«Zorrilla es otro de los corifeos del romanticismo, y el más
fecundo de todos», asegura Juan Valera. «Poeta de más imaginación que sentimiento y
gusto, es incorrecto y descuidado a veces, y a veces elegante, como por
instinto. Florido, pomposo, arrebatado, sublime, vulgar, enérgico y
conciso, desleído y verboso, todo lo es sucesivamente, según la
cuerda que toca; pero siempre simpático y nuevo, siempre popular y
leído con placer y aplaudido y querido con frenesí de los
españoles».
«Las mismas composiciones de Zorrilla, en que la inspiración
desfallece, en que apenas sabe el poeta lo que quiere decir, o en que no dice
nada sino palabras huecas, tienen tal encanto de armonía y de gracia para los oídos de los españoles, que nos
complacemos en oírlas, y las repetimos embelesados sin meternos a
averiguar lo que significan y aun sin suponer que signifiquen algo. El amor de
la patria, sus pasadas glorias, sus tradiciones más bellas y
fantásticas, y las guerras, desafíos, fiestas y empresas amorosas
de moros y cristianos; todo, vaga y confusamente, se agolpa en nuestra
imaginación cuando leemos los romances, leyendas y dramas de Zorrilla: y
todo concurre a dar a su nombre una aureola de gloria, que no se
ofuscará nunca, aunque la fría razón analice y ponga a la
vista mil faltas y lunares».
Precisamente una de las faltas que señala Valera en la composición de su protagonistas es la siguiente: «Para dar una
idea tremenda de don Juan Tenorio le hace apostar en una taberna, como un
truhán fanfarrón, que matará a setenta u ochenta hombres,
y que seducirá a cien o doscientas mujeres en un año. De esta
laya de idealizadores son aquellos rabinos, que, para ensalzar a Dios, le dan
no sé cuantas leguas de corpulencia; como si lo infinito cupiese en el
tiempo y en el espacio, y se redujese a número y medida».
En cambio entre los aciertos está el de su conversión: «En el
D. Juan Tenorio de Zorrilla, hay la misma
tramoya imitada del
D. Juan de Marana de Dumas, que la tomó
del
Fausto de Goethe. Ello es que esto de convertir
a una bonita y nada
desdeñosa muchacha en escala de Jacob
para subir al cielo, ha de parecer, por fuerza, mucho más agradable que
los medios que antiguamente nos daban de mortificar la carne con ayunos y
penitencias, y de estar siempre en conversación interior».
Conviene recordar que, a pesar de todos estos defectos, lo espectacular sería uno de los más interesantes atractivos de este drama religioso-fantástico y que precisamente las apariencias, y toda la tramoya propia del teatro de magia, lo mismo que las proyecciones de fantasmagorías, tan del gusto del público del XIX, debieron pesar en el gusto del público y en el creciente favor que fue adquieriendo la obra con el paso de los años.
Ilustración de la edición de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes |
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