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lunes, 7 de enero de 2013

Bécquer y Valera, a propósito del beso.

         Como tuve ocasión de analizar en  «Una lectura de El Cortesano de Castiglione. A propósito del amor y del beso», aunque Valera era admirador de esta obra de Castiglione, sin embargo, no creía en la existencia real de ese amor platónico, tal como puede comprobarse en sus novelas y cuentos. No obstante, sí concedía al amor una capacidad regeneradora, creadora, estimulante del ser humano y del artista en particular.


         Es posible que Juan Valera conociera la rima XXIV de Bécquer, puesto que es un poeta al que admira y en ese sentido no sería del todo extraño que cuando Valera escribió este cuento en Viena en 1894 tuviera sus Rimas presentes, junto a otras referencias. En todo caso, el beso final de su cuento El Hechicero recupera este motivo que es clásico, por otra parte, del platonismo:

          «Ricardo le selló la boca con un beso prolongadísimo y la ciñó apretadamente entre los brazos para que ya no se le escapase. Ella le miró un instante con lánguida ternura, y cerró después los ojos como en un desmayo.
Los pájaros, las mariposas, las flores, las estrellas, las fuentes, el sol, la primavera con sus galas, todas las pompas, músicas, glorias y riquezas del mundo imaginó ella que se veían, que se oían y que se gozaban, doscientas mil veces mejor que en la realidad externa, en lo más intimo y secreto de su alma, sublimada y miríficamente ilustrada en aquella ocasión por la magia soberana del Hechicero.
Silveria le había encontrado, al fin, propicio y no contrario. Y él, como merecido premio de la alta empresa, tenaz y valerosamente lograda, hacía en favor de Silveria y de Ricardo sus milagros más beatíficos y deseables».

          Las diferencias entre uno y otro texto son también patentes, pues a pesar del encanto poético con que Valera retrata la escena, es también notable su carga erótica, que el egabrense trata de moderar con las referencias a una naturaleza armónica, pero no deja de aludir también a unos seres que «se gozaban». Lo sublime se modula con lo erótico, pues Valera no cree en la existencia de un amor libre de pasión, libre de gozo carnal.
Novelas como Rafaela, la Generosa, Pepita Jiménez, El comendador Mendoza, y cuentos como El duende beso, Garuda, y El hechicero, por destacar algunos de las obras más significativas a este propósito, muestran bien a las claras de qué manera Valera disfruta recreándose en la sensualidad, en el erotismo -contenido eso sí, para sus lectores bienpensantes- que se hace mucho más explícito en las cartas que escribió desde su estancia diplomática en Brasil.  
La rima de Bécquer, a pesar de ser una de las más luminosas que compuso sobre el tema amoroso, no llega a alcanzar el optimismo vitalista de Valera y es que Silveria, su protagonista, es uno de los personajes más positivos, más vitales, de entre los creados por el escritor egabrense. Un personaje que, sin embargo, no encuentra fácilmente el amor, antes debe recorrer un camino tortuoso, laberíntico, para conocerse a sí misma y así alcanzar a su hechicero. En todo caso, el beso es aquí también la fusión de las almas, la unión ideal que recompensa la lucha por alcanzar el encuentro con el amor.

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