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martes, 12 de noviembre de 2013

A propósito de la literatura y la sociabilidad en el siglo XIX. Larra

         Como para tantas cuestiones relacionadas con el siglo XIX, se hace necesario recurrir a los artículos de Larra, que en  «Horas de invierno» (1836) anotaba al preguntarse por su público: 
«¿Son las academias, son los círculos literarios, son los corrillos noticieros de la Puerta del Sol, son las mesas de los cafés, son las divisiones expedicionarias, son las pandillas de Gómez, son los que despojan, o son los despojados? 
         ¿Será el teatro el refugio de nuestra gloria? ¿El teatro, sin actores y sin público, el teatro nacional, que, por último insulto, para mengua eterna y degradación sin fin del país, es ya una sucursal de la ópera y un llena-huecos para las noches en que está ronca la primera dama?»  

Aval de Juan Grimaldi para el ingreso de Larra en el Ateneo. BVMC
         Efectivamente, en unas pocas líneas Larra, más allá de la tribuna del periódico, nos asoma por los locales y lugares públicos a los que suele acudir un escritor que no se contenta con permanecer en una torre aislada, que siente la necesidad de comprometerse con su oficio, de tratar de cambiar el mundo, diciendo una verdad que nadie quiere oír, a pesar de que debía estar interesado en hacerlo. Eso, si es que el artículo consigue pasar la rígida censura de los Gómez de turno. Por eso no es extraño que Larra terminer por ver en España un cementerio, un lugar desolado donde nadie responde a los intereses y pasiones del escritor. El mundo todo es una máscara, pero detrás de esa máscara, de ese público de café, de academia, de casino, de tertulia o de teatro, no hay nada. Y lo que más le duele a Larra es que ese público aplauda mejor una traducción del francés o un ópera italiana, porque eso da idea de la falta de una conciencia nacional que pueda exigir una literatura acorde a los intereses y los latidos de España.
          Su mirada crítica recorre todos los rincones en busca de ese público y, al no encontrarlo, al comprobar que sus esfuerzos por lograr la unidad, la paz, y el progreso, decide que escribir, vivir, no merece la pena.

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