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martes, 15 de octubre de 2013

El paisaje pintoresco de Frasquita Larrea

Hace ya algunos años, al tratar sobre los cuentos de Fernán Caballero*, me ocupé tangencialmente del romanticismo pintoresquista con que su madre, Frasquita Larrea describía ciertos paisajes de la serranía gaditana. Efectivamente, como sostenía en dicho trabajo, Frasquita, tan aficionada, por otra parte, a anotar anécdotas y tipos, dejó algunas impresiones sobre Arcos de la Frontera como las siguientes:


           Tampoco el camino es divertido y nada me atraía siquiera a los ojos. Pero pasado Jerez, empecé a notar el rico y cultivado país, y se despertaba en mis adentros aquel amor a mi patria que sobrenada siempre en la corriente de mis tristezas, y jamás se ve abogado en mi corazón. Los llanos de Caulina, en esta estación, están cubiertos de florecillas, con tal profusión y con tanta variedad en sus colores, que parecen alfombrados de ricos tapices. La torre de Melgarejo se divisa a lo lejos, solitaria y arruinada como la vejez; pero también como ésta, ofrece todavía alguna sombra y descanso al fatigado viajero. Todas las tierras del Cortijo de la Peñuela (que pertenece a la Cartuja de Jerez) están perfectamente cultivadas.  ( Diario del viaje a Arcos y Bornos en 1826. Copia a máquina de un original perdido (Archivo Osbome), en Diario de Frasquita Larrea, Asociación Cultural Amigos de Bomos, Jerez, 1985, pp. 99-100).


Un poco más adelante añade: «Al salir de los hermosos campos de trigo y de toda clase de sementeras, se empieza a subir por las tierras agreste y escabrosas que se acercan a Arcos, todas cubiertas de olivos, cuyas ramas se entraban en el coche, cargadísimas de flor y de su suave perfume» (Ídem, p. 101.) Obsevamos que en ambos casos se hallan presente las ruinas del castillo de Melgarejo, las tierras labradas del cortijo de La Peñuela —perteneciente, como se señala en ambos casos, a los Padres Cartujos—, y los olivos. Pero más interesante que la coincidencia de algunos elementos, por otra parte, llamativos para cualquier viajero, son las impresiones románticas con que doña Frasquita percibe el paisaje. Así, en una descripción del camino montañoso que conduce desde Bornos a Arcos, leemos:
Bornos


«Estos peñascos, cuyas formas irregulares y fantásticas, se meten y retiran de la ribera, mirándose siempre en la queda y cristalina corriente como un espejo, y cuyas cimas parece que quieren desplomarse sobre el incauto pasajero, causan una especie de sobresalto que crecen en proporción que se van estrechando las orillas, y queda el río hecho un canal, cuyos tremendos muros apenas dejan una escasÍsima margen que pisa temblando el viajero, cuando, arrancando sus ojos de los altísimos riscos que lo amenazan, ve otros que fingen elevarse oscuros del profundo de las aguas, y se siente oprimido de una extraña sensación de terror y placer al mismo tiempo. » (Diario del viaje a Bornos y Ubrique en 1824. Copia a máquina de un original perdido (Archivo Osborne), en Diario de Frasquita Larrea, Asociación Cultural Amigos de Bornos, Jerez, 1985, pp. 55-56).



Este texto fue escrito el 1 de julio de 1824, tres días más tarde, anota: «Es admirable la variedad de aspectos que tiene esta cordillera. Ayer tarde el sol en su ocaso, teñía los ligeros vapores que se habían agolpado en ella, y parecía que un velo transparente rosa y plata, a manera del de una luna coqueta, sombreaba sus bellas formas, sin ocultarlas de un todo. Hoy libre de la calina, caían radiantes en sus superficies los últimos rayos del sol, convirtiendo en trozos de nácar tornasolada de azul púrpura y hortensia, riscos que en otras horas y con otra atmósfera, se meten negros y espantables por el celeste claro del cielo. Esta variedad en la apariencia de los objetos, de la naturaleza, Gilpin la explica bien en su prólogo a su famosa obra sobre lo pintoresco ( ... )» (Ídem, pp. 58-59.)


          Así pues, si Frasquita Larrea conocía las teorías acerca de la estética de lo pintoresco —el tratado de Gilpin, Tres Ensayos sobre lo bello pintoresco, había sido traducido al francés en 1772 y quizás en este idioma lo leyera doña Frasquita, aunque por su ascendencia irlandesa bien podía haberlo leído en su idioma original— y dejaba traslucir unas impresiones del paisaje fuertemente presididas por estas teorías, no es extraño que su hija conociera y participara de similares posturas estéticas. Aún más, en otras descripciones de doña Frasquita encontramos destacados los mismos valores de perspectiva, variedad, irregularidad, que hemos visto repetidos en los textos de Fernán Caballero y en las huertas de Bornos observa algunas coincidencias con los «hermosos parques ingleses», que no son sino los jardines pintorescos que se pusieron de moda en la Francia de 1770-74. También en sus textos hallamos alusiones a los pintores flamencos, amantes de lo pintoresco, a los que Fernán Caballero reivindicará igualmente y con los que establecerá algunas coincidencias por su atención a la naturaleza campestre.
 
* Marieta Cantos Casenave, «La recreación de la naturaleza en los cuentos de Fernán Caballero. Lo pintoresco», en Cuadernos de Ilustración  y Romanticismo, núms. 4-5, 1997, pp. 59-79. Una versión más actualizada de estas ideas se encuentra en Marieta Cantos Casenave, «Escritura y Mujer 1808-1838: los Casos de Frasquita Larrea, Mª Manuela López de Ulloa y Vicenta Maturana de Gutiérrez», Anales, 23 (2011), pp. 205-231.

1 comentario:

  1. ¡Qué ilusión me hizo que Ignacio Henares en la conferencia de clausura mencionara el tratado de Gilpin sobre lo pintoresco! Es evidente que Frasquita Larrea estaba muy al tanto de lo que se discuía en Europa y no solo de literatura.

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