Una de las escenas en que el café y la copa cobran especial protagonismo es en la cena que tiene lugar durante el baile del lunes de Carnaval en el Casino:
Joaquín Orgaz había prometido cantar por lo
flamenco a los postres.
La
cena era breve pero buena, platos fuertes, buen Burdeos, buena
champaña; en fin, como decía el Marqués,
primero mar y pimienta, después fantasía y
alcohol.
Todos, las baronesas inclusive, se reían de los plebeyos que
allá fuera seguían bailando y tenían que
contentarse con
los helados que se servían sobre las mesas de billar.
El
ruido, las luces, la algazara, la comida excitante, el vino, el
café... el ambiente, todo contribuía a embotar la
voluntad, a despertar la pereza y los instintos de voluptuosidad...
Ana se creía próxima a una asfixia moral...
Encontraba a su pesar una delicia intensa en todos aquellos
vulgares placeres, en aquella seducción de una cena en un
baile, que para los demás era ya goce gastado...
Sentía ella más que todos juntos los efectos de
aquella atmósfera envenenada de lascivia romántica y
señoril, y ella era la que tenía allí que
luchar contra la tentación. Había en todos sus
sentidos la irritabilidad y la delicadeza de la piel nueva para el
tacto. Todo le llegaba a las entrañas, todo era nuevo para
ella. En el bouquet del vino, en el sabor del queso Gruyer,
y en las chispas de la champaña, en el reflejo de unos ojos,
hasta en el contraste del pelo negro de Ronzal y su frente
pálida y
morena... en todo encontraba Anita aquella noche belleza,
misterioso atractivo, un valor íntimo, una expresión
amorosa...
Todo esto pasó por el cerebro de la Regenta mientras
Mesía, sin ocultar la emoción que le ponía
pálido, se inclinaba con gracia, y alargaba
tímidamente una mano.
Antes que ella quisiera, Ana sintió sus dedos entre los del
enemigo tentador... debajo de la piel fina del guante la
sensación fue más suave, más corrosiva. Ana la
sintió llegar como una corriente fría y vibrante a
sus entrañas, más abajo del pecho. Le zumbaron los
oídos, el baile se transformó de repente para ella en
una fiesta nueva, desconocida, de irresistible belleza, de
diabólica seducción. Temió perder el
sentido... y sin saber cómo, se vio colgada de un brazo de Mesía...
Esa embriaguez de los sentidos favorecida por la atmósfera carnavalesca resulta muy propicia para la exaltación de los sentidos y particularmente para dejarse llevar por la sensualidad y olvidar los prejuicios de la religión y la moral. Mesía no va a desaprovechar la oportunidad que le ofrece el ritual profano, aunque aún no podrá llegar a dar rienda suelta a sus apetitos sexuales. En todo caso, la Regenta, después de esta ocasión estará más abierta al deseo.
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