Tras su dedicación juvenil a la poesía, Juan Valera no se decide a cultivar la
narración en prosa hasta 1859 en que dará al periódico El
Estado un artículo en el que se incluía el cuento Parsondes, que
posteriormente, en 1864, sería publicado independientemente con el título de Cuento
soñado[1]. En 1860
aparece El pájaro verde, primero y único de una colección de cuentos Florilegio
de cuentos, leyendas y tradiciones, que, junto a Antonio María de
Segovia, había pensado publicar.
En esta nueva aproximación al cuento, Valera se conduce,
tal como explica en el prólogo a dicho volumen, como los hermanos Grimm y otros
contemporáneos europeos que veían en los cuentos tradicionales
"desfiguradas ruinas de una antigua religión", "fragmentos
dispersos y mutilados de una epopeya perdida" cuya belleza formal había
desaparecido y había que tratar de rescatar; por eso, declara su propósito de
"no ser fieles hasta en las palabras y frases con que los rústicos los
refieren", sino de elevar "a poesía la idea germinal del vago e
inconsciente instinto poético del vulgo"[2].
Treinta y cuatro años más tarde, al publicar La buena fama, su postura sigue siendo la misma[3]. Entre El pájaro verde y El bermejino prehistórico, tercero de sus cuentos[4], median diecinueve años en los que escribió tres novelas de costumbres contemporáneas. Y es que posiblemente cuando sufría una larga cesantía diplomática prefería dedicarse a la novela, que requería un esfuerzo más prolongado, mientras que la composición de cuentos podía compaginarla más fácilmente con sus trabajos en legaciones y embajadas; al menos esto parece deducirse de la dedicatoria de La buena fama a Segismundo Moret:
Treinta y cuatro años más tarde, al publicar La buena fama, su postura sigue siendo la misma[3]. Entre El pájaro verde y El bermejino prehistórico, tercero de sus cuentos[4], median diecinueve años en los que escribió tres novelas de costumbres contemporáneas. Y es que posiblemente cuando sufría una larga cesantía diplomática prefería dedicarse a la novela, que requería un esfuerzo más prolongado, mientras que la composición de cuentos podía compaginarla más fácilmente con sus trabajos en legaciones y embajadas; al menos esto parece deducirse de la dedicatoria de La buena fama a Segismundo Moret:
Mi querido amigo: La
bondadosa confianza con que usted me ha tratado todo el tiempo que como
ministro ha sido jefe mío, mueve de tal suerte mi gratitud que deseo darle
muestra de ella, y no teniendo a mi alcance otra más rica, me atrevo a dársela
dedicándole el cuentecillo que sigue, fruto, si no sabroso, cultivado por mí
con amoroso esmero en algunos ratos de ocio diplomático[5].
Efectivamente, durante su estancia finisecular en Viena
escribió El Hechicero[6], Lamuñequita[7]
y La buena fama[8]; y de
regreso ya en Madrid, retirado de sus ocupaciones diplomáticas debido a su
ceguera pero con la mente muy activa, escribe El caballero del azor[9], El
doble sacrificio[10], Los
cordobeses en Creta[11], El duende beso[12],
El último pecado[13], El
San Vicente Ferrer de talla[14], El
cautivo de doña Mencía[15], Garuda
o la cigüeña blanca[16], y El
maestro Raimundico.
Desde luego que su dedicación a este género estuvo también motivada por las posibilidades que el cuento le ofrecía para retratar el comportamiento de un personaje en una situación límite, como recuerda Margarita Almela, o por su mayor conexión con el universo poético. Al fin y al cabo, como decía Novalis, "El cuento es en cierta forma el canon de la poesía".
No faltan tampoco, las cuestiones crematísticas[17]. Es evidente que el pago de un cuento contribuía de forma más inmediata -si bien menos duradera- a paliar sus incesantes problemas pecuniarios y, además, algunas revistas como La Ilustración Española y Americana, pagaban por piezas, tanto si se trataba de una narración en verso o prosa, larga o corta, como si se trataba de un artículo, cualquiera que fuese su extensión[18].
De estos relatos y del resto de su producción cuentística trata Juan Valera y la magia del relato decimonónico.
[1]Cf. Margarita Almela, La cultura como principio organizador del realismo de la narrativa de Don Juan Valera, UNED, Madrid, 1986, p. 3.
Desde luego que su dedicación a este género estuvo también motivada por las posibilidades que el cuento le ofrecía para retratar el comportamiento de un personaje en una situación límite, como recuerda Margarita Almela, o por su mayor conexión con el universo poético. Al fin y al cabo, como decía Novalis, "El cuento es en cierta forma el canon de la poesía".
No faltan tampoco, las cuestiones crematísticas[17]. Es evidente que el pago de un cuento contribuía de forma más inmediata -si bien menos duradera- a paliar sus incesantes problemas pecuniarios y, además, algunas revistas como La Ilustración Española y Americana, pagaban por piezas, tanto si se trataba de una narración en verso o prosa, larga o corta, como si se trataba de un artículo, cualquiera que fuese su extensión[18].
De estos relatos y del resto de su producción cuentística trata Juan Valera y la magia del relato decimonónico.
[1]Cf. Margarita Almela, La cultura como principio organizador del realismo de la narrativa de Don Juan Valera, UNED, Madrid, 1986, p. 3.
[6]Publicado en La España
Moderna, LXVI (junio de 1894).
[18] Cf., Cartas a Menéndez Pelayo del 26 y 30 de abril
de 1883, en Artigas Fernando, M., Epistolario de Valera y Menéndez Pelayo,
Compañía Iberoamericana de Publicaciones, Madrid, 1930, pp. 158 y 159.
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