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sábado, 12 de enero de 2019

Enfermedad y literatura

     En mayo pasado acudí a la Universitè de Neuchâtel invitada a participar en un seminario internacional sobre esta temática por invitación del profesor Antonio Sánchez Jiménez.
     Se trata de una temática de la que ya me había ocupado en otra ocasión, al comienzo de mi carrera investigadora, con motivo de otro seminario realizado en Valladolid y sobre el que recientemente había leído algunos trabajos a propósito de unas lecturas de Gil y Carrasco —«Anochecer en San Antonio de la Florida», «El lago de Carucedo» y El señor de Bembibre— y otras más recientes sobre una novela popular de Manuel Fernández y González, La buena madre (1866). 

      La visión de la enfermedad en la obra de Enrique Gil, como ya estudiara Sebold, tiene mucho que ver con la propia condición enfermiza del autor que padecería de tisis y moriría muy joven a consecuencia de esta enfermedad. Por el contrario, en el caso de la novela de Fernández y González, la representación de la enfermedad tiene que ver con un drama colectivo vivido en no pocas ocasiones en la historia de España desde la Edad Media a la Contemporánea. Por tanto padecida por los personajes históricos de la novela que se sitúa en la época del reinado de María de Molina, viuda de Sancho IV y regente durante la minoría de edad de su hijo Fernando, al tiempo que sufrida también por los lectores coetáneos del famoso sevillano durante el reinado de Isabel II.
     Lo más curioso de esta representación de la enfermedad colectiva es el intento de identificación entre la epidemia de cólera y la podredumbre de la situación política, algo que, por cierto, a los lectores actuales, hartos de tanta crisis de todo tipo, también nos toca muy de cerca.
     Entre uno y otro modo de literaturizar la enfermedad, decidí acudir a Larra y su novela El doncel de don Enrique El doliente, que tantos guiños hace al lector en busca de una complicidad que atañe tanto al sufrimiento derivado de la decepción amorosa como al desengaño político que tanto le hicieron sufrir hasta abocarlo al suicidio. Afortunadamente, en las páginas de Larra también podemos encontrar ese sentido del humor que puede conjurar la tentación de dejarnos arrastrar por la melancolía o la desesperación.

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