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martes, 23 de abril de 2013

A vueltas con «El Hechicero» y «La cueva de la doncella»

           En el día del libro y de San Jorge, tengo que recordar nuevamente la experiencia lectora y vital de dos heroínas, la Silveria de El Hechicero y la protagonista de La cueva de la doncella. Ambas son jóvenes intrépidas, fuertes, valientes, que desconocer el miedo, que arriesgan por conocerse y conocer a los demás y que son capaces de leer, de interpretar, los libros cifrados de la naturaleza y del ser humano.


           Como recordé en otra entrada anterior, aunque sea Ricardo, el Poeta, quien lee y escribe, quien interpreta el misterio de la naturaleza, Silveria que apenas tiene experiencia -vital y literaria- será la única capaz de asomarse al corazón del joven, pero para eso debe emprender un viaje que la llevará primero a conocerse a sí misma:



 
                     Nuestra heroína siguió marchando a la ventura, si bien con lentitud. Sus pupilas se habían dilatado y casi veía en la obscuridad. Iba, pues, salvando dificultades y tropiezos, cruzando por entre malezas y riscos, y subiendo y bajando cuestas, porque el suelo era cada vez más agrio y quebrado.

                          Al fin empezó a alborear.

                 La fatiga de Silveria era inmensa. No podía tenerse de pie. Logró, no obstante, encaramarse en un peñón, donde se consideró defendida de la humedad, y, confiando en la protección de los cielos, buscó reposo y pronto se quedó dormida.

                    Sus ensueños no fueron lúgubres. Acaso eran de feliz agüero y se prestaban a interpretación favorable.

                   Soñó que, mientras su madre le enseñaba a leer en libros devotos, vinieron los genios del aire y se la llevaron volando para enseñarle más sabrosa lectura en el cifrado y sellado libro de naturaleza, cuyos sellos rompieron, abriéndole, a fin de que ella le descifrase y leyese.[1].
          
          Al despertar, luego, y contemplar el lugar donde se encuentra, Silveria tiene la impresión de que la visión onírica se ha realizado:
               
                   Aquel lugar debía se ser el riñón de la serranía. Silveria creyó casi imposible haber llegado hasta allí sin rodar por un precipicio, sin destrozarse el cuerpo entre los espinos y las jaras o sin el auxilio de quellos genios del aire con que había soñado.

                     Auxiliada por este nueva sabiduría, Silveria encontrará a su poeta y al amor.
                  Pero si la protagonista de El Hechicero descubre el mundo a través del sueño,  a la heroína de La cueva de la doncella «Nada de lo que pudiera soñar dormida podía comparársele a los fabulosos mundos que entreveía despierta». Y así será ella la que salve a Jorge, gracias a su astucia y experiencia, de las garras del dragón, al tiempo que consiga distraer al monstruo -y evitar así su propia muerte, con las historias que les sugieren los dibujos de un tapiz:

                 (...) la doncella fue uniendo las piezas del tapiz en grupos, como si fuesen libros. Cada uno trataba de una historia distinta, según sus matices cromáticos, los accidentes de su trama y los vericuetos de sus cenefas. Había historias de sirenas y tesoros, de monstruos y hechiceros, de estrellas y navíos, de bandidos y fantasmas. Pero la que más le gustaba al dragón era una que trataba de ellos, o casi.  
                       -Veo-veo -empezaba la doncella.
          -¿Qué ves? -respondía obediente el dragón.
          -Veo lejos, muy lejos, un condado próspero y feliz.
          -¿Y qué más?
 
           Entre el dragón y la joven van tejiendo la historia, pero...

             Con el final jamás se ponían de acuerdo, pues el dragón no quería ser amansado ni tampoco que lo hicieran picadillo y la doncella quería ser salvada a todo trance porque no le hacía ninguna ilusión morir teniendo, tan a la mano, a un santo y a un caballero andante en una sola pieza. Y lo de ser vomitada, menos: eso era una guarrería. Así que no había un desenlace fijo, con lo cual el dragón siempre estaba intrigado y jamás satisfecho y la última página no terminó nunca de prenderse con las demás.
         
         Así, Ana Rossetti va urdiendo su cuento que, con ocasión de la leyenda de San Jorge y la celebración de este día en Barcelona, une esta festividad con el placer de la lectura y la experiencia amorosa, pero, eso sí, a través de una nueva Sherezade que no va a dejarse salvar pasivamente ni tampoco va a permitirse sucumbir ante el miedo o la amenaza de cualquier dragón o inexperto caballero.
 





     [1]Obras de Juan Valera, II, p. 1097.

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