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jueves, 10 de octubre de 2013

Café, copa y puro V.

          Una de las escenas en que el café y la copa cobran especial protagonismo es en la cena que tiene lugar durante el baile del lunes de Carnaval en el Casino:
 

Joaquín Orgaz había prometido cantar por lo flamenco a los postres.
La cena era breve pero buena, platos fuertes, buen Burdeos, buena champaña; en fin, como decía el Marqués, primero mar y pimienta, después fantasía y alcohol.
Todos, las baronesas inclusive, se reían de los plebeyos que allá fuera seguían bailando y tenían que contentarse   con los helados que se servían sobre las mesas de billar.
           El ruido, las luces, la algazara, la comida excitante, el vino, el café... el ambiente, todo contribuía a embotar la voluntad, a despertar la pereza y los instintos de voluptuosidad... Ana se creía próxima a una asfixia moral... Encontraba a su pesar una delicia intensa en todos aquellos vulgares placeres, en aquella seducción de una cena en un baile, que para los demás era ya goce gastado... Sentía ella más que todos juntos los efectos de aquella atmósfera envenenada de lascivia romántica y señoril, y ella era la que tenía allí que luchar contra la tentación. Había en todos sus sentidos la irritabilidad y la delicadeza de la piel nueva para el tacto. Todo le llegaba a las entrañas, todo era nuevo para ella. En el bouquet del vino, en el sabor del queso Gruyer, y en las chispas de la champaña, en el reflejo de unos ojos, hasta en el contraste del pelo negro de Ronzal y su frente pálida    y morena... en todo encontraba Anita aquella noche belleza, misterioso atractivo, un valor íntimo, una expresión amorosa...
            Todo esto pasó por el cerebro de la Regenta mientras Mesía, sin ocultar la emoción que le ponía pálido, se inclinaba con gracia, y alargaba tímidamente una mano.  
            Antes que ella quisiera, Ana sintió sus dedos entre los del enemigo tentador... debajo de la piel fina del guante la sensación fue más suave, más corrosiva. Ana la sintió llegar como una corriente fría y vibrante a sus entrañas, más abajo del pecho. Le zumbaron los oídos, el baile se transformó de repente para ella en una fiesta nueva, desconocida, de irresistible belleza, de diabólica seducción. Temió perder el sentido... y sin saber cómo, se vio colgada de un brazo de Mesía...


Esa embriaguez de los sentidos favorecida por la atmósfera carnavalesca resulta muy propicia para la exaltación de los sentidos y particularmente para dejarse llevar por la sensualidad y olvidar los prejuicios de la religión y la moral. Mesía no va a desaprovechar la oportunidad que le ofrece el ritual profano, aunque aún no podrá llegar a dar rienda suelta a sus apetitos sexuales. En todo caso, la Regenta, después de esta ocasión estará más abierta al deseo.



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