Toda una tradición de tonadillas y sainetes gitanescos, explican la aparición de los gitanos en este drama romántico, al que seguirán una multitud de obras teatrales en un acto que conformarán el denominado «género andaluz», que albergará una modalidad específica denominada «sainete gitanesco». Como he señalado en, aunque lo «gitanesco» no es exclusivamente andaluz y, de hecho, su triunfo no puede explicarse sin el éxito que conoció en las tablas madrileñas, lo cierto es que su vinculación con Cádiz arranca en los sainetes de Juan Ignacio del Castillo, que sirven de explícita y rendida referencia a la obra de uno de los más afamados autores del género, José Sanz Pérez.
Lo cierto es que el cuadro inicial de Don Álvaro o la fuerza del sino tiene un sabor pintoresco, bien explotado en la versión que se hizo para Estudio 1, que a su vez aparece cuidadosamente ambientada por la prolija acotación inicial:
El nombre de la gitana, que rasguea la guitarra hace alusión al personaje cervantino, al tiempo que rescata un arte, el de las tocaoras, que ha sido ignorado o minusvalorado, como bien ha puesto de manifiesto Vinciane Trancart para las que se dedicaron a ello a finales del XIX.
Preciosilla no solo toca la guitarra, también canta por rondeñas y por corraleras, según sugiere el Oficial. A la gitana, como no podía ser de otra manera en esta pintura romántica de las costumbres andaluzas, le acompaña un majo torero, admirador de la valentía del héroe del drama, cuya imagen alaba Preciosilla cuando asegura que «don Álvaro el indiano, que a caballo y a pie es el mejor torero que
tiene España». El pasado misterioso del supuesto príncipe inca, su fatal fortuna ––no es buena la que le espera si las rayas
de la mano no mienten–– y la «negra suerte» de su enamorada Leonor ––a quien la madre de Preciosilla también dijo la buenaventura––, completan la conversación y conceden el punto trágico a la obra.
Se plasma así en este drama romántico la visión pintoresca de los gitanos que tanto asombraba a los viajeros europeos, con su color local, su lengua misteriosa, la inclinación a leer el porvenir y la maestría en la ejecución del baile y al cante andaluz agitanados.Todo ello sin olvidar que este drama del duque de Rivas fue estrenado en 1835, y que las primeras comedias del género andaluz se deberían al malagueño Tomás Rodríguez Rubí, con obras tan conocidas como Toros y cañas aunque la afición al mismo haya que buscarla en el éxito que alcanzó La flor de la canela. Comedia de costumbres andaluzas, del gaditano José Sanz Pérez (*) en su estreno en 1846, primero en Cádiz y luego en Madrid.
(*) «José Sanz Pérez y el andalucismo teatral del siglo XIX», en Manuel García: de la tonadilla
escénica a la ópera española (1775-1832), Servicio de Publicaciones de la
Universidad de Cádiz, Cádiz, pp. 87-106.
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