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De la edición del Teatro crítico y Cartas eruditas de Alianza editorial. |
Ahora que está tan de moda la literatura y la cinematografía de vampiros, no está de más recordar aquí la Carta 20 incluida en el tomo IV (1753) de las Cartas eruditas y curiosas de Feijoo, que lleva por título «Reflexiones críticas sobre las dos disertaciones que, en orden a apariciones de espíritus y los llamados vampiros, dio a luz poco ha el célebre benedictino y famoso expositor de la Biblia don Agustín Calmet» ––ya se sabe que, en lo tocante a títulos, podían ser muy barrocos––, pues ya en ella, Feijoo trata de desterrar las supersticiones que, en torno a duendes, vampiros y aparecidos o muertos vivientes, tenían los hombres del XVIII y no está de más recordar que el benedictino dio a la luz esta obra en la década de los cuarenta.
Esta carta, en concreto está escrita como respuesta a un Vuestra Merced, del que ignoro su identidad ––si es que no se trata de un recurso literario––, quien le ha solicitado un dictamen sobre las mencionadas disertaciones que contiene el libro que publicó el teólogo francés en 1746. Es decir, entra de lleno en el terreno de la crítica literaria y para ello, lo primero que hace es explicar el asunto de ambas. La primera versa, pues, sobre «apariciones de ángeles, demonios y otros espíritus; la segunda sobre los revinientes o redivivos, en cuyo número entran con los vampiros y brucolacos, los excomulgados por los obispos del rito griego».
Feijoo recurre a la lógica para recordar que «ni todas las que se refieren en las historias se deben admitir como verdaderas, ni todas reprobarse como falsas» ––lo que significaría incurrir en credulidad necia o en incredulidad impía––, además ––añade––, una aparición posible no tiene por qué ser considerada como verdadera, lo mismo que tampoco al contrario y, por último advierte que, para asentir o disentir a los hechos históricos, hay que tener en cuenta los testimonios de mayor peso y calificación.
Antes de ofrecer su dictamen sobre la primera cuestión, advierte que Calmet se muestra bastante perplejo y dubitativo a la hora de calificar algunos de los casos, lo que le permite ofrecer sus reflexiones sin ningún embarazo y, para ello, comienza con el «cuento» del consejero del parlamento de París al que una noche, durante el sueño, cree ver a un joven que le repite unas palabras en un idioma que no entiende. El consejero anota lo escuchado y al día siguiente un perito le dicen que se trata de un mensaje en lengua siria que le advierte «Retírate de tu casa, porque hoy a las nueve de la noche se ha de arruinar», lo que efectivamente ocurrió. Pero Feijoo señala que se trata de un relato muy similar a una fábula del poeta Simónides.
Más adelante, se refiere el caso de un predicador jesuita, que recibe la visita de un gigantesco espectro que quiere hablarle, y que el padre se lo impidió advirtiéndole que «según su estatuto, de silencio, no podía oírle sin licencia de su prelado», de modo que debería volver al día siguiente para hacerlo con el permiso correspondiente, como así sucedió y de resultas de lo cual sufrió un terror que lo tuvo alelado hasta su muerte. «Es de reparar, en este caso ––comenta Feijoo––, el ridículo escrúpulo de no querer oír al espectro sin licencia del prelado.El estatuto le mandaba abstenerse de hablar a aquella hora, mas no de oír, y mucho menos a quien venía a hablarle con orden o, por lo menos, permisión del superior de todos los superiores.
No es esta la única ocasión, desde luego, en que Feijoo se burla de la ingenuidad de estos relatos y en más de una ocasión clama contra la credulidad de sus contemporáneos, contra las estratagemas y fábulas de duendes y difuntos que se fingen para tener «comercio amoroso» y se ríe francamente de los prejuicios y supersticiones del común. Así, rechaza la intervención de diablos que impiden trabajar en las minas, lo que no consta ––asegura Feijoo–– a los españoles americanos y sí las mil y una argucias para apoderarse de tesoros enterrados.
Sobre los muertos que vuelven a la vida para expiar alguna culpa o acabar alguna tarea que les quedó por terminar, asegura que la mayoría son auténticos «cuentos de viejas» que, por otra parte, contradicen la doctrina sobre el purgatorio, es decir, la existencia ––ahora desmentida–– de «un lugar destinado para purificarse las almas que salieron de este mundo si toda aquella pureza que es necesaria para entrar en la patria celestial».
En fin, termina su repaso Feijoo, recordando el poder de la imaginación que hace confundir con frecuencia lo soñado con la realidad, al quedar «estampado en su cerebro como si fuese visto; lo que es cierto que sucede tal cual vez a los de una imaginativa vivísima» y que por tanto, estas apariciones son frecuentemente producto de una «imaginativa alterada».