En El caballero del azor, el joven Plácido, expósito recogido por doña
Aldonza, se ha enamorado de la hija de ésta, Elvira. No obstante, el padre de la muchacha, don Fruela, se opone a estos amores por los
oscuros orígenes del pretendiente. Plácido es conminado a alejarse y así lo
hace; pero un día a la edad de catorce años los jóvenes se encuentran en el bosque lo que podría haber dado lugar a una reunión gozosa termina en nueva y dolorosa separación. Así lo cuenta el narrador, que se despega en esta ocasión de las crónicas y romances que dicen servirle de fuentes:
En un día en que salieron de caza con don Fruela,
el caballo de Elvira corrió desbocado y fue a perderse en la espesura de
un bosque. Plácido la siguió para salvarla y acertó a
llegar cuando el caballo que ella montaba tropezó y cayó,
derribándola por el suelo. Elvira, por fortuna, no se hizo el menor
daño. Plácido se apeó con ligereza, acudió en su
auxilio y la levantó en sus brazos.
Instintivamente, sin saber qué
hacían, cediendo ambos a un impulso irreflexivo, tal vez movidos por los
invisibles genios y espíritus de la selva, acercaron sus rostros y se
dieron un beso. Plácido se creyó por breves instantes
transportado al paraíso; pero la realidad más cruel hubo de
mostrarle enseguida que estaba en la dura y áspera tierra.
Plácido se ve obligado a huir, no sin
prometer vengar la afrenta. El joven se refugia en una abadía, donde permanece
seis años hasta que un joven lo provoca y, tras el altercado, es expulsado de
la misma. El abad, no obstante, entrega a Plácido armas y dinero, tras lo cual
el muchacho decide volver a vengar la afrenta de don Fruela.
Cuando Plácido llega al castillo, se encuentra con una
circunstancia imprevista que va a favorecer su suerte amorosa: don Fruela ha
sido acusado de traición y nadie ha querido defenderlo. El joven, protegido
ahora con un escudo que para él han dejado doña Aldonza y su hija, reta a los
acusadores de don Fruela. Al combate asisten el rey y su hermana doña Jimena,
que al ver el escudo lo reconoce como el hijo que le había sido robado,
precisamente, por el acusador de don Fruela. Conocida la alevosía, el criminal
don Raimundo es ajusticiado. Castigado el daño, y restaurado su honor, el joven Plácido,
reconocido[1] como
Bernardo del Carpio[2],
se casa con su amada Elvira.
Es posible, según indica Margarita Almela, que la anécdota central esté inspirada en el Quijote, pues en la obra cervantina se menciona en dos ocasiones la
muerte por estrangulamiento de Roldán a manos de Bernardo el Carpio[3], motivo que se descubre al final del relato cuando se revela que Roldán había sido el joven novicio que lo había provocado en el monasterio, dando lugar a su expulsión de la abadía.
El final feliz se alcanza no solo con la recuperación de la identidad perdida, sino con la boda de los jóvenes, y la muerte del provocador Roldán a manos del joven héroe.
[1] Para facilitar
el desenlace feliz, el narrador recurre aquí, al igual que en La buena fama,
al procedimiento de la anagnórisis.
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