Como señalé en mi libro Juan Valera y la magia del relato decimonónico, la protagonista de este cuento nos recuerda a cualquiera de los ejemplos de «dama perfecta», que contribuyeron a estimular las virtudes de los hombres[1] que estaban a su lado, y, en especial, nos trae a la memoria ––dado que al final del cuento se dice que el personaje masculino era El Gran Capitán[2]–– el caso de Isabel la Católica, de quien, por boca del Magnífico, se afirma en El Cortesano que a ella, a su virtud y a su excelentes dotes para gobernar, se debe la conquista de Granada[3]:
Y en gran parte fue desto causa el
maravilloso juicio que ella tuvo en conocer y escoger los hombres más hábiles y
más cuerdos para los cargos que les daba. Y supo esta señora así bien juntar el
rigor de la justicia con la blandura de la clemencia y con la liberalidad, que
ningún bueno hubo en sus días que se quexase de ser poco remunerado, ni ningún
malo de ser demasiadamente castigado, y desto nació tenello los pueblos en
estremo acatamiento mezclado con amor y con miedo, el cual está todavía en los
corazones de todos tan arraigado, que casi muestran creer que ella desde el
cielo los mira (...)[4].
Y
un poco más adelante se especifica lo duradero de su aliento revelador:
Considerará tras esto, señor Gaspar,
que en nuestros tiempos todos los hombres señalados de España y famosos en
cualquier cosa de honra han sido hechos por esta Reina; y el Gran Capitán
Gonzalo Hernández mucho más se preciaba desto que de todas sus vitorias y
ecelentes hazañas, las cuales en paz y en guerra le han hecho tan señalado, que
si la fama no es muy ingrata, siempre en el mundo publicará sus loores y
mostrará claramente que en nuestros días pocos reyes o señores grandes hemos
visto que en grandeza de ánimo, en saber y en toda virtud, no hayan quedado
baxos en comparación dél[5].
Las
siete últimas líneas parecen demostrar que Valera en este cuento ––además de en
las fuentes bibliográficas que cita directamente–– se inspiró en la lectura de El
Cortesano de Castiglione, ya que éstas se recogen literalmente en el capítulo
octavo del cuento[6],
que funciona a modo de epílogo, y donde se nos descubre la identidad histórica
del protagonista.
También
es cierto que el desenlace de la obra nos remite, por la muerte de doña Mencía,
consumida por su propia pasión, a otros casos planteados en El Cortesano.
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