el cuadro inicial de Don Álvaro o la fuerza del sino tiene un sabor pintoresco, bien explotado en la versión que se hizo para Estudio 1, que a su vez aparece cuidadosamente ambientada por la prolija acotación inicial:
 
La escena es en Sevilla y sus alrededores
   
La escena representa la entrada del antiguo puente de barcas de Triana, el que estará practicable a la derecha. En primer término, al mismo lado, un aguaducho, o barraca de tablas y lonas, con un letrero que diga: Agua de Tomares; dentro habrá un mostrador rústico con cuatro grandes cántaros, macetas de flores, vasos, un anafre con una cafetera de hoja de lata, y una bandeja con azucarillos. Delante del aguaducho habrá bancos de pino. Al fondo se descubrirá de lejos parte del arrabal de Triana, la huerta de los Remedios con sus altos cipreses, el río y varios barcos en él, con flámulas y gallardetes. A la izquierda se verá en lontananza la Alameda. Varios habitantes de Sevilla cruzarán en todas direcciones durante la escena. El cielo demostrará el ponerse el sol en una tarde de julio, y al descorrerse el telón aparecerán: EL TÍO PACO, detrás del mostrador en mangas de camisa; EL OFICIAL, bebiendo un vaso de agua, y de pie; PRECIOSILLA, a su lado templando una guitarra; EL MAJO y los DOS HABITANTES DE SEVILLA, sentados en los bancos.
         El nombre de la gitana, que rasguea la guitarra hace alusión al personaje cervantino, al tiempo que rescata un arte, el de las tocaoras, que ha sido ignorado o minusvalorado, como bien ha puesto de manifiesto Vinciane Trancart para las que se dedicaron a ello a finales del XIX. 
      Preciosilla no solo toca la guitarra, también canta por rondeñas y por corraleras, según sugiere el Oficial. A la gitana, como no podía ser de otra manera en esta pintura romántica de las costumbres andaluzas, le acompaña un majo torero, admirador de la valentía del héroe del drama, cuya imagen alaba Preciosilla cuando asegura que «don Álvaro el indiano, que a caballo y a pie es el mejor torero que tiene España». El pasado misterioso del supuesto príncipe inca, su fatal fortuna ––no es buena la que le espera si las rayas de la mano no mienten–– y la «negra suerte» de su enamorada Leonor ––a quien la madre de Preciosilla también dijo la buenaventura––, completan la conversación y conceden el punto trágico a la obra.
          Se plasma así en este drama romántico la visión pintoresca de los gitanos que tanto asombraba a los viajeros europeos, con su color local, su lengua misteriosa, la inclinación a leer el porvenir y la maestría en la ejecución del baile y al cante andaluz agitanados.Todo ello sin olvidar que este drama del duque de Rivas fue estrenado en 1835, y que las primeras comedias del género andaluz se deberían al malagueño Tomás Rodríguez Rubí, con obras tan conocidas como Toros y cañas aunque la afición al mismo haya que buscarla en el éxito que alcanzó La flor de la canela. Comedia de costumbres andaluzas, del gaditano José Sanz Pérez (*) en su estreno en 1846, primero en Cádiz y luego en Madrid. 

(*) «José Sanz Pérez y el andalucismo teatral del siglo XIX», en Manuel García: de la tonadilla escénica a la ópera española (1775-1832), Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, Cádiz, pp. 87-106.

martes, 23 de abril de 2013

A vueltas con «El Hechicero» y «La cueva de la doncella»

           En el día del libro y de San Jorge, tengo que recordar nuevamente la experiencia lectora y vital de dos heroínas, la Silveria de El Hechicero y la protagonista de La cueva de la doncella. Ambas son jóvenes intrépidas, fuertes, valientes, que desconocer el miedo, que arriesgan por conocerse y conocer a los demás y que son capaces de leer, de interpretar, los libros cifrados de la naturaleza y del ser humano.


           Como recordé en otra entrada anterior, aunque sea Ricardo, el Poeta, quien lee y escribe, quien interpreta el misterio de la naturaleza, Silveria que apenas tiene experiencia -vital y literaria- será la única capaz de asomarse al corazón del joven, pero para eso debe emprender un viaje que la llevará primero a conocerse a sí misma:



 
                     Nuestra heroína siguió marchando a la ventura, si bien con lentitud. Sus pupilas se habían dilatado y casi veía en la obscuridad. Iba, pues, salvando dificultades y tropiezos, cruzando por entre malezas y riscos, y subiendo y bajando cuestas, porque el suelo era cada vez más agrio y quebrado.

                          Al fin empezó a alborear.

                 La fatiga de Silveria era inmensa. No podía tenerse de pie. Logró, no obstante, encaramarse en un peñón, donde se consideró defendida de la humedad, y, confiando en la protección de los cielos, buscó reposo y pronto se quedó dormida.

                    Sus ensueños no fueron lúgubres. Acaso eran de feliz agüero y se prestaban a interpretación favorable.

                   Soñó que, mientras su madre le enseñaba a leer en libros devotos, vinieron los genios del aire y se la llevaron volando para enseñarle más sabrosa lectura en el cifrado y sellado libro de naturaleza, cuyos sellos rompieron, abriéndole, a fin de que ella le descifrase y leyese.[1].
          
          Al despertar, luego, y contemplar el lugar donde se encuentra, Silveria tiene la impresión de que la visión onírica se ha realizado:
               
                   Aquel lugar debía se ser el riñón de la serranía. Silveria creyó casi imposible haber llegado hasta allí sin rodar por un precipicio, sin destrozarse el cuerpo entre los espinos y las jaras o sin el auxilio de quellos genios del aire con que había soñado.

                     Auxiliada por este nueva sabiduría, Silveria encontrará a su poeta y al amor.
                  Pero si la protagonista de El Hechicero descubre el mundo a través del sueño,  a la heroína de La cueva de la doncella «Nada de lo que pudiera soñar dormida podía comparársele a los fabulosos mundos que entreveía despierta». Y así será ella la que salve a Jorge, gracias a su astucia y experiencia, de las garras del dragón, al tiempo que consiga distraer al monstruo -y evitar así su propia muerte, con las historias que les sugieren los dibujos de un tapiz:

                 (...) la doncella fue uniendo las piezas del tapiz en grupos, como si fuesen libros. Cada uno trataba de una historia distinta, según sus matices cromáticos, los accidentes de su trama y los vericuetos de sus cenefas. Había historias de sirenas y tesoros, de monstruos y hechiceros, de estrellas y navíos, de bandidos y fantasmas. Pero la que más le gustaba al dragón era una que trataba de ellos, o casi.  
                       -Veo-veo -empezaba la doncella.
          -¿Qué ves? -respondía obediente el dragón.
          -Veo lejos, muy lejos, un condado próspero y feliz.
          -¿Y qué más?
 
           Entre el dragón y la joven van tejiendo la historia, pero...

             Con el final jamás se ponían de acuerdo, pues el dragón no quería ser amansado ni tampoco que lo hicieran picadillo y la doncella quería ser salvada a todo trance porque no le hacía ninguna ilusión morir teniendo, tan a la mano, a un santo y a un caballero andante en una sola pieza. Y lo de ser vomitada, menos: eso era una guarrería. Así que no había un desenlace fijo, con lo cual el dragón siempre estaba intrigado y jamás satisfecho y la última página no terminó nunca de prenderse con las demás.
         
         Así, Ana Rossetti va urdiendo su cuento que, con ocasión de la leyenda de San Jorge y la celebración de este día en Barcelona, une esta festividad con el placer de la lectura y la experiencia amorosa, pero, eso sí, a través de una nueva Sherezade que no va a dejarse salvar pasivamente ni tampoco va a permitirse sucumbir ante el miedo o la amenaza de cualquier dragón o inexperto caballero.
 





     [1]Obras de Juan Valera, II, p. 1097.