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miércoles, 25 de marzo de 2020

«Un faccioso más y algunos frailes menos». Introducción al episodio galdosiano


Francisco Tadeo Calomarde. Fuente: Wikipedia
     El primero de los 31 capítulos de que consta este episodio comienza el 16 de octubre de un año innominado, solo aludido mediante un guiño cómplice a sus lectores «(y los lectores del libro precedente saben muy bien qué año era)». Efectivamente, los que hubieren leído el episodio anterior sabrían que se trata de 1832, en que se produjo el enfrentamiento entre Luisa Carlota —llegada a La Granja el 22 de septiembre— y Calomarde que, tras recibir un bofetón de manos de la infanta, por haber conspirado para tratar de evitar que la entonces niña Isabel se convirtiera en la sucesora de Fernando VII, respondería al desaire, según la tradición, con la legendaria frase, «Manos blancas no ofenden». 


     Como ocurre en Los Apostólicos, también en esos párrafos iniciales con que se inaugura Un faccioso más y algunos frailes menos se incluye una disquisición narrativa sobre la relación entre la historia de las naciones y la de los individuos: «No sabemos, pues, si batir palmas y cantar victoria o llorar a lágrima viva, porque si bien es cierto que en aquel día terminó para siempre el aborrecido poder de Calomarde, también lo es que nuestro buen amigo D. Benigno padeció un accidente que puso en gran peligro su preciosa existencia»
     A renglón seguido, el narrador ironiza sobre el conocimiento que se tiene del percance ocurrido a Benigno Cordero:  

Unos dicen que fue al subir al coche para marchar a Riofrío en expedición de recreo; otros que la causa del percance fue un resbalón dado con muy mala fortuna en día lluvioso, y Pipaón, que es buen testimonio para todo lo que se refiere a la residencia del héroe de Boteros en la Granja, asegura que cuando este supo la caída de Calomarde y la elevación de D. José Cafranga a la poltrona de Gracia y Justicia, dio tan fuerte brinco y manifestó su alegría en formas tan parecidas a las del arte de los volatineros, que perdiendo el equilibrio y cayendo con pesadez y estrépito se rompió una pierna. Pero no, no admitamos esta versión que empequeñece a nuestro héroe haciéndole casquivano y pueril. El vuelco de un detestable coche que iba a Segovia cuando había personas que consentían en descalabrarse por ver un acueducto romano, una catedral gótica y un alcázar arabesco, fue lo que puso a nuestro amigo en estado de perecer.  

     Una vez asumido por D. Benigno que su curación le impide abandonar La Granja, su amigo Salvador Monsalud se ofrece a quedarse con él  en tanto que se produce su restablecimiento. Es así como deben entretener sus días y sus noches unas veces hablando de la familia, «el tema más amado y más favorecido de Cordero», otras de política, recurriendo don Benigno a esa retórica aprendida en la lectura de los periódicos: «¿Cree usted que ese pobre señor Zea tendrá buena mano para el timón de la nave del Estado».
Sin embargo, la clave de este capítulo se encierra al final del mismo, pues en él se descubre el tema que sobrevuela el tenso silencio que a veces se interpone entre ambos. Cordero y Monsalud rivalizan por casarse con Soledad, Sola o Solita, apodada también cariñosamente como «Hormiga».

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