Para Burke, lo sublime y lo bello son contarios, lo sublime asombra e incluso asusta, mientras lo bello agrada y activa las fuerza vitales, que lo sublime suspende para crear mayor emoción. Todo lo terrible, las penas que están en el origen o en la supervivencia y causan dolor y miedo son las únicas capaces de excitar lo sublime. Entre uno y otro extremo está lo pintoresco, aquello que por su novedad o extrañeza es capaz de agradar, incluso lo monstruoso, pues sirve de alivio al tedio de nuestra vida cotidiana. Addison en The Spectator (25.6.1712) elogió la naturaleza salvaje, en contraposición a aquella que ha sido modificada por «los delicados toques y adornos del arte». «Todo cuanto sea nuevo o singular contribuye no poco a diversificar la vida y a divertir algún tanto el ánimo con su extrañeza: porque esta sirve de alivio a aquel tedio de que nos quejamos comúnmente en nuestras ordinarias y usuales ocupaciones. Esta misma extrañeza o novedad es la que presta sus encantos al monstruo y hace agradables las imperfecciones de la naturaleza»[1]
Por su parte, Gilpin había iniciado sus viaje por el río Wye, los paseos por Lake District y las regiones montañesas de Gales hacia 1772, aunque no publicó estas impresiones sobre lo pintoresco del paisaje hasta 1785 y en 1789 publicaría dos narraciones de viajes, ilustradas con acuarelas, Tour in the mountains and lakes of Cumberland and Westmoreland y Tour in the Higlands ind Scotlands. Sus Tres ensayos sobre lo pintoresco se publicaría en 1792 y se traduciría al francés ese mismo año. Para él, lo pintoresco nace de la belleza que puede encontrarse en la
desigualdad y la asimetría, la variedad de los constrastes de forma y
de la luz y la sombra en sus infinitas tonalidades.
De aquí que una de las primeras concurrencias de la palabra pintoresco en español sea la de Leandro Fernández de Moratín en su Viaje a Italia
(1793-1797), donde lo mismo admira el paisaje «rústico, pintoresco y
pobre» por el que asoman diseminadas las casas de labranza entre las
cañadas y vegas que recorre en el camino a Lucerna. Entre 1807 y 1808 se publicarían los primeros viajes pintorescos por España.
Arroyo de las Nieves |
Y ya hemos visto en otro lugar cómo Frasquita Larrea se servía de esta categoría de Gilpin ––y también de Burke, cuando habla de la «extraña sensación de terror y placer al mismo tiempo»–– para describir la emoción que sentía al contemplar el paisaje en su viaje de Bornos a Arcos.
[1] Cf., Juan Antonio Rodríguez Tous, Idea estética y negatividad sensible: la fealdad en la teoría estética de Kant a Rosenkrazt , Ed. Revista de Filosofía, 2002, pp. 66, n. 51.
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