Como señala Emilio Placios, en La mujer y las letras en la España del Siglo XVIII, la poesía de María Gertrudis de Hore (1742-1801) es una de las pocas que la tradición ha estimado. Bien sea como él dice, por la leyenda que Fernán Caballero literaturizó en uno de sus cuentos de adulterio más interesantes ––«La Hija del Sol»––, bien porque ––como el mismo Palacios señala–– su fama creció con la publicación de algunos poemas suyos en el Diario y en el Correo de Madrid.
Lo cierto es que si es a partir de su inclusión en la antología Poetas líricos del siglo XVIII, que publicara Leopoldo Augusto de Cueto, dentro de la Biblioteca de Autores Españoles, ya antes la había reivindicado Quintana.
En la actualidad, se han ocupado de ella, Elizabeth Lewis, Constance Sullivan y, con mayor y más sostenido empeño, Frederique Morand, que ha rescatado buena parte de su escritura y su labor conventual, donde decidió refugiarse, con el consentimiento de su esposo Esteban Flemming, lo que parece acreditar que efectivamente pudo cometer el adulterio que cuenta la leyenda.
Una de las poesías más interesantes es la canción «Avisos a una joven que va a salir al mundo. Fenisa a Filena», que firma en el Diario de Madrid el 11 de mayo de 1795 con las iniciales H.D.S. («Hija del Sol»)
¡Oh qué
desventurada
Pasa su infeliz vida,
La que sus dias sacrifica
al mundo
De su brillo encantada;
En su engaño embebida,
El letargo la ocupa
más profundo.
Él en tramas fecundo
Dispone sus prisiones,
Cubriendo con dulzuras
Sus viles amarguras
Cebando los incautos corazones
Y cuando el mal advierte
Dispone sus prisiones,
Cubriendo con dulzuras
Sus viles amarguras
Cebando los incautos corazones
Y cuando el mal advierte
Ya se halla el alma en brazos de la muerte.
Desde niña, la mujer no tiene más norte que hacerse más amable a los ojos de un hombre al que liga su suerte sin pensar en su propio bien. Por eso, caso de recibir alguna educación, la adquirirá para recibir el aprecio ajeno y no buscará más que el brillo superficial. De ese modo será más fácil sucumbir ante los peligros que encierra el teatro del mundo y posiblemente lo pagará ––advierte–– con una muerte temprana.
Ves la joven doncella,
Que apenas ha salido
De una niñez, tal vez mal dirigida,
Quando se admira ella
Dulce harpón de Cupido,
Y pensando prender, queda prendida.
Mírala distraída,
Vagando el pensamiento
Ya en el adorno bello
Del trage y el cabello,
Ya en darle al cuerpo airoso movimiento,
Porque entre sus iguales
No encuentre, no, su mérito rivales.
Si la mano no ociosa
A la labor aplica,
Lo util no elige, sí lo delicado:
Y tal vez oficiosa
Su trabajo dedica
Para intérprete fiel de su cuidado.
Si acaso ha cultivado
Algo su entendimiento,
Se ve que siempre ha sido,
No por verle instruido,
Sino por adquirir algun talento,
Que a su amado apreciable
Más la haga cada día, y más amable.
O bien la pasion ciega,
O el interés malvado,
Deciden su eleccion, fixan su suerte.
De la una el fin se llega,
El otro es disipado,
Y el propio bien en daño se convierte.
Sus pesares divierte,
Si en su ilusion acaso
Conoce los pesares,
Pues de estos a millares
Los desvanece el gusto mas escaso;
Y aunque esté padeciendo,
Que es feliz se está siempre persuadiendo.
Solamente ocupada
De una brillantez falsa,
Con que el mundo engañoso la acaricia,
Corre precipitada,
La peligrosa danza,
El teatro que toda virtud vicia.
Ignora la malicia
De los ocultos lazos,
Que entre sus plantas trae,
Tropieza, y al fin cae,
De la culpa encontrandose en los brazos;
Floja intenta librarse
Volviendo en dobles nudos a enredarse.
Ves la joven doncella,
Que apenas ha salido
De una niñez, tal vez mal dirigida,
Quando se admira ella
Dulce harpón de Cupido,
Y pensando prender, queda prendida.
Mírala distraída,
Vagando el pensamiento
Ya en el adorno bello
Del trage y el cabello,
Ya en darle al cuerpo airoso movimiento,
Porque entre sus iguales
No encuentre, no, su mérito rivales.
Si la mano no ociosa
A la labor aplica,
Lo util no elige, sí lo delicado:
Y tal vez oficiosa
Su trabajo dedica
Para intérprete fiel de su cuidado.
Si acaso ha cultivado
Algo su entendimiento,
Se ve que siempre ha sido,
No por verle instruido,
Sino por adquirir algun talento,
Que a su amado apreciable
Más la haga cada día, y más amable.
O bien la pasion ciega,
O el interés malvado,
Deciden su eleccion, fixan su suerte.
De la una el fin se llega,
El otro es disipado,
Y el propio bien en daño se convierte.
Sus pesares divierte,
Si en su ilusion acaso
Conoce los pesares,
Pues de estos a millares
Los desvanece el gusto mas escaso;
Y aunque esté padeciendo,
Que es feliz se está siempre persuadiendo.
Solamente ocupada
De una brillantez falsa,
Con que el mundo engañoso la acaricia,
Corre precipitada,
La peligrosa danza,
El teatro que toda virtud vicia.
Ignora la malicia
De los ocultos lazos,
Que entre sus plantas trae,
Tropieza, y al fin cae,
De la culpa encontrandose en los brazos;
Floja intenta librarse
Volviendo en dobles nudos a enredarse.
Cuando se dio a conocer este poema en la prensa, María Gertrudis ya era monja en el convento de Santa María y era consciente de la discriminación que sufrían las mujeres. En este sentido, el poema puede interpretarse como un aviso a las mujeres para que traten de tomar las riendas de su destino.
Más detalles sobre esta gaditana en mi blog doceañista.
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