La vida de Diego Torres no fue precisamente fácil, como se cuenta en este soneto, que como decía en la entrada anterior, está tejido con materiales similares a los de Cuenta los pasos de la vida:
Vida bribona
En una cuna pobre fui metido,
entre bayetas burdas mal fajado,
donde salí robusto y bien templado
y el rústico pellejo muy curtido.
A la naturaleza le he debido
más que el Señor, el Rico y Potentado,
pues le hizo sin sosiego delicado
y a mí con desahogo bien fornido.
Él se cubre de seda que no abriga,
yo resisto con lana la inclemencia,
él por comer se asusta y se fatiga.
Yo soy feliz si halago a mi conciencia,
pues lleno a todas horas la barriga
fiado de que hay Dios y Providencia.
Por eso, Torres, hijo de un humilde librero salmantino, necesitó buscar amparo en mecenas como la condesa de los Arcos, que lo acogió durante su estancia madrileña, al tiempo que publicaba sus famosos almanaques, pero Torres se vio pronto obligado a abandonar la Corte y regresar a Salamanca, donde publicaría su famosa autobiografía. Su obra, como la de otros escritores del XVIII, no permanecería ajena a la presión de la Inquisición.
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