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viernes, 23 de abril de 2021

«Tertulias, tabernas y cafés del Cádiz liberal» (IV)

 Sexta etapa. Plaza de San Antonio y Casa de los Istúriz.

    La plaza de San Antonio, antigua plaza de armas, es una manifestación señera de la vocación mercantil de Cádiz. En ella se encuentran varias casas pertenecientes a la aristocracia y burguesía de negocio, con notables fincas marcadas con sus característica disposición en tres pisos —accesoria, en planta baja para las mercancías, entresuelo para las oficinas comerciales, planta principal para los señores de la casa y la última para el servicio—, coronada por una torre vigía —desde la que divisar los barcos mercantes—, y un palomar —en muchos casos— para alojar a las palomas mensajeras, que informaban sobre las mercancías que debían arribar al puerto gaditano.    

    Ese ambiente mercantil de la plaza y zonas aledañas lo representa muy bien María Dueñas a través del protagonista de La Templanza (2015:) 

    Desde que llegara a América […], Cádiz la mítica Cádiz, el final del cordón umbilical que seguía uniendo el Nuevo Mundo con su decrépita madre patria […]. Cádiz, de donde tanto llegó y a donde cada vez menos volvía. En su imaginario había idealizado Cádiz como una extensa metrópoli mundana e imponente, pero, por mucho que la buscó, no dio con ella. Tres o cuatro veces más pequeña que La Habana en habitantes, infinitamente menos opulenta que la antigua capital de los aztecas, y rodeada de mar. Discreta, coqueta en sus calles estrechas, en sus casas de altura regular y en las torres-miradores desde las que se veían los barcos entrar a la bahía y zarpar hacia otros continentes. Sin ostentosidad ni fulgor; recoleta, graciosa, manejable. Así que esto es Cádiz, se repitió. 

    La plaza de San Antonio va a ser escenario de diversas manifestaciones de la opinión pública. En primer lugar allí se localizaba el famoso Café Apolo, conocido en los años de las Cortes de Cádiz como las Cortes chicas, pero también se situaban otras tiendas y neverías que, especialmente durante el Trienio, tuvieron fuerte protagonismo como sede de tertulias y reuniones políticas.

    Además, en San Antonio se emplazaba la casa de la familia Istúriz, los entonces comerciantes Tomás y Javier, que habitaban aquel palacete junto a su madre desde al menos 1811.

    Como decía, en los años del Trienio, aquella casa fue un lugar de encuentro de los liberales que conspiraban por derrocar el gobierno absoluto de Fernando, VII, como nos recuerda Amalia Vilches en Beatriz (2020:142):

 En casa de los Istúriz, Moreno Guerra, que había venido de Gibraltar, Gutiérrez Acuña, Grasses, Roten, Cevallos y algunos más de los habituales discutían acaloradamente. —La Bisbal es un hipócrita y un mentiroso. Está jugando con nosotros. —La verdad, es como para no creerlo. —Y sabe Dios los tejemanejes que se trae con Sarsfield. —Todos son idas y venidas y cartitas que se cruzan continuamente entre los dos. […]. —Necesitaríamos de un confidente que se ganara su confianza, pero quién podría ser que no levantara sospechas La reunión se estaba poniendo caliente. Hablaban quitándose la palabra de la boca. Alguien empezaba a arengar con fervor inflamado a unos correligionarios que no es que lo necesitaran. […] De pronto, como por arte de magia, de detrás de un cortinaje que separaba la biblioteca del pasillo que conducía a las habitaciones del dueño de la casa, había surgido una Beatriz que impresionó a los contertulios. Una amazona con los cabellos sueltos aureolándola […]. —Del mariscal de campo me encargo yo. Señores, excusen mi atrevimiento, pero mi decisión es inamovible. 



Hasta tal punto Cádiz estaba implicada en la lucha contra el absolutismo que, como nos hacer ver Jesús Maeso  en su novela, En una tierra libre (2011: 597)  el fatídico 10 de marzo de 1820, la situación estallaría:

Cádiz se había convertido en un barril de pólvora a punto de estallar. El pasado 10 de marzo fue una jornada nefasta para la memoria de Cádiz y de España. Estaba todo preparado para la solemne promulgación de la constitución; aún me tiembla el pulso al recordarlo. Las campanas repicaron a gloria, pero, como tétrico contrapunto, también retumbaron los cañones de los absolutistas que hasta hicieron fuego contra los paisanos y la lápida de la Constitución, que había sido repuesta en San Antonio […] Los Granaderos de la Lealtad, espada en mano, pidieron la jura sembrando las calles de sangre y amedrentando al pueblo. El cornetín tocó a degüello, y el pueblo, convidado a la fiesta, estuvo a punto de asistir a su entierro.


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